En el homenaje a los de Atocha

enero 31, 2018

Como cada 24 de enero el Auditorio Marcelino Camacho, con sus cerca de mil butacas, se llena para la entrega de los Premios anuales de la Fundación Abogados de Atocha. Muy de mañana, depositamos coronas de flores en el cementerio de Carabanchel, donde se encuentran enterrados Francisco Javier Sauquillo y Enrique Valdelvira. A continuación llevamos otra corona de flores al cementerio de San Isidro. Hacemos un recorrido entre los magníficos mausoleos levantados por familias de renombre y acabamos depositando la corona en la tumba de la familia Orgaz, donde descansa Luis Javier Benavides. Muy cerca se encuentra la tumba del Padre Llanos, al que tanto admiraba.

El cuarto de los abogados descansa en Salamanca y el compañero que trabajaba en el despacho, como administrativo, aquel que entregó aquella misma mañana del 24 de enero de 1977 un bolígrafo Inoxcrom a Alejandro Ruiz-Huerta, el bolígrafo que desvió, horas más tarde, la trayectoria de la bala que hubiera acabado con su vida, Angel Rodríguez Leal, descansa en su pueblo conquense de Casasimarro.

Pero iba diciendo que el Auditorio, como cada año, se encontraba lleno. En las primeras filas, los representantes institucionales de la Asamblea de Madrid, del Ayuntamiento de la capital, de otros municipios y de otras instituciones cercanas a la Fundación, como el Colegio de Abogados de Madrid, o el Consejo General de la Abogacía. Entre el público muchos de quienes fueron compañeros, o siguieron el camino de los de Atocha.

Veo a Enrique Lillo, fraguado en mil batallas legales, la última de ellas la de torcer el brazo de la todopoderosa multinacional Coca-Cola ante los tribunales.

Más abogados y abogadas, como Patri (al que casi nadie conoce como José Luis Núñez) o como Paca Sauquillo y Cristina Almeida. El Comandante Otero, de la UMD. Representantes de la Confederación de CCOO, encabezados por Unai Sordo. Hay bastantes jóvenes, pero es día de diario, de estudio y de trabajo y hay muchos mayores. Por allí andan Salce Elvira, Juanjo del Aguila, Paquita, Victor Díaz Cardiel, Agustín Moreno, Paco Hortet. Un niño llora en brazos de su madre.

Tras la inauguración a cargo del Secretario General de CCOO de Madrid, Jaime Cedrún, este año incorporamos al acto la novedad de la entrega de los premios de narrativa joven Abogados de Atocha. Hemos recibido ejemplares de toda España y de numerosos países latinoamericanos. El reconocimiento a los de Atocha desborda nuestras fronteras y su modelo de defensa pacífica de los derechos laborales y sociales tiene muchos seguidores por todo el mundo.

En esta ocasión, la ganadora del certamen de relatos viene de Cantabria, con un hermoso relato sobre una niña palestina titulado Hasta luego Futuro y el segundo y tercer premios, han llegado desde Madrid y Granada, con narraciones que hablan de igualdad y memoria. Los podéis leer en la página web de la Fundación.

Luego llega el momento de los saludos. En representación del Consejo General de la Abogacía, nos dirige la palabra Victoria Ortega y, como Decano del Colegio de Abogados de Madrid, José María Alonso. Son ellos quienes nos recuerdan que los Abogados de Atocha son referencia obligada en el mundo del derecho. No sólo en España. El 24 de enero, precisamente en recuerdo de los de Atocha, ha sido elegido por la Asociación Europea de Abogados Demócratas como Día del Abogado Amenazado.

Ya os conté que los Premios Abogados de Atocha de este año han recaído en Pepe Mujica y en Reporteros Sin Fronteras. Sólo reseñar que Mujica no puede viajar desde Uruguay hasta Madrid en pleno invierno español. Ya le entregaremos el premio cuando venga en primavera. Mientras tanto, manda un vídeo con una hermosa intervención de agradecimiento. Alfonso Armada, Presidente de Reporteros Sin Fronteras resalta la importancia de unir la defensa de la justicia, con la libertad de expresión y de información.

Si algo quiero retener en el recuerdo de este acto son, precisamente, algunas referencias reiteradas en las intervenciones, ponen en evidencia que la calidad del Estado de Derecho se asienta en el derecho a la defensa, por incómoda e ingrata que sea la tarea de hacer que nadie sea más que nadie ante la justicia. Quiero retener, también, esas gotitas libertarias, a las que alguien aludió, que representaban los jóvenes abogados laboralistas y vecinales de Atocha. Gotas de futuro, mucho más que herencia anclada en el pasado.


El partido de los licenciados

enero 31, 2018

Recientemente, en el auditorio que lleva su nombre, rendíamos homenaje a Marcelino Camacho, con motivo de los 100 años de su nacimiento. Estos días han dado de sí para leer muchas reseñas y noticias sobre la vida de Marcelino, repasar muchas de sus frases y citas, escuchar muchos testimonios de quienes le conocieron, ver muchas fotos suyas en la cárcel; en su casa, junto a Josefina; rodeado de trabajadores y trabajadoras; junto a Nelson Mandela.

Muchos mencionan que Marcelino fue el primer Secretario General de las CCOO. Algunos menos son los que recuerdan que ese Marcelino, trabajador de la Perkins, que estudió maestría industrial en la especialidad de fresador, fue también diputado entre 1977 y 1981.

Da que pensar que los líderes obreros de las dos organizaciones sindicales más importantes de aquel momento, Marcelino y Nicolás, fueran diputados y que no fueran los únicos. El asunto parece extraño, pero entonces no lo era. He recurrido a diferentes fuentes para hacerme una idea. Los datos son demoledores. Más del 91 por ciento de los diputados son licenciados, diplomados, tienen un máster, o un doctorado. No llegan al 6 por ciento  los que sólo tienen el Bachillerato y un exiguo 3 por ciento no cuenta con titulación más allá de la básica obligatoria.

