Salvador Seguí en el Ateneo (Episodio 1)

diciembre 28, 2017

Debo reconocer que, hastiado de tanto debate sobre Cataluña, he dejado de escribir sobre el tema durante semanas, con la secreta esperanza de que no alimentar la confrontación entre las fuerzas en conflicto, podía contribuir a que la reflexión serena, apaciguase los ánimos. Ya se han celebrado las elecciones catalanas y la espiral ha vuelto a situarnos en lo que algunos han denominado la vuelta a la casilla de salida, aunque esos retornos nunca nos conducen exactamente al mismo punto de partida, ni en las mismas condiciones.

Creo que ya os he contado que unos amigos me invitaron, no hace mucho, a pronunciar una intervención, no querían excesivamente larga, sobre la izquierda, en un acto público convocado en el Ateneo de Madrid. Acepté porque creo que es necesario extender, hasta que cale, un mensaje que convoque a la unidad de la izquierda sensata y serena, en defensa de la libertad, la igualdad y la solidaridad.

Además, ocurre que el Salón de Actos del Ateneo, me resulta un espacio irresistible. Siempre me sorprendo considerando la cantidad de oradores que han pronunciado, en ese mismo espacio, sus discursos, invitados por los miembros del Ateneo, que procuraban escuchar todas las voces provenientes de los más distintos lugares de las Españas, de los más diversos rincones del planeta y de las más variadas posiciones ideológicas y políticas.

Hace casi 99 años, en octubre de 1919, le tocó el turno a Salvador Seguí, el Secretario General de la CNT en Cataluña, donde el sindicato anarcosindicalista era la fuerza abrumadoramente mayoritaria. Estaba viajando por toda España para explicar qué opinaba su organización sobre la situación que se vivía en Cataluña, tras la Huelga General de 1917 y la huelga de la Canadiense, convocada ese mismo año, y su relación con los problemas de la clase trabajadora en el resto del Estado. Habló sobre el papel de los trabajadores catalanes en una coyuntura histórica muy complicada.

Los tiempos cambian, pero en este país somos expertos en vivir un eterno retorno, una interminable sucesión de vueltas y revueltas a la casilla de salida, porque nunca terminamos de leer cada página de nuestra historia antes de pasarla, lo cual nos obliga a repetir las mismas historias, siempre inconclusas. Ya dijo un político conservador, hace más de un siglo, que España aburre a la Historia.

Conviene, así pues, explicar un poco el contexto histórico en el que pronuncia su conferencia el Noi del Sucre (el chico del azúcar), que así era como llamaban a Seguí por Cataluña. En 1914, el mismo año en que estallaba la Primera Guerra Mundial, la Liga Regionalista (fruto de la fusión del Centre Nacional Català y de Unió Regionalista), liderada por Prat de la Riba, obtenía del Presidente Eduardo Dato una Mancomunidad de Cataluña.

Se trataba de una forma de autonomía basada en la cesión de competencias de las Diputaciones provinciales, que permitía la gestión unificada de los recursos, aunque carecía de capacidad legislativa. Francesc Cambó, sucesor de Prat de la Riba desde 1917, alentado tal vez por su presencia en un gobierno de España, que pretendía impulsar reformas federalistas, dirigió la redacción de un proyecto de Estatuto para Cataluña, que fue aprobado a principios de 1919 por los parlamentarios catalanes y por la Mancomunidad.

Pero para cuando llegó el momento las cosas habían cambiado, Cambó había salido del gobierno y las revueltas sociales, como la huelga de la Canadiense, habían hecho saltar todas las alertas y miedos ancestrales de las clases altas y la propia burguesía catalana, con respecto a las reivindicaciones de la clase trabajadora. Las Cortes, bajo un nuevo gobierno, terminaron rechazando el proyecto de Estatuto, hasta mejor ocasión.

En el camino, las organizaciones sindicales mayoritarias habían firmado en julio de 1916 el Pacto de Zaragoza, constituyendo un Comité Conjunto integrado por dirigentes como Julián Besteiro, o Francisco Largo Caballero, por UGT y Angel Pestaña y Salvador Seguí, por la CNT, con el objetivo de preparar una huelga general que exigiera soluciones para los problemas derivados de la crisis generada por la I Guerra Mundial.

El conflicto político decretado por el nacionalismo burgués estaba siendo desbancado por los objetivos de una clase trabajadora emergente, cuyas condiciones de vida y trabajo pasaban a primer plano. Algo distinto al momento presente, en el que parece que el imaginario de las pasiones nacionalistas han desbancado al conflicto social.


De victoria en victoria hasta la derrota final

diciembre 28, 2017

Vivimos bajo la égida de un gobierno tan acostumbrado a ganar que no se resigna a perder, ni a gobernar desde el diálogo, ni tan siquiera lo contempla como escenario, aunque para ello tenga que torcer los caminos, dilatar indefinidamente, o acelerar, alternativamente, los tiempos, o incumplir sentencias, interpretarlas torticeramente, o embridarlas hasta que terminen por no decir lo que decían.

Mariano, que pasará a la historia con minúsculas como el Indolente, se ha convertido en un maestro en estas lides. Hasta las gracias de sus plasmas, sus andares, sus bailes y sus lapsus verbales, parecen formar parte de este plan premeditado, cuyo último epígrafe consiste en “hacerse el bobo”. Y que nadie entienda esto último en demérito del ufano Presidente, dados los jugosos réditos electorales que le producen.

