Manuel Alexandre ha fallecido. Su cuerpo fue velado en el Teatro Español. El Teatro Español fue precisamente el lugar donde debutó como actor. Un acontecimiento fortuito, pero me niego a pensar que causal. Eran tiempos de Guerra Civil en España y Manuel acompañaba a un amigo miliciano de su cuartel para realizar una prueba. Una compañía teatral de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) preparaba una representación. Manuel salió de allí con un papel en la obra bajo el brazo.
Comenzó estudiando Derecho. Abandonó la carrera para empezar estudios de Periodismo, que también tuvo que suspender al comenzar la guerra Civil. La tradición teatral de nuestros universitarios hizo que durante sus estudios, Manuel asistiera a clases de declamación que impartía Carmen Seco, donde coincidió con Fernando Fernán-Gómez, con el que mantuvo una amistad y una carrera paralela durante toda su vida.
Decir que tenía 92 años, muy cerca ya de los 93, nos habla de una larga experiencia vital acumulada. Pero no prejuzga, ni presupone, la intensidad de un vida. 300 películas y un buen número de obras teatrales y series de Televisión, avalan esa intensa carrera. Desde su inicial Dos cuentos para dos, de Luís Lucía. Sus papeles con Berlanga, desde Bienvenido Mister Marchall, Calabuch, Plácido (por el que recibió el Premio Nacional,) pasando por el ser ejecutado en El Verdugo, para desembocar en Todos a la Cárcel y París-Tombuctú. Calle Mayor de Bardem, Atraco a las tres de José María Forqué. Historias de la Televisión, de José Luís Sáenz de Heredia. Con Fernán-Gómez trabajo en películas como El Lazarillo de Tormes y José Luís Cuerda también utilizó sus buenos servicios en El bosque animado, Amanece que no es poco , o La Marrana.
Cómo no recordarle en series televisivas como Fortunata y Jacinta, Los ladrones van a la oficina o Siete vidas, hasta esa última interpretación de Francisco Franco en la miniserie sobre el 20-N, de Roberto Bodegas.
Alexandre nunca renunció al escenario teatral. Desde My Fair Lady, a Luces de Bohemia o Madre Coraje y sus hijos. Un puñado apreciable de premios ha reconocido su carrera. Desde el ya mencionado Premio Nacional por Plácido, el de la Crítica Cinematográfica, el de la Unión de Actores a toda una carrera, el Goya honorífico, el Alfonso X, los de Gijón, o Valladolid.
Como Fernán-Gómez, mantuvo siempre su pasión por la libertad nacida del anarquismo, pero cultivó la amistad con buena gente y gente buena como Álvaro de Luna, que le acompaño hasta el final. Fiel a las ideas de su juventud, pero sin intolerancias, ni dogmatismos.
Su sobrino me cuenta cómo a Manuel le paraban en la calle y siempre atendía sin prisa, con deferencia. Un anarquista más a lo Anselmo Lorenzo que a lo Buenaventura Durrutti. Más a lo Salvador Segui que a lo Ascaso.
Lo explica muy bien Juan Diego, quien llora también la pérdida del amigo en quien destaca su “bondad” y su “ternura”, para reflexionar “me hubiese gustado verle hacer de ganster, porque le hubiera salido un ganster absolutamente bondadoso”.
Manuel Alexandre, uno más pero uno único, como todos y cada uno de los componentes de las hornadas y generaciones de actores, nutridas y sucesivas, que se fueron forjando durante la etapa franquista y que representaron, nos representaron, en nuestra alegría inconsciente, nuestra risa salvadora, nuestra tristeza melancólica, nuestra humanidad desbordada, nuestra indignación profunda. Los que transitaron con nosotros del blanco y negro, al color y a la televisión y en el siempre eterno teatro. De la dictadura a la democracia. De la opresión gris, plúmbea y triste, a la libertad.
Fueron y son en las tablas, en las pantallas y en los platós, nuestra mejor defensa y antídoto para los males de la vida. Son, fueron y serán allí, lo que nosotros somos en la calle, en nuestras casas, en nuestros trabajos. Buena gente. Gente buena.
Hasta siempre, Manuel Alexandre.
Francisco Javier López Martín
Secretario General de CCOO de Madrid