Tampoco es que antes la situación fuera muy distinta, A lo largo de todas las legislaturas democráticas, hemos contado con poco menos de 2.200 diputados, de los cuales sólo 80 eran eso que podríamos definir como obreros. Es verdad que han sido muchos menos los artistas, o curas en las nóminas del Congreso. Pero, sin duda, las profesiones de éxito son los abogados, seguidos a mucha distancia por los economistas, los titulados en ciencias políticas y sociología, magisterio, medicina, o filología.

Desde luego, al margen de cualquier otra consideración, la composición del parlamento no se corresponde con una sociedad española en la que más del 40 por ciento de las personas adultas no tiene más allá de los estudios básicos, en torno a un 35 por ciento estudios universitarios o superiores de FP y un pequeño 12 por ciento (en comparación con Europa) estudios de FP. Sólo 10 diputados o diputadas afirman haber estudiado Formación Profesional.

He conocido diputados y diputadas obreros, en el parlamento nacional, o en la Asamblea de Madrid y, la verdad, es que unos eran buenos y otros no tanto, en una proporción similar a la de los parlamentarios notarios, registradores de la propiedad, o abogados del Estado. No sólo Marcelino Camacho y Nicolás Redondo. Un ferroviario como el senador José Alonso, o el también senador José Luis Nieto, de profesión albañil.

Un Gerardo Iglesias, minero, o un Cayo Lara que, al ser campesino, figurará en las estadísticas parlamentarias como empresario, por más que pequeño, autónomo y agricultor. Y también a un diputado autonómico, luego concejal, como Julio Misiego, cuya voluntad de ayudar a su gente, defendiendo Madrid, le llevaba a negociar y hablar con cuantos en el gobierno, o en la oposición se pusieran a tiro para solucionar un problema. Os puedo asegurar que un Ángel Pérez salido de los túneles del Metro madrileño no tenía nada que envidiar en sus intervenciones incisivas y punzantes a los discursos monótonos y leídos de otros diputados aparentemente mejor preparados.

No es un hecho singular y diferenciador de nuestra España. La mayoría de los países parecen gobernados por un clandestino y anónimo Partido de los Licenciados. Alguien podrá decir que los más preparados al poder, pero no necesariamente esto es verdad, si tomamos en cuenta que la formación y las habilidades sociales y políticas adquiridas en una trayectoria laboral, en los barrios y en los pueblos, aunque siendo menos formal que la adquirida en una universidad, es reconocida cada vez más en las sociedades modernas.

Además de que ser un gran notario, registrador de la propiedad, economista, o químico, no te hace ni mejor persona, ni más atenta a las necesidades de la ciudadanía, ni más preparada para buscar las soluciones a las mismas, ni para dialogar con la sociedad. Ahí tenemos ejemplos como el de Pepe Mujica, sin estudios superiores, frente a un titulado superior en Economía por la Universidad de Pensilvania llamado Donald Trump.

Nadie entienda que realizo un canto a la ignorancia. Cualquier persona de orígenes humildes aspira a formarse y en muchos casos llegar a la Universidad, para contar con las herramientas que le permitan tener un empleo más decente y una vida más digna. Yo mismo hice primero magisterio y luego, trabajando, fui estudiando Geografía e Historia en la UNED. Camino similar al recorrido por un Agustín Moreno, un Antonio Gutiérrez, o una Salce Elvira.

Entiéndase que algo falla en política (reitero que no sólo en España) cuando los principios de igualdad y no discriminación que impregnan todos los textos constitucionales aparecen desdibujados en la composición de los parlamentos y los gobiernos.

No confiaría mi salud y mi vida a alguien que no tenga título de medicina, ni mi defensa jurídica a alguien que no sea abogado, pero tampoco confiaría la solución de problemas políticos, necesariamente, a un médico, o un abogado, por encima de cualquier otra persona honesta, sensata y con voluntad de buscar soluciones negociadas, acordadas y atentas siempre a los más débiles. Respetuosas siempre con la libertad y la igualdad.


La Formación Profesional como oportunidad

enero 31, 2018

La Formación Profesional (FP) parece ser un problema, pero tan sólo en tiempos de crisis. Cuando aumenta el paro se extiende, difunde y generaliza la idea de que la Formación Profesional podría reducir el desempleo, al aumentar la empleabilidad y las competencias de quienes buscan un puesto de trabajo. Pero lo que vale para un momento de crisis, debería valer para cualquier otro momento. Eso es, al menos, lo que ocurre en muchos países de nuestro entorno.

Son muchos los países europeos que persiguen una Formación Profesional que integre la Formación Inicial, la Formación Permanente, los estudios superiores, la creatividad, la calidad, la innovación, el emprendimiento (que no necesariamente el empresariado). Ensayan programas, itinerarios formativos, nuevas cualificaciones.

Y no sólo lo hacen los países más avanzados de Europa, como Alemania, Bélgica, Finlandia, Luxemburgo, Países Bajos, Austria, o Reino Unido. Hay otros países que ganan terreno en este campo, han reforzado y promovido la FP buscando una mayor conexión con el entorno laboral y desarrollando y regulando la formación de aprendices. Es el caso de Estonia, Grecia, Croacia,  Portugal, Polonia, o Rumanía.

En países como Italia ensayan conexiones que lleven de la FP a la obtención de títulos superiores y hasta doctorados. En Suecia experimentan en el campo de la formación de aprendices. En otros, como Países Bajos, o Estonia, desarrollan juegos interactivos, promocionan la FP en televisión, utilizan las redes sociales y crean aplicaciones para gestionar ofertas y demandas de puestos de aprendizaje.

En general Europa está desarrollando un interés creciente por la Formación Profesional. Muestra una preocupación cada vez mayor por una adecuada formación de aprendices. Desarrollan procesos de formación vinculados a entornos laborales regulados. Establecen mecanismos que permiten validar los conocimientos adquiridos durante la vida laboral en procesos de aprendizaje no formales, o informales.