Alumna meritoria de esta exitosa escuela política parece ser la ministra de Empleo, Fátima Báñez, quien, tras haber puesto en marcha una reforma de la Formación Profesional para el Empleo (FPE), que ha destrozado el preexistente (e indudablemente mejorable) sistema español de formación permanente de los trabajadores y trabajadoras, sin sustituirlo por otra cosa que no sea la mera improvisación, la chapuza, el clientelismo y la persistencia de los males anteriores.

Para empezar, la convocatoria de subvenciones del Plan de FPE para el año 2014, terminó siendo anulada por la Audiencia Nacional, por ser “disconforme” con el ordenamiento jurídico, al privar a los empresarios y a los representantes de los trabajadores y trabajadoras de su derecho a la participación en los informes sobre las propuestas de subvenciones. Es decir, no poder conocer, ni informar las propuestas de subvención. Con la disculpa de no ser jueces y parte, ahora no son ni lo uno ni lo otro.

En el año 2015, para empeorar las cosas, no se convocaron subvenciones, lo cual no significa que no se ejecutasen las partidas asignadas a la Comunidades Autónoma, especialmente para formación de personas desempleadas, o los fondos dedicados a formación bonificada por parte de las empresas, aunque se ha notado un menor interés de las mismas por embarcarse en una maraña reguladora que, en muchas ocasiones, obliga a devoluciones de cantidades y complejos procesos administrativos. Son los fondos gestionados directamente por el Servicio Estatal Público de Empleo (SEPE), los que dejaron de ejecutarse.

Las estimaciones de fondos aprobados y no ejecutados, procedentes de las cuotas de formación, que ingresamos en la Seguridad Social quienes trabajamos y las propias empresas,  alcanzan ya casi 1.100 millones de euros, que no se han reanualizado, ni han sido reutilizados en sucesivos presupuestos, según estimaciones de CCOO.

En cuanto a la convocatoria de subvenciones para 2016, lo más triste es que fue publicada, de nuevo, sin acuerdo con quienes, según la ley, son los protagonistas del sistema y beneficiarios de mismo: las empresas que necesitan cubrir necesidades formativas y los trabajadores que necesitan de la formación para encontrar empleo, para consolidarse en el mismo, para promocionar, o para encontrar un empleo más satisfactorio. Para las empresas, la formación es una necesidad, para quienes trabajamos es también una necesidad y, además, un derecho individual y personal.

Así las cosas, las organizaciones empresariales y sindicales volvieron a recurrir la convocatoria ante los tribunales y son esos tribunales los que, de nuevo, se pronuncian duramente contra las decisiones del Gobierno. La libre concurrencia que propugna el gobierno, no puede entrar en contradicción con la participación empresarial y sindical en el gobierno del sistema. La convocatoria no contó, por ejemplo, con el informe preceptivo de la Comisión estatal de FPE, en la que están presentes la Administración de Empleo, los agentes económicos y sociales y las Comunidades Autónomas.

Tampoco el gobierno ha corregido la expulsión de organizaciones sindicales y empresariales de las comisiones (llamadas órgano colegiado) donde se informa (aunque no se decide) sobre las solicitudes que se han presentado a la convocatoria. Es precisamente esta reiterada exclusión, la que ha motivado que los tribunales vuelvan a condenar al gobierno por exclusión de los agentes sociales del órgano colegiado establecido por la convocatoria 2016, como ocurría en la anterior sentencia.

La ley es muy clara, reconocen los Tribunales de Justicia. Los empresarios y los sindicatos tienen que participar en la planificación y aprobación de las acciones formativas, así como en su concreción y control de su ejecución y en la evaluación de la adecuación a la normativa, la eficacia y la eficiencia en el cumplimiento de los fines. Algo que ha obviado claramente un gobierno que prefiere actuar sin testigos.

Los Tribunales van más allá, indicando al gobierno que el hecho de poder hacer una norma que establezca la composición de los órganos colegiados no le permite actuar de manera arbitraria. No se puede incluir, o excluir, caprichosamente, a los interlocutores sociales, del órgano colegiado que informa las propuestas de subvención. Una decisión que los jueces estiman no tiene justificación alguna y además perturbadora. Para colmo y, dando un zasca final al ministerio de Empleo, califican su actuación como “desviación de poder”, entroncada con el abuso de derecho, al actuar de manera espuria y sin justificación alguna.

Y me pregunto, llegados a estos extremos, que si el gobierno es competente para exigir el cumplimiento de leyes y sentencias, no es posible que al mismo tiempo ese mismo gobierno tenga bula para incumplir leyes, e inaplicar sentencias, de forma reiterada. Nadie debería olvidar que la función de un gobernante es cumplir y hacer cumplir las leyes. Los votos electorales no habilitan para hacer cosa distinta. Conseguir victorias pírricas aplicando el filibusterismo y la patente de corso con las leyes y las sentencias, no puede conducir a otro sitio que a una derrota final, no de Rajoy, sino de la Formación Profesional para el Empleo en este país.


Rafael, María Teresa y el exilio

diciembre 20, 2017

Estoy cansada de no saber dónde morirme.

Esa es la mayor tristeza del emigrado.

¿Qué tenemos que ver nosotros

con los cementerios

de los países donde vivimos?

María Teresa León

 

Hay quien dice que las redes sociales están sustituyendo a los medios de comunicación como fuente de información habitual. Sin embargo, la mayoría de esas informaciones en las redes nos remiten a medios de comunicación convencionales, con los cuales nos enlazan para leer la noticia detenidamente.

En otros casos, sin embargo, a través de esas redes nos enteramos de cosas que no merecen tratamiento, o como mucho un tratamiento muy escueto en las páginas de los periódicos, las radios, o los informativos televisivos. Así me ha ocurrido, cuando un amigo cuelga, en una de esas redes, un fragmento de  poema de Rafael  Alberti y recuerda que nació en el Puerto de Santa María en 1902, hace 115 años.

