Me he resistido a escribir hasta ahora sobre el 2 de Mayo y su 200 aniversario, entre otras cosas porque aquí, quien no aplaude las ocurrencias del poder corre el riesgo de ser acusado de antipatriota o, cuando menos, apátrida.
Vaya por delante, por tanto, una declaración expresa de patriotismo y respeto a la Constitución, aunque me siente más compatriota de un trabajador francés que de un especulador marbellí o de Seseña. Estos, lo tengo claro, no son de mi patria. Como no lo es quien, para enriquecerse rápidamente, precariza el empleo y pone en riesgo la vida, la salud y la seguridad de los trabajadores.
Vaya por delante también que Arturo Pérez Reverte y José Luís Garci, me merecen un gran respeto como creadores y, por lo tanto, rogaría no se diesen por aludidos, que mi opinión en nada desmerece la calidad de su trabajo.
Vayamos al grano. Ni nación, ni libertad que valga. Los madrileños hartos de borbones chiquilicuatres que abdicaban, como Carlos IV en su hijo Fernando VII y reabdicaban como Fernando VII en su padre Carlos IV y triabdicaban como Carlos IV en José Bonaparte. Títeres siempre en manos de sus Godoy o de los aristócratas cortesanos, cuando no en manos de emperador todopoderoso de Francia.
Ninguno de ellos se levantó y mucho menos en armas, contra los franceses. Respiraron tranquilos cuando la chusma fue barrida de las calles. Ese populacho harto del mal gobierno, el desgobierno, y la chulería del ejército de ocupación bonapartista que un buen 2 de Mayo se enfrentó en refriega callejera y sangrienta al ejército más poderoso del mundo, para ser, a continuación, fusilado en las tapias de cualquier arrabal.
No hubo nación hasta que, conscientes del desastre, los refugiados en Cádiz se dieron una Constitución de libertad y derechos. Aún así esa patria siguió siendo de parte y, a la menor ocasión, el Deseado Fernando VII, retornado en olor de multitud dio al traste con la libertad, los derechos y la constitución misma y abrió una fractura que ha recorrido desde entonces España, construyendo la historia más triste de la historia, porque termina mal, como recordaba Gil de Biedma.
Merece la pena rememorar el 2 de Mayo, conmemorar el bicentenario, recordar a las víctimas. Merecería la pena hermanarse definitivamente con el pueblo francés, reivindica los valores de la paz, la libertad y el derecho. Merecería recordar, una vez más, los desastres de la guerra, de cualquier guerra y repudiar el absolutismo y a sus chiquilicuatres.
Quizás es mucho pedir, pero merecería la pena que la Corte de los Milagros de Valle-Inclán, no fuera sustituida por la Corte de Chiki-Chiki, sino por la reivindicación de 30 años en los que, no sin problemas, pero con decisión firme, el Reino de la Españas ha aprendido a vivir sin desangrarse inútilmente.
Las Españas que sin olvidar el 2 de Mayo, los Fusilamientos del 3 de Mayo, los Desastres de la Guerra, se aprestan a atender al Albañil herido, a enamorarse de la Lechera de Burdeos, a disfrutar de la Pradera de San Isidro, y hasta a jugar, aunque sea a la Gallinita Ciega. Lecciones de Don Francisco de Goya que nunca debimos olvidar.