Una de las claves del éxito es prestar atención al problema de la igualdad. Dicho de otra manera, volcar más esfuerzos en colectivos de baja cualificación, o en grupos de riesgo. Porque la persona debe ser el centro de la formación y porque la Formación Profesional es parte del proceso educativo de las persona, además de ser un elemento esencial en el desarrollo del tejido económico y social de cualquier país.

Una buena Formación Profesional facilita buenas trayectorias profesionales y calidad de vida. En el ámbito de la economía, las personas cualificadas, innovadoras, emprendedoras, mejoran el rendimiento de las empresas.

En España, como casio siempre, todo es más prosaico, menos imaginativo, menos innovador, menos emprendedor. Poco más que algunas experiencias dirigidas a los jóvenes, para disimular las altas tasas de paro juvenil y orientarlos para convertirse en empresarios autónomos, autoexplotados, de por vida. Mientras tanto se produce un abandono absoluto del sistema de Formación Profesional para el Empleo, al que se ha conducido al conflicto permanente. La FP del Ministerio de Educación va por un lado y la FPE (Formación Profesional para el Empleo), dependiente del Ministerio de Empleo, por otro muy distinto.

Se me ocurren algunas ideas para que esto deje de pasar. Lo primero de todo, la clave, sería prestigiar la Formación Profesional. Conectar el sistema de Formación Profesional con el de Formación para el Empleo. Hacer trabajar conjuntamente a esos dos ministerios que viven de espaldas el uno del otro. Y esto hay que hacerlo con la participación y el acuerdo de los sindicatos y de los empresarios.

Luego hay que difundirlo, contarlo, desarrollar estrategias de comunicación que impliquen a los trabajadores en su propia formación y a los empresarios en la cobertura de las necesidades de sus empresas. Tomarse en serio la orientación y la formación continua del profesorado. Crear plataformas sectoriales y territoriales en las que conectar la investigación, la innovación, las necesidades de la empresa y los procesos de formación. Aprovechar las experiencias de los países europeos más avanzados a los que queremos parecernos.

Necesitamos una Formación Profesional y para el Empleo integral, que actúe a favor de la igualdad, previniendo el fracaso escolar y el abandono educativo temprano. Que preste especial atención a las personas con baja cualificación, a los grupos de riesgo, a las personas paradas de larga duración.

Nos merecemos esta oportunidad como país.


Atención al ciudadano

enero 31, 2018

Es frecuente que nuestros políticos anuncien su intención de gobernar de forma cercana a las personas. Cada vez con más frecuencia anuncian la creación de un servicio integral, oficina, departamento, página web, canal, red, de atención a cualquier tipo de reclamación, queja, felicitación, o sugerencia de la ciudadanía. No es necesario ni que te pases por una ventanilla, con el engorro que supone sacar un número, guardar cola hasta ser atendido, atenerse a un horario. Basta navegar a cualquier hora del día o la noche por los siderales mundos internautas para que los problemas encuentren un cauce de solución. Este tipo de iniciativas, puestas en marcha por ministerios, organismos, ayuntamientos, consejerías, empresas públicas y privadas, comunidades autónomas, tienen mucho éxito mediático. Se inauguran por primera vez, se inauguran los primeros datos del número de personas atendidas por el servicio en su primera semana, su primer mes, su primer semestre, o su primer año. Se inauguran las primeras evaluaciones y se reinaugura el servicio, mejorado gracias a las sugerencias de los propios ciudadanos y ciudadanas. No necesitas contratar personal de ventanilla especializado. Un solo funcionario, contratado y hasta una empresa subcontratada por una contrata privada del servicio público en cuestión pueden dar buena cuenta de lo acaecido, con muy poco coste y mucho beneficio para el responsable político de turno.

Caso Práctico: Diríjase a una de esas páginas, correos, redes, oficinas, servicios, con una sugerencia, reclamación, o queja. Lo de la felicitación siempre tendrá buena acogida. Recibirá inmediatamente un mensaje automático de que ha llegado a buen puerto y en menos de un mes recibirá respuesta. Antes del mes compruebe si recibe una respuesta similar a esta: Le agradecemos que haya utilizado el Sistema de Sugerencia, Reclamaciones, Felicitaciones y Quejas de (aquí el nombre de tal o cual organismo). En relación con su solicitud, le informamos que a través de este sistema sólo se tramitan las sugerencias, reclamaciones y felicitaciones relativas al funcionamiento de los servicios prestados por (aquí, de nuevo, nombre del organismo). Tras esta amable introducción, te indicarán las muchas ventanillas, registros físicos, registros telemáticos, dirección del callejero, o de correo electrónico, teléfonos, oficinas, páginas web, a las que deberás dirigirte si de verdad quieres resolver el asunto. Eso sí, exponiendo los hechos en los que fundamenta su pretensión, así como aportando las pruebas que estime oportunas para la defensa de sus derechos e intereses. Imagino que se refiere a los derechos e intereses de las personas que justifican la creación y mantenimiento del susodicho Servicio. Eso sí, todo viene debidamente firmado por la Subdirección correspondiente. La Dirección pocas veces se deja ver en estas cuestiones de poca monta y se ve que se reserva para casos de más enjundia.

Tras la prueba, amable lector, o lectora, ya me cuentas los resultados.


Los pensionistas toman la plaza

enero 31, 2018

Esta semana pasada los pensionistas han salido a la calle. En Madrid se concentraron ante el Parlamento. Eran tantos que la Carrera de San Jerónimo quedó cortada y la Plaza de las Cortes estaba a rebosar. Algunos diputados salieron también a la calle a escuchar la voz de nuestras personas mayores, convocadas por CCOO y UGT.