Me encanta que alguien conocido, o no, amigo o enemigo, me saque de la rutinaria sucesión de acontecimientos a los que me veo obligado a prestar atención a lo largo del día. Y éste es un acontecimiento de los que caen en mitad de la laguna de la memoria y crea ondas superficiales y hacia el interior.

No da para menos ese porteño, por nacer en el Puerto y por haber pasado aún más tiempo de su vida, 23 años, en Buenos Aires, donde nació su hija Aitana. Allí es donde Alberti veía venir volando un mapa de España que las nubes traían hasta el Paraná. Qué fuentes de inspiración no bebería Alberti en el Rio de la Plata, qué sonidos no escucharía, qué luminosos colores no llenarían sus ojos, qué olores, qué caricias. Hay quien pensará qué maravillosa la vida de este Alberti que luego terminó siendo romano.

Y es, en parte, verdad. Cómo negarlo. La riqueza de los versos de Alberti se nutre de Baladas del Paraná, de la Punta del Este, de los peligros que acechan al caminante en Roma, o de las canciones del Alto Valle de Aniene. Sin embargo, el precio pagado por cualquier emigrante forzoso, por razones económicas, políticas, o de otro tipo, por cualquier exiliado, es siempre demasiado alto.

Basta escuchar a la mujer que le acompañó durante todos estos años de exilio, María Teresa León, Nosotros hemos ido perdiendo siempre nuestras eternidades, dejándolas atrás a lo largo de nuestra vida, siempre con los zapatos puestos para echarnos a andar.

Desde la lejanía de sus eternidades perdidas y la dentellada de sus soledades, a orillas del Paraná o, ya más cerca de España, en su casa del Trastévere, cerca del Tíber, María Teresa, (cuya obra sigue siendo la gran desconocida de la Generación del 27, sin que casi nadie haga gran cosa por recuperarla), vuelve a decirnos que memoria del exilio es la de quien dejó atrás la destrucción de la guerra como la única patria, el último paraíso desolador tras la muerte de las ilusiones y las esperanzas.

¿No comprendéis? Nosotros somos aquellos que miraron sus pensamientos uno por uno durante treinta años. Durante treinta años suspiramos por nuestro paraiso perdido, un paraíso nuestro, único, especial. Un paraíso de casas rotas y techos desplomados. Un paraíso de calles desiertas, de muertos sin enterrar. Un paraíso de muros derruidos, de torres caídas y campos devastados (…) Podéis quedaros con todo lo que pusisteis encima. Nosotros somos los desterrados de España (…) Dejadnos las ruinas. Debemos comenzar desde las ruinas. Llegaremos.

María Teresa descansa en el cementerio de Majadahonda, tras su duro combate contra el Alzheimer, sin que pudiera concluir su Memoria de la Melancolía. Las cenizas de Rafael, marinero en tierra, navegan por fin en la bahía de Cádiz.

Agradezco a ese conocido que me haya traído por las nubes un recuerdo de España. La memoria del exilio de allende y del exilio interior, que me ha permitido reconstruir viejos y nuevos recuerdos, aunque me hagan sentir el tonto de Rafael, en una patria madrastra que vive una amnesia premeditada, una conjura del olvido, una demencia sin edad, que no parece enfermedad, sino proyecto de país.


Famélica Legión

diciembre 19, 2017

En voz baja indícanos donde están

los cazadores de tormentas

Javier García Cellino

 

Famélica Legión es el título del poemario que ha escrito el asturiano Javier García Cellino, en la editorial El Sastre de Apollinaire. Un título que se inspira en la letra de un himno, La Internacional, en su versión en castellano, en las diferentes variantes del comunismo. Esa letra que compuso en francés el militante obrero Eugène Pottier, después de haber participado en la Revolución de 1848 y en la Comuna de París, en 1871. Debout! les damnés de la terre! / Debout! les forçats de la faim!

De la misma forma que les damnés de la terre son traducidos como los pobres del mundo, en las versiones socialista y anarquista y como parias de la tierra, en la comunista, los forçats de la faim, son traducidos por los primeros como esclavos sin pan, mientras que los segundos prefieren hablar de famélica legión.

En cualquier caso, todos ellos vienen a hablar de lo que Franz Fanon denominaba Condenados de la Tierra y Eduardo Galeano Los Nadies; aquellos a los que Paulo Freire dedicó su Pedagogía de los Oprimidos, o los que constituían la iglesia de los pobres en la Teología de la Liberación; el proletariado y el subproletariado de Carlos Marx, de cuyo nacimiento, por cierto, estamos a punto de conmemorar el bicentenario.

De ellos habla Javier García Cellino en su poemario. Un Javier con el que me siento identificado y del que me siento deudor desde que le conocí en Oviedo, allá por 1997, cuando la Asociación Voces del Chamamé, que él presidía, me concedió su premio de narrativa, por un cuento titulado La Academia Club Social.

Javier acababa de ganar el Premio Leonor, en Soria, con un hermoso poemario titulado Disposición de la Materia y tres años antes había ganado el Gerardo Diego, en Santander, con el poemario La cuidad deshabitada. Después ganaría el Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez con su Sonata para un abecedario. Más tarde se adentró en la novela, sin abandonar la poesía, género en el que también ha conseguido varios premios.

