Llevaban los trabajadores americanos más de medio siglo luchando por la reducción de la jornada laboral primero a 10 horas y posteriormente a 8 horas.
Habían obtenido algunos éxitos en la reducción de jornada para el trabajo infantil o en la consecución de la jornada de 8 horas en todos los establecimientos del Gobierno de la República desde 1868, pero el Congreso de la American Federation of Labour (AFL), celebrado en Chicago en 1884 se enfrenta a la negativa de los partidos y del Presidente de extender la jornada de 8 horas al sector privado.
El Congreso Sindical resuelve que si los poderes públicos no responden a las demandas de los trabajadores, habrá que presionar directamente a la patronal. Aprueban, en consecuencia, una resolución para que la jornada de trabajo sea de 8 horas, desde el 1º de Mayo de 1886. Se anunciaba con tiempo que el Moving Day, el día del año en que se renovaban los contratos y arrendamientos, también los laborales, el 1º de Mayo, los trabajadores trabajarían 8 horas en cada jornada laboral. Todas las organizaciones obreras se lanzan a la preparación del 1º de Mayo. Llegado el día, se produjeron más de 5.000 huelgas con participación de 350.000 huelguistas. Casi un millón de trabajadores consiguen reducciones de jornadas y 250.000 consiguen las 8 horas sin reducción de salario. Es un éxito pequeño pero significativo que inaugura un camino sin retorno hacia las 8 horas. En algunos lugares, sin embargo, la jornada fue sangrienta.
Chicago, 1886. Muchos trabajadores desarrollan jornadas de 14 y hasta 16 horas. Jamás veían a sus mujeres y a sus hijos, a la luz del día. Alojamientos para tres y cuatro familias. Recortes de carne, legumbres recogidas en los cubos de basura, como alimento frecuente, mientras la prensa burguesa alienta a curar el orgullo del trabajador, si es necesario con “prisión y trabajados forzados” generalizados para reducirle al papel de “máquina humana”. Hay quien sugiere que “el plomo es la mejor alimentación para los huelguistas”…
Augusto Spies dirige el periódico Arbeiter Zeitug en alemán. Albert Parsons es redactor jefe del Semanario Alarm, en inglés. Michel Schwab, redacta con Spies los semanarios Vorbote y Die Fackel. Estos periódicos y una decena de grupos obreros organizados aglutinan a poco más de 2000 militantes. Organizan mítines al aire libre, manifestaciones nutridas, pic-nics multitudinarios, repartos de propaganda, respondieron de forma importante a la convocatoria del 1º de Mayo. Algunos consiguen las reivindicaciones, pero en los días siguientes unos 40.000 trabajadores siguen en huelga, afrontando despidos y cierres patronales. Es el caso de los 1.200 despidos de la fábrica Cyrus Mac-Cormick, reemplazándolos por esquiroles de localidades vecinas. Equipos de detectives armados de Pinkerton, protegen a los esquiroles con la complicidad de la policía y gozando de impunidad judicial.
El día 3, unos 8.000 huelguistas acuden a las salidas de las fábricas para recriminar a los esquiroles. Piedras, disparos de los agentes de Pinkerton, algún disparo desde la multitud y fusilería de repetición de la policía. Seis muertos y 50 heridos. Más tarde aparecen más victimas y numerosas detenciones.
Al día siguiente 15.000 personas se concentran, siguiendo el llamamiento a un mitin sin armas. Tan pacífico se pensaban el acto que Parsons acude al mismo con sus dos hijos pequeños. Desde lo alto de un carro el propio Parsons, Spies y Fielden, un obrero textil, se dirigen a la multitud cuando la policía irrumpe disolviendo violentamente a los asistentes. De pronto una bomba es arrojada contra la policía. Dos mueren y otros seis fallecen posteriormente. La masacre se desencadena y nadie es capaz de saber cuantos muertos se produjeron. Las estimaciones más conservadoras hablan de 50 víctimas entre los “agitadores”. Se declara el estado de sitio, se prohíbe transitar las calles de noche. Las tropas ocupan la ciudad y los entierros son vigilados. Detenciones en masa, controles.
Spies, Fielden, Schwab, Parsons, son arrestados, junto a Engel, Lingg y Fisher, los tres de origen alemán. Por último Neebe, un banquero nacido en Filadelfia que había contribuido a la reducción de la jornada laboral de numerosos colectivos de trabajadores del sector de la alimentación en el comercio en Ilinois. Un juicio sin pruebas, con un jurado seleccionado cuidadosamente, con petición de pena de muerte y sentencia decidida de antemano. Pese a ello, Parsons, que había huido para refugiarse en Wisconsin, se entrega para “si es necesario subir también al cadalso por los derechos del Trabajo, la causa de la Libertad y la mejora de la suerte de los oprimidos”.
Los ocho fueron condenados a la horca, si bien Scwab y Fielden la vieron conmutada por la prisión perpetua y Neebe obtuvo quince años de prisión. La apelación fue rechazada. El juicio no fue anulado por los vicios de forma.
Lingg se suicidó en su celda. Las familias no obtuvieron ni una última visita a sus familiares. Un miembro del jurado confesó públicamente “los colgaremos igualmente. Son hombres demasiados sacrificados, demasiado inteligentes y demasiado peligrosos para nuestros privilegios”.
Ni las peticiones, venidas de todos los lugares del mundo, ni las manifestaciones y protestas, consiguieron evitar que el 11 de Noviembre de 1887 fueran ajusticiados Parsons, Spies, Engel y Fisher.
Las últimas palabras de Parsons resultaron proféticas cuando recordó que vendría un “tiempo en que nuestro silencio será más poderoso que nuestras voces, que estrangula la muerte”.
En 1893, un nuevo gobernador de Ilinois, John Altgeld, tras una larga investigación, proclamó la inocencia de los acusados, tras demostrar que el veredicto fue dictado cumpliendo órdenes. Los encarcelados fueron liberados, pero la vida de los ajusticiados no es recuperable.
Hay que contar estas cosas. Merece la pena recordarlas año tras año. Porque así nació el 1º de Mayo. Porque decir sus nombres en voz alta: Albert Parsons, Anguste Spies, Georges Engel, Louis Lingg, Adolphe Fischer. Es el mejor conjuro contra el olvido. Es nuestra mejor receta para que nadie cure nuestro orgullo. Orgullo de ser trabajadores. Orgullo de clase. De pertenecer a esa clase de gente que luchó por el trabajo y la vida en Chicago, el 1º de Mayo, en 1886.
Francisco Javier López Martín
Secretario General CCOO de Madrid