Esto de salir a la calle es como un termómetro. Para que nuestras personas mayores hayan comenzado a salir por miles a la calle algo debe de estar pasando. España es así. Todo el solar patrio parece una engañosa balsa de aceite y quien gobierna piensa que puede seguir igual sin hacer nada de nada. Todo parece estar tranquilo.

Hasta que, de pronto, sin previo aviso, el malestar acumulado estalla. Nadie sabe muy bien por qué. Las calles se llenan. Los gobernantes se asombran. Ven conspiraciones por doquier. Echan la culpa a la oposición que calienta la calle porque huelen elecciones. Hacen de todo, menos ponerse a pensar en los motivos del estallido.

Lo cierto es que a cualquier persona decente le daría por pensar que, tal vez, la crisis está siendo demasiado larga y tremendamente dura para las personas. Tomaría en consideración que la falta de revueltas callejeras sólo se explica porque las familias actúan en España como paraguas protector para los jóvenes que no encuentran empleo, o para los hijos que pierden su trabajo y no encuentran nada durante meses y hasta años. Para los nietos, que tienen que seguir estudiando y comiendo, gastando ropa y rompiendo zapatillas de deportes.

Ahora llegan los economistas de postín y anuncian que nuestros pensionistas no son los más damnificados de la crisis. No deberían quejarse tanto porque han mantenido el “poder adquisitivo” mejor que sus hijos o sus nietos. No toman en cuenta, esos sesudos economistas, que adulan al gobierno y a los poderosos, que son esos pensionistas los que han corrido a tapar los agujeros familiares que ha ido dejando abiertos el gobierno.

Esos pensionistas que cobran, como media, menos de 920 euros al mes. Para los que la pensión más frecuente es de poco más de 650 euros. Los que ven que la revalorización de su pensión nunca supera el 0´25 por ciento, cuando la riqueza del país crece un 3. Que la mitad de los pensionistas no llega al miserable Salario Mínimo Interprofesional. Que casi uno de cada cuatro pensionistas vive bajo el umbral de la pobreza y que casi la mitad de los 9 millones de pensionistas ayudan a sus familias durante la crisis.

Los economistas que no vieron venir la crisis, se aplican ahora a espolear al gobierno para que tome decisiones sobre unas pensiones “insostenibles”. Y ese gobierno, servicial con los poderosos, se apresta a participar en el juego. La última propuesta-sonda, preparatoria del camino, consiste en plantear que la persona que se va a jubilar elija el periodo de cálculo pudiendo contabilizar toda la vida laboral. Eso beneficiaría hoy a algunos, pero perjudicará a casi todos en el futuro.

Es la hora de preguntar a nuestro gobierno si empezamos a negociar medidas que harían posible sostener las pensiones, en el marco del Pacto de Toledo. Medidas como incrementar las cotizaciones sociales, mientras la crisis persista; incrementar las bases máximas de cotización; equiparar las bases medias de cotización de asalariados y autónomos; financiar con impuestos determinadas prestaciones que ahora paga la Seguridad Social, como las de supervivencia; que el Estado pague los gastos de Administración de la Seguridad Social, como hace con cualquier ministerio; o combatir la economía sumergida, el fraude en las contrataciones y cotizaciones a la Seguridad Social.

Medidas como éstas, contribuirían a elevar los ingresos anuales de la Seguridad Social en más de 70.000 millones de euros, lo cual mejoraría la financiación de nuestro gasto en pensiones, teniendo en cuenta que no llegamos al 12 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), cuando la mayoría de países europeos de nuestro entorno está ya dedicando en torno al 15 por ciento a pagar pensiones.

El gobierno elige. Dejar que las cosas se pudran para justificar el desmantelamiento de las políticas públicas, o defender a más de nueve millones de personas que comienzan a estar hartas y que no están dispuestas a apechugar con la carga del abandono de las políticas de protección social. Si de verdad la crisis se está superando, nuestros pensionistas lo tienen también que notar. Las pensiones de hoy y las de mañana son sostenibles, si nos lo tomamos en serio.


Mújica y Reporteros sin fronteras, premios Abogados de Atocha 2018

enero 22, 2018

Comisiones Obreras de Madrid, decidimos crear, en el año 2004, la Fundación Abogados de Atocha, para recordar a aquellos cinco jóvenes que fallecieron en el brutal atentado en el despacho de abogados laboralistas de la calle de Atocha, número 55. Aquel atentado en el que murieron Francisco Javier Sauquillo, Javier Benavides, Enrique Valdelvira, Serafín Holgado y Angel Rodríguez Leal.

En ese mismo atentado quedaron gravemente heridos Dolores González Ruiz, Luis Ramos, Miguel Sarabia y Alejandro Ruiz-Huerta. Hoy sólo queda entre nosotros Alejandro, que preside la Fundación. Mantener vivo el recuerdo, los valores, el espíritu de aquella generación de jóvenes, sobradamente preparados, que se lanzaban a la defensa de una España en libertad y democracia, en los duros tiempos de una dictadura que moría y una democracia que nadie sabía si terminaría por llegar, ha sido uno de los fines de nuestra Fundación, a lo largo de todos estos años.

No se trata sólo de organizar actos que reconozcan la contribución de los de Atocha para acabar con la dictadura y abrir la etapa democrática en España. Se trata, sobre todo de hacer que esos jóvenes de Atocha sean hoy ejemplo para nuestros jóvenes y que los valores que impregnaban su vida, se conviertan también en referencia para la defensa de la libertad, la paz, la democracia, en la vida económica, política, social, de nuestros días.

Es importante que, a lo largo de estos años, la Fundación haya conseguido impulsar y promover que muchos lugares de España cuenten con calles, plazas, monumentos, parques, centros culturales, dedicados a los Abogados de Atocha. Entre ellos, el monumento del Abrazo, que Juan Genovés nos regaló, para ser instalado en la Plazuela de Antón Martín, muy cerca del portal donde se encontraba el despacho laboralista.