La naturaleza de mi deuda con él estriba en que, si una vez me animé a escribir un poemario como La Tierra de los Nadie, se lo debo a la envidia y los celos que despertaron en mí sus poemas. Se notaba que no eran poemas escritos de un tirón y dejados a su suerte, sino reposados, pulidos, reescritos, repensados. Encontré en su poesía, como en la de Cardenal, o en la de Gil de Biedma, lo mismo que busqué en la narrativa de García Márquez, Aldecoa, o Cortázar. Una manera de escribir, interpretando una realidad casi siempre incomprensible, a menudo indignante y por momentos mágica.

En cuanto a aquello en lo que me identifico con Cellino, comienza con su voluntad de escribir, siguiendo a Walter Benjamin, con el propósito de “captar el cuadro de la historia en las más insignificantes apariencias de la realidad, en sus escorias, por decirlo así”. Tal vez por eso, anuncia el autor, Famélica Legión se vertebra en torno a un puñado de cuadros de artistas que, en las formas y en el fondo, se han preocupado de la ética, aunque por ello hayan tenido que pagar el alto precio de “una actitud marginal que se ha traducido en un desgarramiento interior y en una exclusión del entorno social”.

Me identifico con él cuando afirma que la escritura le protege. “Es un mecanismo que me transforma y me sirve para enfrentarme a esta ciénaga de corrupción”. O cuando proclama, hablando de su tierra asturiana, que “nuestro futuro es negro, triste y lleno de nubarrones. Aquí tenemos un gobierno mediocre, con todo lo que significa”.

He leído cada poema mirando antes el cuadro que lo inspira y comprobando, después, que la lectura había transformado mi mirada y al propio cuadro. Hacerlo con El Joven Mendigo de Murillo; Las Espigadoras, o El Angelus, de Millet; La nevada, de Goya; El bosque sexual de Lorca; El pájaro migratorio de Miró; La Gioconda de Leonardo; o los grabados y pinturas de los torturados en las paredes de la cárcel de Abú Grahib. Hacerlo sin prisa, obra a obra, dejando tiempo entre cada poema, nos permite el redescubrimiento del artista y de su obra.

Lo dicho, Javier García Cellino me suscita envidia, sana, o insana, qué más da, si es una envidia que me llena de ideas, de ganas de escribir, de necesidad de seguir buscando, en la tierra de los Nadie, las huellas de sus pobladores, y adentrarme en los caminos de su Famélica Legión.


Un bono social que no funciona

diciembre 19, 2017

Van ya tres artículos desde que me pidieron que escribiera alguno de vez en cuando y hablase de temas de actualidad política. Mira que hay temas de alta política, en estos momentos, al galope libre por España.  Sin embargo, en la primera ocasión, se me cruzó por medio el Día de la Infancia y, en la segunda, lo que se me atravesó en el camino es el recibo de la luz y del gas.

Ahora lo que me ha pillado por sorpresa, a través de una noticia radiofónica, es el bono social del Canal que, al parecer, es un descuento que reduce a la mitad el  recibo del agua si eres perceptor de la Renta Mínima de Integración, si tu familia es numerosa, vives en un hogar con mucha gente, si cobras una Pensión No Contributiva, o vives en riesgo de exclusión social, acreditado por la trabajadora social, por ejemplo.

Bueno, pues parece que de los casi 40.600 bonos sociales que se han concedido a lo largo de 2017, poco más de 8.200 son para hogares en exclusión social. Con los datos cerrados de 2016, llama la atención que, de los más de 30.000 hogares que percibieron la Renta Mínima, sólo 1.192 se acogieron al bono social del agua, es decir el 4 por ciento. O que, de las más de 40.000 personas con pensión no contributiva, con derecho al bono, ni una sola lo solicitase.

Dicen desde el Gobierno que ellos han difundido 2500 carteles y 30.000 folletos entre los cerca de 90 centros de servicios sociales de la Región y casi 90 organizaciones sociales. Y que cuentan con un equipo de cuatro trabajadores sociales que se reúnen con esos centros, con esas organizaciones y con el Canal de Isabel II. Dice la oposición que los carteles y folletos en los centros, o las campañas en redes sociales, parece que sirven de poco.

Sea como fuere, algo no ha funcionado, porque cuando se crea un bono social del agua, para atender esencialmente a personas que viven la exclusión social y esas personas no se enteran, ni tan siquiera lo piden, a lo mejor hay que buscar soluciones para que el derecho sea real y efectivo. Saber buscar estas soluciones es política, actualidad política, alta política.


Las criadas españolas

diciembre 19, 2017

Estas criadas son unos monstruos,

como nosotros mismos cuando soñamos.

Jean Genet

 

Escribí un artículo sobre el acoso que han sufrido numerosas actrices para conseguir un papel, o para mantenerse a flote en la profesión. Algunos escándalos desencadenados en el mundo del cine estadounidense han animado a bastantes actrices españolas a salir al escenario de los medios para denunciar que no muy distinta ha sido (y es) su situación en España. Gesto valiente y necesario.

Recientemente he podido ver en las redes sociales una breve grabación de una mujer de 94 años, la Tía Julia, subida a las redes sociales por su sobrina, en la que nos cuenta “una anécdota que ejemplifica lo asumido que estaba, incluso por la familia, que los “señoritos” se propasasen con las criadas”.  Esas criadas formaba parte del “cuerpo de casa” que atendía a las familias de la alta sociedad franquista, básicamente las mismas familias que componen hoy la alta sociedad de nuestro país.

Estos días se ha representado, en Madrid, Las Criadas de Jean Genet, bajo la dirección de Ana Carrasco. La obra fue estrenada en París en 1947 y refleja las confusas relaciones de odio, tensión y fascinación de dos criadas, Solange y Claire, con su señora, a la que intentan asesinar.