Es importante que España recuerde la historia de los de Atocha. Pero, aún más me lo parece el hecho de que, año tras año, vinculemos esa memoria con el presente. Por ejemplo, rindiendo homenaje, con un Premio, a personas que siguen alimentando ese espíritu de justicia para la libertad.

Los premios Abogados de Atocha han reconocido a sindicalistas como Marcelino Camacho (pronto se cumplirán 100 años de su nacimiento), y a políticos honestos como Joaquín Ruiz Jiménez. A los primeros despachos laboralistas de Madrid (el primero de ellos dirigido por María Luisa Suárez, junto a Antonio Montesinos y Pepe Jiménez de Parga), o a los abogados laboralistas de Colombia, o del Sahara.

José Luis Sampedro, Marcos Ana, Domingo Malagón, Manuela Carmena, Begoña Sanjosé, Pilar Bardem, Juan Genovés. La Fiscalía General de Guatemala, o la jueza argentina María Servini. Un amplio abanico de personas intachables que aquí, o más allá de nuestras fronteras, representan ese esfuerzo colectivo por abrir las puertas para que el aire fresco se adueñe de nuestras calles y nuestras plazas y la convivencia democrática se imponga sobre la barbarie, el abuso, la injusticia.

Se acerca el 41 aniversario del asesinato de los Abogados de Atocha y este año el premio ha ido a parar a José Mújica y a Reporteros sin Fronteras. De nuevo la dignidad de las personas, la decencia de las políticas, la defensa de la libertad de información, encuentran su reconocimiento en estos premios. La dignidad y decencia de un político como José Mújica. La libertad de información que defienden miles de reporteros en todo el planeta, pagando un alto precio, en muchas ocasiones, con la privación de libertad, torturas y con la muerte.

El acto de entrega de los premios tendrá lugar, como cada año, el 24 de enero en el Auditorio Marcelino Camacho de CCOO de Madrid, en la calle Lope de Vega 40. El que fuera presidente de Uruguay entre 2010 y 2015 no podrá desplazarse durante el invierno a Europa, porque así lo aconsejan sus médicos. Por ello, podremos escuchar su mensaje a través de un vídeo y será en el mes de mayo, cuando recogerá el premio personalmente.

Un año más la conmemoración del asesinato de los jóvenes Abogados de Atocha nos recuerda que tendremos futuro si, aún en condiciones extremas como las que ellos vivieron, somos capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos y ponerlo al servicio de la libertad y la justicia. Sin miedo, forjándonos constantemente, sin componendas injustificables con la corrupción y los corruptos, con audacia, coraje y alegría.


Parecernos a los de Atocha (futuro)

enero 22, 2018

En el año 2000 fui elegido para dirigir las CCOO de Madrid. Lo hice durante 12 años. Unos dirán que para bien y otros que para mal. Son muchos los acontecimientos que me tocó vivir en esa docena de años. Dirigir tres huelgas generales en el escaparate capitalino de las Españas. Y participar en una cuarta, que fue más bien un paro laboral y social, contra la Guerra de Irak, en el que dimos libertad a nuestras afiliadas y afiliados para participar, aunque nuestra Confederación no lo hiciera.

En 2002 tuvimos que organizar la primera de aquellas huelgas generales. Y antes aún, desde enero de 2001 y durante más de seis meses, defender y canalizar la solidaridad con el Campamento de la Esperanza de los trabajadores de SINTEL, en la Castellana. Contra viento y marea, contra la mafia de Miami y los gobiernos de turno, en las calles. Al final, el triunfo fue amargo y el coste que tuvimos que pagar por tamaña osadía fue muy alto,  hasta dentro de la organización.

Estaba en la Asamblea de Madrid, como invitado, cuando se produjo el primer golpe de estado exitoso dentro de la democracia. El Tamayazo en Madrid, aquel 10 de junio de 2003, marcó un punto de no retorno en el atrevimiento de los corruptos nacionales y nacionalistas por hacerse con las riendas del poder económico y político, no sólo en Madrid, sino en toda España.

La Gürtel, la Púnica, Lezo, Pokémon, o los casos Pujol, Palau, Pretoria; los negocios oscuros tras las campañas privatizadoras de los hospitales; los regalos de suelos y mamandurrias para nuevos centros educativos concertados y universidades  privados, los chanchullos en el Canal de YII, las operaciones de control de Cajamadrid marcadas por los choques internos dentro del PP, recibieron el pistoletazo de salida aquel día en el que dos tránsfugas no votaron a Rafael Simancas como Presidente de la Comunidad de Madrid. Ese mismo día, casualmente, inaugurábamos el monumento a los Abogados de Atocha, esculpido por Juan Genovés, en la plazuela de Antón Martín.

Al final de aquel mandato, cuando preparábamos el Congreso Regional de CCOO, en mitad de un intenso debate interno, se produjeron los atentados del 11-M en los trenes que conducían a miles de trabajadores, trabajadoras, estudiantes, hacia Atocha. Aquel día en el que los heraldos negros de la muerte cayeron sobre Madrid y hasta el cielo lloró.

Aquel Congreso lo inauguró Miguel Ríos con un impresionante canto a la Paz y en homenaje a las víctimas del atentado. No busco crédito artístico, sino decir que otro mundo es posible: No queremos vivir no con injusticias ni con guerras, sino con el derecho a ser tratados como lo que somos, personas. NO A LA GUERRA.

Nunca he vivido un momento inaugural como aquel, en el que tan sólo Ana Botella, que acompañaba al alcalde Alberto Ruiz-Gallardón, como concejala del Ayuntamiento de Madrid, permaneció ostentosamente sentada. Su marido acababa de perder unas elecciones por mentir sobre aquel atentado, pero aún así creo que se equivocó.

Tan sólo aquellos primeros cuatro años al frente de las CCOO de Madrid darían para libros, documentales, artículos y hasta Misterios Bufos sin cuento. De nada me envanezco, porque las victorias tienen, como todo el mundo sabe, innumerables padres y tampoco me arrepiento de las derrotas, aunque su padre sea solo uno, es decir yo mismo.

Me ocurre, con la memoria de estos años,  un poco como al replicante de Blade Runner. Me parece haber visto cosas que vosotros no podríais creer. Ciertamente no son naves de combate en llamas más allá de Orión, pero tampoco creáis que fueron mucho menos intensas. En todo caso, si de algo me siento orgulloso es del camino que fuimos abriendo y que condujo a la creación de la Fundación Abogados de Atocha.

Cada 24 de enero, desde 1977, no más de veinte personas, visitábamos los cementerios donde se encontraban enterradas las víctimas de la mal llamada Matanza, en la que varios pistoleros de la ultraderecha quisieron dar un escarmiento a los huelguistas del transporte madrileño y a sus defensores, los abogados laboralistas de las CCOO, del PCE y de las Asociaciones de Vecinos, que trabajaban en la calle Atocha 55. Un despacho de abogados, cooperativo, que dirigía Manuela Carmena.

Luego, algunos cientos de personas, nos concentrábamos ante el portal del despacho de Atocha, número 55, donde habíamos logrado instalar una placa en memoria y recuerdo de los asesinados. Allí, junto al PCE y la Federación de Vecinos, las CCOO de Madrid, depositábamos unas coronas de flores y escuchábamos las palabras de Miguel Sarabia, uno de los cuatro sobrevivientes, junto a Luis Ramos, Lola González Ruiz y Alejandro Ruiz-Huerta.

Habíamos inaugurado, en el año 2000, un centro de formación al que dimos el nombre de Abogados de Atocha. Habíamos conseguido que muchas calles, centros culturales, plazas, parques, en numerosas localidades de toda España, llevaran el nombre de Abogados de Atocha. El monumento del Abrazo, en Antón Martín, suponía un reconocimiento perdurable en Madrid.

Pero, en una España como la que se venía encima, nos pareció que podíamos aportar algo que marcara el camino y crear una fundación para recordar a Francisco Javier Sauquillo, Javier Benavides Orgaz, Enrique Valdelvira, Serafín Holgado y Angel Rodríguez Leal, cinco jóvenes asesinados por defender los valores de la libertad, la justicia, la paz, la democracia, con las únicas armas de la palabra y el derecho. Acompañar a quienes sobrevivieron y a las familias y reconocer la labor de cuantos siguen defendiendo esos mismos valores.

Así, el Congreso de CCOO de Madrid, hace catorce años, aprobó crear la Fundación Abogados de Atocha, presidida hoy por Alejandro Ruiz-Huerta. De los cuatro que sobrevivieron al golpe mortal, ya sólo él  queda entre nosotros. Se cumplen 41 años del atentado de Atocha.

Pero la memoria de Atocha no es patrimonio de CCOO, ni de quienes creamos la Fundación, ni del PCE, ni de la izquierda de este país. Aquellos jóvenes de Atocha son algunos de los mejores frutos que este país llamado España ha dado. Sufrieron la última ejecución masiva y sumaria de una dictadura huérfana de dictador que se resistía a morir. A partir de entonces la dictadura fue irreversible pasado. La democracia era ya el imparable futuro.


Marcelino Camacho, un vecino de Madrid

enero 22, 2018

Lo que no sabes por ti

no lo sabes.

Repasa la cuenta

tú tienes que pagarla.

Bertolt Brecht

Marcelino era de Madrid, a la manera en que lo somos los madrileños y madrileñas. Al estilo peculiar de quienes, siendo oriundos de cualquier otro lugar de España, o del mundo, desembarcamos un día de los trenes o las camionetas (ahora también de los aviones) y buscamos un lugar para trabajar y un hogar para vivir. No es necesario nacer en Madrid para tener ocho apellidos madrileños llegados de los cuatro puntos cardinales, como si fuera seña identitaria del nacionalismo sin fronteras que nos caracteriza y del que hacemos gala.

Marcelino Camacho nació allá por 1918, en la estación de ferrocarril de Osma La Rasa, en la provincia de Soria, donde su padre era guardagujas. Se afilió joven al Partido Comunista y a la UGT. Tras cortar las vías del tren, para retrasar el avance de las tropas alzadas contra la República, en el 36, atravesó a pie la Sierra madrileña para incorporarse al bando republicano. Luego la clandestinidad, las denuncias, la cárcel, los trabajos forzados en Tánger, la huida al exilio en Orán, su matrimonio con Josefina Samper en el 48 y el indulto que le permite volver a España en 1957.

Es entonces cuando desembarca en Madrid y encuentra trabajo en la Perkins, donde emprende las tareas organizativas de las primeras Comisiones Obreras en la capital y luego se aplica a intentar coordinar las Comisiones que han ido naciendo por toda España. Esas CCOO que comienzan a tener fuerza y que son sondeadas infructuosamente por el ministro Solís Ruiz, en un intento por incorporar al nuevo movimiento sindical a su peculiar reforma del Sindicato Vertical. Se trataba de un nuevo conato del falangismo, que controla el partido único, el sindicato vertical, los periódicos y radios del Movimiento, por hacerse con las riendas del futuro, en contra de los tecnócratas del Opus Dei, que se ve arruinado por la negativa de las CCOO, que exigen un sindicalismo libre y democrático.

Así las cosas, CCOO gana ampliamente las elecciones sindicales de 1966 en las principales empresas del país. El Régimen no podía tolerar que las vías de agua abiertas por las reivindicaciones obreras terminaran por hundir el barco. Por eso ilegalizan las CCOO y encarcelan a sus dirigentes. Los Tribunales de Orden Público, creados por la dictadura en diciembre de 1963, detienen, procesan, juzgan y condenan a más sindicalistas de las CCOO que a personas de cualquier otra organización social o política. El franquismo sabía bien por dónde podía comenzar el principio del fin.