Es una obra  clásica que se pone en escena con frecuencia en España y en América. Un reto en el que se han embarcado actrices consagradas, como Aitana Sánchez Gijón y Emma Suárez, Nuria Espert y Julieta Serrano, junto a Mayrata O´Wisiedo, o una Ana Morgade que no era tan conocida como hoy, cuando se enfrentó papel de Solange.

Algunos actores se han arriesgado a meterse en el papel de criadas y señora (así parece que lo imaginaba Genet, para impresionar y escandalizar aún más al público), igual que otros actores se han atrevido con la Celestina, o con Bernarda Alba.

En esta ocasión, la versión de Las Criadas está interpretada por la propia Ana Carrasco, junto a Ainhoa Pareja y Marta Maestro y aporta como novedad que las criadas no se encuentran en una casa de la alta burguesía francesa. Viven en la España franquista de 1954 y se llaman Clara y Sara. A lo largo de la obra, como regresando de un pasado sórdido, la voz de otra Sara, la abuela de la directora, que fue criada desde la infancia, deja un reguero de memoria que alcanza al presente.

Las Criadas pueden convertirse en un ejercicio teatral necesario para cualquier actriz, o cualquier director o directora, o en una pesadilla y su más sonoro fracaso. Porque, pese a la minuciosidad con la que Genet describe cada escena, el resultado depende de la credibilidad y autenticidad que las criadas-actrices sean capaces de transmitir y de la atmósfera opresiva y agobiante que sean capaces de crear.

Quien asiste a cualquiera de las representaciones de Las Criadas puede salir valorando, positiva, o negativamente, la labor de dirección y el trabajo de las actrices, la puesta en escena. Pero lo que presumo que Genet pretendía y lo que cualquier director o directora y sus actores ambicionan al final de este laberinto, es la conmoción del silencio sobrecogido que se produce antes de irrumpir en un aplauso, al tiempo consciente y emocionado.

No es para menos esta historia de dos mujeres, dos hermanas, que se debaten entre la resignación y el asesinato que puede hacerlas libres. Entre la opresión de unas vidas miserables y el deseo de ser, ellas mismas, la señora. Entre la aceptación de una realidad que las aplasta y la única liberación posible en un mundo que funciona como campo de concentración: la destrucción en alguna de sus múltiples formas.

Da igual el nombre que tengas (Sara, Clara, Solange, Claire, o Julia) porque en ese mundo de Criadas no hay individualidades definidas, somos intercambiables en nuestro destino. El verdugo me mece. Me aclaman. Estoy pálida y voy a morir, dice Sara en el monólogo al final de la obra.

La grandeza de Las Criadas de Genet procede de ese remolino de ideas, sensaciones, sentimientos, que nos adentran en la dominación, la opresión, el poder, la violencia, la muerte. En cada representación descubrimos unas criadas distintas. La propuesta de Ana Carrasco es tremendamente sugerente porque sus criadas son parte de nosotras y nosotros. La memoria de las criadas españolas de los años 50 es parte de esa memoria que no podemos perder sin dejar de ser nosotros mismos.


Carmelo Plaza, reconocimiento a un sindicalista

diciembre 19, 2017

Mi amigo Carmelo Plaza ha sido distinguido con el Reconocimiento en Prevención de Riesgos Laborales de la Comunidad de Madrid, instituido por primera vez este año. La entrega del reconocimiento se realizó el pasado 22 de noviembre, en el marco de la conmemoración del 20 aniversario del Instituto Regional de Salud y Seguridad en el Trabajo (IRSST) y con motivo de una Jornada sobre Buenas Prácticas en Prevención de Riesgos Ergonómicos.

La creación del IRSST fue fruto de esa cultura de diálogo social que se abrió camino en el conjunto del Estado como fruto de la Huelga General del 14-D de  1988. Los gobiernos, ya fuera en Ayuntamientos, Comunidades Autónomas, o a nivel Central, se dieron cuenta de que ganar unas elecciones y vertebrar la voluntad política de la ciudadanía, tal como establece el artículo 6 de la Constitución, no justificaba hacer sordina en torno al contenido del artículo 7, que considera a las organizaciones sindicales y empresariales como vertebradoras de los intereses de los colectivos a los que representan.

Tampoco legitima a los partidos políticos para prescindir del artículo 9, que establece que los poderes públicos deben gobernar asegurando la participación de la ciudadanía y de las organizaciones sociales en las que se organiza. Esta nueva concepción del gobierno desde el diálogo ha tenido muchas virtudes y algunos inconvenientes de los que hablaré en otro momento.

Entre las virtudes, se encuentra, en el caso de Madrid, la creación de instrumentos institucionales para asegurar la participación social, como el IRSST, el Consejo Económico y Social, el Instituto Madrileño de la Formación, el Ingreso Madrileño de Integración. Primero Joaquín Leguina y luego su sucesor en la presidencia de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, se mantuvieron fieles a esta forma de entender la política.

Luego llegó Esperanza Aguirre, como si de una guerrera bárbara se tratase, desmontando, o suprimiendo, uno por uno, estos instrumentos, con el argumento de ahorrar unos costes marginales que luego nos hemos enterado que eran sobradamente sobreutilizados en mamandurrias de sus gentes de absoluta confianza, como Granados, o Ignacio González, en operaciones como Lezo, ático, Púnica, Gürtel, y demás.