Desde ese momento, Marcelino pasa más tiempo entre rejas, que en el trabajo o que en su casa. En Sudáfrica tenían una cárcel de Robben Island y en España una de Carabanchel. Allí tenían un Mandela y aquí teníamos un Camacho. Recuerdo esa foto del año 91, en la que ambos, trajeados, ya en libertad, conversan durante la primera visita de Mandela a España.

Conmemoramos este 21 de enero el nacimiento de Marcelino Camacho hace ya cien años. Van para ocho años desde aquellos dos días y una noche en que Marcelino reposó, antes de emprender su último viaje, en el auditorio que lleva su nombre, donde tantas huelgas, asambleas, homenajes, recitales, actos culturales y solidarios, han organizado sus Comisiones Obreras de Madrid. El mismo lugar donde cada año hacemos entrega de los premios de la Fundación Abogados de Atocha. Un premio que Marcelino recogió junto a Joaquín Ruiz Jiménez en el año 2006. El mismo que este año recogerán Pepe Mújica, Presidente de Uruguay entre 2010 y 2015, y la organización Reporteros Sin Fronteras, por su incansable labor en defensa de la libertad de prensa.

Hay quien hoy quisiera olvidar a Marcelino. Mandela recibió el premio Nobel y el Príncipe de Asturias. Wallesa recibió el Nobel. Marcelino ninguno de los dos. Marcelino sí recibió la Gran Cruz del Mérito Civil, la Orden del Mérito Constitucional, la Medalla de Oro del Mérito del Trabajo y otros muchos premios nacionales e internacionales, pero no el Nobel, ni el Príncipe de Asturias.

Los hubiera merecido, pero formaba parte, como los Abogados de Atocha, de esa memoria incómoda que tan bien ha descrito Alejandro Ruiz-Huerta, que nos lleva siempre, en este país de todos los demonios, a pasar páginas de nuestra historia, sin leerlas, para repetirlas tarde o temprano.

Pero también habrá quien anhela convertir a Marcelino en un mito, en un hombre raro, un ser excepcional pero inimitable. Marcelino era extraordinario, por eso es irrepetible. Nosotros le admiramos, mucho, pero nunca podremos parecernos a él. Además hoy las cosas no son como entonces. La conclusión no deseada, pero inevitable, es que hoy los dirigentes son otra cosa. Nosotros tampoco somos los mismos. Más domados. Más doblados. Más domesticados. Somos la viva imagen de la derrota. En el mejor de los casos de la resistencia.

Me niego a aceptar este pensamiento. Claro que Marcelino jugaba en la liga de los Mandela. Pero cada uno de nosotros y de nosotras tenemos nuestro propio campo de juego y en ese ámbito Marcelino no es un ídolo, un icono, un totem protector, un paño de lágrimas, sino un ejemplo a seguir. No para hacer lo que él hizo, sino para hacer lo que honestamente creamos que toca hacer.

La lección de Marcelino se encuentra en la voluntad. Consiste en estudiar siempre. Sin diferencias de sexo, o edad. En la cárcel, en la empresa, en la cocina, en el asilo, en el colegio, en el paro, estudia. No te canses. Nunca es demasiado tarde. Persigue el saber, empuña el libro, no te dejes convencer, no temas preguntar.

Marcelino, hace 30  años, insistía, una y otra vez, en contarnos aquello de la revolución cientificotécnica. Pocos creían que aquella formulación resultaba profética. Que, hoy la digitalización, la robótica, la nanotecnología, la informática, las comunicaciones, las redes, la realidad virtual, son términos que acaparan el diseño del futuro de nuestra economía y nuestra sociedad.

Marcelino Camacho era un madrileño, vecino de Carabanchel, que nos enseñó con su vida, su honestidad y su coherencia, la lección que aprendió de Bertolt Brecht, Apunta con tu dedo a cada cosa/ y pregunta: ¿Y esto por qué?/ Estás llamado a ser un dirigente. Un hombre que nos enseñó que ser un dirigente no es mandar, sino servir. Que la autoridad viene desde dentro y no por designación divina, o ambición humana, ni tan siquiera por elección para ostentar un cargo. Que no hay que confundir autoridad con potestad.

Por eso Marcelino, como Mandela, a fuerza de pegarse a su  gente se convierten en universales y siguen siendo  jóvenes que nos conmueven y al tiempo nos turban, porque, tal como nos explica Gloria Steinem, la idea de una autoridad personal interna resulta inquietante para las personas habituadas a recibir órdenes y sin duda también para quienes suelen dar esas órdenes.


Marcelino Camacho, mucho más que un mito fundacional

enero 22, 2018

Hace no mucho tiempo, ante la proliferación de estudios, publicaciones, documentales, sobre la historia del movimiento obrero y de las CCOO en particular, escuché de un compañero que había que escribir una historia “oficial” del sindicato, para evitar interpretaciones erróneas y confrontaciones inútiles de distintas versiones y opiniones.

No es la primera vez que había escuchado hablar de esta “apremiante” necesidad, utilizando argumentos parecidos. Creo que es legítimo y hasta necesario que cualquier organización, país, grupo social, escriba una versión propia de su historia, su cosmogonía, su cosmología y fije sus mitos fundacionales, aunque sólo sea, para inmediatamente después colocarla en un apartado del “quiénes somos” de su página web, algo así como una biografía “autorizada”, que sirva de contrapeso a la versión de Wikipedia.

Sin embargo, me parece que ese relato, cuyo destino es ser compartido, debería ser abierto. Tanto como para permitir que, en el mismo, convivan contradicciones que no pueden ser solventadas con decisiones salomónicas de un órgano de dirección.

Por ejemplo, es frecuente afirmar que las CCOO nacieron en la mina de La Camocha, en Asturias, allá por 1957. Es una afirmación muy generalizada y a mí me interesa darla por buena, porque es el mismo año en el que yo nací y, además, el año en el que también nació la Unión Europea, con la firma de los Tratados de Roma. Pero hay quien lo pone en cuestión y prefiere acercar el ascua de la fundación de las CCOO a su sardina territorial o sectorial.