Sin embargo, de la quema se salvó el Instituto Regional de Seguridad y Salud en el Trabajo. Gentes como Carmelo Plaza han tenido mucho que ver en ello, trabajando, acertadamente, en los años más duros de la crisis y de los recortes aguirristas, en la búsqueda de consensos del gobierno, sindicatos y empresarios para mantener un Plan Regional de Prevención de Riesgos Laborales, que ha contribuido a que las condiciones de Seguridad y Salud en las empresas cumplan la Ley de Prevención, con la ayuda y colaboración imprescindible de instituciones como la inspección de trabajo  y la justicia.

Carmelo siempre tuvo muy claro, desde su responsabilidad como Secretario de Salud Laboral de CCOO de Madrid, que no quería dedicarse a contar accidentes, sino a prevenirlos. Que no quería dedicarse sólo a valorar estadísticas de accidentes laborales leves, graves, muy graves, o mortales, sino a acordar las medidas que asegurasen que cuanto puede ser previsto, cuente con las medidas de seguridad adecuadas. Que los accidentes no podían ocultar la lacra de las enfermedades profesionales, esas auténticas desconocidas, que ni aparecen en las estadísticas. ¿Te duele el hombro? ¡Cuidado con el carrito de la compra! Qué importa que seas cajera y realices miles de veces al día el mismo movimiento mecánico.

Creen los dirigentes que su gran trabajo mejora las cosas y contribuye al éxito de sus organizaciones. Yo, en esto, soy más de la opinión de Hammerstein, el general alemán que no se acostumbró nunca a convivir con un monstruo como Hitler. Creo que un dirigente tiene que saber otear el horizonte, visualizar el camino y sus riesgos, seleccionar bien a quienes van a ocuparse de organizar el viaje y depositar en ellos la confianza para que su libertad se ponga en movimiento a favor de un empeño común.

Carmelo Plaza aceptó, sin condiciones, ocuparse de la Secretaría de Salud Laboral de las CCOO de Madrid, allá por 2004 y ha mantenido el tipo durante trece años. Eran aquellos años muy duros, por el alto número de accidentes laborales y porque la crisis abierta en el sindicato con el cese de Rodolfo Benito (mi antecesor en el cargo de Secretario General) al frente de sus tareas en la Confederación de CCOO, había abierto un frente interno, que no tenía que comprometer el trabajo cotidiano en defensa de la clase trabajadora.

A lo largo de todos estos años ha mimado la cultura del diálogo, sin renunciar a los objetivos y los intereses de quienes dependían de su buen trabajo. Ha creado un buen equipo de sindicalistas comprometidos con la salud laboral en sus empresas. Le he visto defender sus posiciones frente a la patronal, frente a las administraciones, frente a las empresas y, en ocasiones, en el propio ámbito sindical.

Tal vez por eso la propuesta de que fuera él quien recibiera el primer reconocimiento de la Comunidad de Madrid a quienes han contribuido a difundir una cultura de la prevención y a incentivar soluciones para mejorar las condiciones de seguridad y salud y bienestar en el trabajo, ha contado con el apoyo de organizaciones sindicales y empresariales, el IRSST y la propia administración laboral de la Comunidad de Madrid.

Un merecido premio para un hombre que representa, como pocos, la firme decisión de unidad de la diversidad y hasta de la discrepancia (si no qué gracia tiene la unidad), la capacidad de elaborar propuestas sensatas, movilizar voluntades, negociar con rigor y firmeza y mantener el compromiso con los acuerdos alcanzados.

Un hombre que ha hecho mejores a cuantos hemos compartido trabajo con él y que ha realizado, con incansable responsabilidad, un trabajo del cual dependen la vida, la salud y las condiciones de trabajo de muchas personas en Madrid. Un hombre de las CCOO. De esos que convierten en amplias las alamedas por las que transitan.


Libreros de leyenda

diciembre 8, 2017

He hablado en algunos artículos de los maestros. Maestros de escuela como Angel Llorca. Profesores de universidad que dedicaron sus mejores años a mejorar la enseñanza en España, como Francisco Giner de los Ríos. Educadores que lo fueron sin tener título, como Francisco Candel. La generación de los maestros que transformaros las escuelas durante ese jetztzeit que fueron los años 70, en una España que afrontaba la transición hacia la democracia.

Hoy quiero hablaros de otros maestros que abrieron puertas y nos enseñaron recónditos y olvidados caminos en aquellos tiempos aciagos: Los libreros. Podría referirme a míticas librerías madrileñas, como la Antonio Machado, o Fuentetaja, pero seguro que hay otros que las conocen mucho mejor que yo y desgranarían singulares aventuras, vividas en ellas, durante aquellos tiempos de libros prohibidos por la autoridad, recortados por los inquisitoriales censores, condenados por la iglesia, ilegales, clandestinos.

No. Yo era un chico de Villaverde. Tan sólo para acercarme a esas librerías míticas tenía que tomar una de esas viejas camionetas que conectaban las plazas de los barrios periféricos y obreros con algún extremo de la ciudad. Desde allí metros, o autobuses, para llegar al destino.

Sólo alcanzar la meta, suponía una pasta, para un chaval que tenía poco más de lo necesario para un cine, unos billares y, si me apuras, un bocadillo de calamares, en todo el fin de semana. Menos mal que un párroco caritativo nos cedía los locales parroquiales para pasar el tiempo aprendiendo a sacar canciones en la guitarra.

Recuerdo que, con no mucho más de catorce años, me apliqué a elaborar una lista, sacada de las últimas páginas de un libro de la colección Austral. Una lista que partía de Platón y Aristóteles, se deslizaba por todos los clásicos y, en una osadía tremenda, culminaba en los Machado (ambos hermanos), Dostoyevsky,  o Byron, tras haber pasado por las Rimas y Leyendas de Bécquer. Pretendía yo, imagino ahora, labrarme una sólida cultura, poco a poco, arañando ahorrillos, mes a mes, al mejor estilo autodidacta español.

Lista en mano me planté ante uno de los hermanos Portugués, que regentaban la pequeña librería Espinela, que se encontraba en la calle del mismo nombre y en cuyo escaparate, además de material escolar y de papelería, había libros. No he olvidado su cara, su porte, ni sus maneras educadas, magistrales. Pero los nombres de los dos hermanos, al cabo de los años, se han ido fusionando en el recuerdo. Pepe-Pedro, Pedro-Pepe.

El caso es que miró la lista. Comenzó a buscar algunos de los libros y se adentró en el pequeño almacén trasero, de donde volvió con un libro titulado Cien años de soledad, cuyo autor era un tal Gabriel García Márquez, editado por una desconocida, para mí, Editorial Sudamericana. Era imposible no fiarse, además de que soy confiado por naturaleza.

Aquel libro me abrió muchos caminos y su “realismo mágico” me llevó a otros realismos, a la magia de la escritura y a la droga de la lectura, que me atraparon de por vida. Nunca me ofrecieron las Obras completas de Lenin, ni tan siquiera El Manifiesto Comunista. Pero los libros que salían del pequeño almacén de la librería cumplieron con creces mis ansias autodidactas de cultura. Me fiaba de ellos, como luego he aprendido a fiarme de algunos bibliotecarios y bibliotecarias.

Fui, durante muchos años, asiduo de la librería Espinela. Adicto a sus octavillas que recomendaban novedades del mes. Seguidor de sus certámenes literarios y pictóricos, a cuyos jurados conseguían atraer a personajes como Moreno Galván. Al final, los Portugués, tuvieron que abandonar un proyecto que consumía muchas horas, añadidas a sus trabajos cotidianos. Luego nacieron en el barrio otros proyectos libreros, como la librería Pueblos y Culturas, en la que se terminaron embarcando mis amigos Merce y Manuel.

Espinela es un buen nombre para una calle. Pero, en memoria de los hermanos Portugués de aquellos años, tal vez debería pasar a llamarse calle Librería Espinela. No sé, a lo mejor, una placa que recuerde el lugar donde se encontraba. Al menos, un homenaje, un acto de reconocimiento, para Pedro y Pepe, mis libreros de leyenda y para cuantos, como ellos, barrio a bario, construyeron cultura y amor a la lectura, aunque tuvieran que  hacerlo a contracorriente de los tiempos que iban muriendo y hasta de los que comenzaban a nacer, pero aún no habían nacido.


La energía de las viudas

diciembre 8, 2017

Tras un primer artículo sobre uno de los problemas políticos que considero más importantes en España, el de la infancia, voy a otro de los temas que me parecen más relevantes en estos momentos en este país: el de nuestros mayores. Pero prefiero ilustrarlo con un “caso práctico”, teniendo en cuenta que se ha puesto de moda aprender a base de “estudio de casos”.

Son muchas las viudas que perciben pensiones de viudedad en este país. Unos 2´3 millones de personas. Pondré el caso de una de esas viudas que percibe aproximadamente la pensión media de estas mujeres. Pongamos que esa pensión no llega a 650 euros.

La mujer ha recibido un recibo que asciende a 49´99 euros. Parece el precio de un producto en oferta, pero no lo es. Es su recibo del gas. Normalmente no es tan alto, pero este mes es el doble de lo habitual. Me lo enseña y compruebo que el coste del gas que la mujer ha consumido realmente no llega a 5´50 euros.

Todo lo demás parece mucho, pero viene muy bien explicado. Hay una cosa que llaman “término fijo”, imagino que porque fijo que te lo cobran y que se lleva más de 8´50 euros. Luego están el alquiler de contador y el impuesto especial de hidrocarburos que suman más de 5 euros más y el resto, más de 24´50 euros, responden a algo que se llama Canon de Finca, que viene marcado con un asterisco.

Abajo, el susodicho asterisco explica que se trata de la “cuota que cobra la empresa distribuidora por el uso y mantenimiento de la instalación receptora común del edificio conforme al Real decreto” tal y pascual, del año 2002 y que se cobra una vez al año. En fin, que este mes la viuda en cuestión ha gastado en gas casi un 8 por ciento de su pensión, rayana con la pobreza, cuando su consumo real de gas no llega al 1 por ciento.

Leo una noticia que dice que en lo que va de año el gas ha subido un 4 por ciento. Verás cuando la pobre mujer pague el recibo de la luz, cuya subida ha sido del 12 por ciento. A estas alturas espero haberles convencido de que el recibo de la energía de nuestras viudas es el caso práctico que ilustra un grave problema que nuestros políticos deberían resolver de forma prioritaria.


40 Años de CCOO en la Enseñanza

diciembre 8, 2017

Es bien sabido que veinte años son nada. Al principio piensas que es sólo una canción. Según cumples años y te das cuenta de que la canción no tiene desperdicio. Pero cuarenta años… Cuarenta años son toda una vida en la mayoría de los países de este planeta y la mitad de la vida tan sólo en unos pocos.

Me cuenta Isabel Galvín, la Secretaria de la Federación de Enseñanza de CCOO de Madrid, que la organización cumple 40 años y que han decidido celebrarlo en el marco del Forum de la Enseñanza, que ya va por su XVI edición y cuyo lema es este año Más Educación, Más Libertad.

Cuarenta años, de los cuales me he perdido cinco. El primero de ellos, el de 1977, en el que, recién titulado, ejercí como profesor en la enseñanza privada, en un centro religioso y, en aquellos años, el sindicalismo en general y el de clase, en particular, no estaban demasiado bien vistos en esos centros.

Los otros cuatro, ya en la enseñanza pública, me los pasé en la CNT. Es una larga historia y llevaría tiempo, contar esta peripecia. Prometo hacerlo en otro momento. Y que nadie lo entienda en dobles, o triples sentidos. Me siento orgulloso, no me arrepiento de aquellos años.

El caso es que yo trabajaba en Villaverde, mi barrio. El sindicalismo comenzaba a caminar en libertad en todo el país y también en los centros educativos, pero los sindicalistas entre el profesorado eran pocos. Hacer crecer la afiliación sindical ha sido una tarea larga y un ejercicio de constancia.

En el Villaverde de aquellos años, quienes andaban metidos en las Asociaciones de Vecinos y echaban una mano para mejorar los colegios, eran mayoritariamente de CCOO. Quienes se implicaban, desde las familias, en las Asociaciones de Padres (aún no se denominaban de Madres), eran también mayoritariamente de CCOO. De las CCOO y, muchos de ellos y ellas, del PCE.

Si había manifestación para exigir soluciones a los problemas de vivienda, o para las continuas inundaciones que las lluvias producían, allí estaban ellos. Y si había una huelga en alguna de las fábricas que circundaban Villaverde, allí, acampados en las puertas, estaban los de CCOO. Alguna noche de Navidad he pasado acampado ante esas puertas de Barreiros, junto a los bidones cargados de traviesas ardiendo, guitarra en mano.

Si había que informar al profesorado de los salarios, las pensiones que iban a cobrar, las continuar reformas retributivas y de las condiciones de trabajo que se producían, tenía que copiar las meticulosas tablas de CCOO, que, sin excel ni nada, elaboraba Cándido, director en el colegio Velázquez de Orcasitas. Y si me embarcaba en un proyecto de innovación pedagógica y “renovación educativa”, tenía que irme al colegio República de El Salvador, de la Ciudad de los Angeles, por la zona del Cruce, donde trabajaban Pepa y Pilar, de CCOO, por supuesto.

No tenía mucha escapatoria. Así que una buena tarde, calurosa y soleada de julio del 82 crucé la calle y pedí a Ramiro que me hiciera el carnet del PCE. Ese mismo verano me trasladaron como maestro a Ubrique y allí, entre petaqueros, y albañiles (también mayoritariamente de CCOO), pedí el carnet del sindicato. Y ahí sigo. En CCOO, quiero decir.

Cuando volví a Madrid (para mejor ocasión quedan las andanzas en la serranía gaditana), me destinaron a un colegio de Leganés, el Severo Ochoa de Zarzaquemada. Allí viví mi primera huelga general, la de las pensiones de 1985. Ya ves, nos parecía un retroceso tremendo aquello que hoy nos parecería un logro.

CCOO de Enseñanza estaba en la calle Salitre. Un joven Miguel Escalera era el Secretario General y otro joven, Teo, tendió los cables para que abandonase la dirección del colegio y fuera uno de los primeros 5 “liberados” que tuvimos en Madrid.

Teo moriría joven, tras una larga, honesta e intensa trayectoria sindical y Miguel, tras hacerse cargo, durante cuatro años, de la Secretaría de Formación y Cultura de la Confederación de CCOO, moriría en Córdoba con 43 años. Uno de esos jodidos cánceres que se muestran tan agresivos con los jóvenes. Quién me iba a decir que, pasados los años, tomaría el relevo de Miguel, en su misma Secretaría de Formación y que presidiría la Fundación de Formación y Empleo que lleva su nombre (FOREM Miguel Escalera).

No cabrían aquí los nombres de aquellas personas con las que he compartido debates, manifestaciones, elaboración de propuestas, negociaciones, huelgas como aquella del 88, que duró casi un mes… No habría espacio suficiente en muchos artículos para hablar de los Cecilio, Pío, Agustín, Timoteo, Pamela, Salce, Joaquín, Atauri, Concha, Rafa, Paco, Blanca, Jaime, Isabel, y otros muchos, con los que he tenido el placer de construir sindicalismo, junto a los ya reseñados anteriormente.

Junto a ellas y ellos comprendí que había una cantera de profesionales de la enseñanza capaces de tomar el relevo de la Escuela Nueva, la Escuela Racionalista, o la Institución Libre de Enseñanza. Junto a ellos y ellas he comprobado siempre que eso del “carácter” sociopolítico de CCOO nos permitía concebir un sindicalismo (que Marcelino gustaba llamar “de nuevo tipo”) cuyas reivindicaciones profesionales se entendían siempre vinculadas a la mejora de la educación y el avance democrático de nuestro país.

En el programa del Forum, que me envía Isabel, figuran temas como Nosotros y los otros: La educación, pasaporte a la ciudadanía. El neoliberalismo en educación: desigualdad, desequilibrio, fragmentación y soledad. La educación inclusiva: más educación para tod@s y de to@s. La educación que queremos: reivindicando la pedagogía. En la introducción al programa queda clara la confianza en la educación como motor del cambio, del bienestar y de la transformación social.

Cuarenta años. Se dice pronto. Toda mi vida adulta, imposible de resumir en un par de páginas. Pero que merecen ser recordados, celebrados, conmemorados, pensados, debatidos y contados. Porque mientras no olvidemos a esas personas, su trabajo, su esfuerzo, su sensibilidad y coherencia, podremos aprender de su experiencia y de su capacidad de interpretar el mundo y aplicar su magisterio para transformarlo.

Gracias por todos estos años y por los que seguiréis cumpliendo  enseñándonos a vivir con dignidad y con decencia.