No seré yo quien participe en polémicas de tan alta enjundia y tan escaso recorrido. Que historiadores titulados, no titulados, o aficionados, lo echen a cara o cruz. Lo cierto, lo que merece la pena retener, es que hubo un momento en toda España, allá por los años 50, en el que los trabajadores y trabajadoras de algunas empresas eligieron representantes eventuales y esporádicos para plantear sus reivindicaciones ante la empresa. Así se constituyeron las primeras comisiones de obreros.

Este año se cumplen 100 años del nacimiento de Marcelino Camacho. Cada vez que hablo con un compañero o compañera, sobre los orígenes de aquellas comisiones de obreros, o de obreras (que también hubo), suelo comprobar que, quien más, quien menos, se considera fundador de las CCOO. En una gran fábrica, en una modesta oficina, en taller textil, en un hospital, en un colegio, en los talleres del metro, o entre las vías del tren.

Por eso no cometeré el error de reivindicar a Marcelino como fundador de las CCOO. De la misma manera que no afirmaré que Mandela creó el Congreso Nacional Africano, ni que Lech Walesa fuera fundador único del sindicato Solidaridad. Pero, permítaseme al menos, constatar que, sin ellos, los orígenes no hubieran sido los mismos.

Porque nadie podrá negar el papel y el lugar de Marcelino, entre los Diez de Carabanchel, encarcelados en junio de 1972 y juzgados en diciembre de 1973, por pertenecer a la dirección de las ilegales y clandestinas CCOO. Aquel juicio que comenzó el día en el que asesinaron a Carrero Blanco, lo cual contribuyó a agravar las sentencias.

Para llegar ahí, Marcelino había acumulado muchas detenciones y mucha cárcel, por defender un sindicalismo en libertad y por no aceptar convertir a las CCOO en el sindicato vertical y renovado de un franquismo de los tiempos modernos  del desarrollismo, capitaneados por los tecnócratas del Opus Dei. Tampoco nadie podrá obviar su papel en la Asamblea de Barcelona, o como Secretario General elegido y vuelto a elegir y reelegido, por mayorías muy amplias, desde el primer Congreso del sindicato en la legalidad, celebrado en 1978.

La dirección de las CCOO era muy plural y las decisiones se adoptaban de forma muy colectiva, pero nadie podrá sortear el hecho de que el primus inter pares era Marcelino y no sólo por razones de edad. De forma que Marcelino forma parte del mito fundacional de las CCOO, por derecho propio y porque así es reconocido en la memoria de muchas personas en la sociedad española.

Basta echar la vista ocho años atrás y recordar el Auditorio, que llevaba su nombre, lleno de compañeros y compañeras que querían acompañarle y consolar a la familia,  mientras presentaban sus respetos y condolencias cientos de personas de la política, de las más diversas disciplinas artísticas, del empresariado. Desde Felipe de Borbón al más humilde poeta, o cantautor; desde el Presidente del Gobierno, a rectores de universidades, o conocidos actores y actrices, subían al escenario donde habíamos instalado el féretro, para rendir homenaje a Marcelino.

Si la grandeza de un hombre se mide no sólo por la grandeza de cuantos le amaron, sino también por la de cuantos tuvieron que medir sus fuerzas con él, sólo podemos sentimos orgullosos de haber compartido un tramo de nuestra vida con Marcelino Camacho. Orgullo de que su forma de ser persona sea parte inseparable de nuestro modo de conocernos e interpretarnos, de nuestras hechuras cotidianas, de la construcción de nuestro futuro y de los mitos fundacionales que nosotros elegimos.


Salvador Seguí en el Ateneo (y episodio 3)

enero 16, 2018

Ya se ha visto que he tenido que emplear un primer artículo para señalizar y marcar el peligroso terreno político y social en el que Salvador Seguí pronunció su discurso en el Ateneo de Madrid. El segundo artículo describía el paisaje, sembrado de minas, cuyo último episodio, antes del discurso del Ateneo, había sido la huelga de La Canadiense, tan sólo dos años después de la huelga General del 17.

La huelga de La Canadiense acabó relativamente bien, cuando la anterior acabó mal. Entre otras cosas, porque algunos dirigentes sindicales no se entretuvieron en buscar disculpas de mal pagador, sino que aprendieron a organizar y dar la cara hasta el final.

Y no sólo ante la patronal, la policía, los jefes militares, sino ante los suyos, esos 20.000 trabajadores apiñados en la plaza de toros de las Arenas de Barcelona para tomar una decisión sobre la continuidad, o no, de la huelga.

Resulta que Salvador Seguí, en aquel famoso discurso del Ateneo, pronunció unas palabras que algunos independentistas esgrimen abundantemente para acercarse al anarquismo. Algo que vendría hoy de maravilla a la burguesía catalana, la misma que hace cien años pagaba a los “Sindicatos Libres” de la patronal, (con la ayuda y connivencia, por cierto, del general Martínez Anido, que llegó a ministro golpista de Orden Público en el primer gobierno de Franco), que ejecutaron a Seguí, en una esquina del barrio del Raval, allá por el año 1923.

El caso es que Seguí habló de los objetivos de su sindicato y de la forma en la que se estaban organizando para conseguirlo. En un momento de su intervención, cuando habla de los líos que montan los regionalistas de la Liga Catalana, viene a decir que, La independencia de nuestra tierra no nos da miedo. Y algunos independentistas le han sacado coplas y hasta carteles, con esa “demostración” de que hasta Seguí se había sumado antaño a su guerra particular.

No han sido pocos los que han ido a comprobar en las fuentes, en el discurso original, que Seguí reafirma sus principios anarquistas, que vienen a significar todo lo contrario. Dice Salvador, Se habla con demasiada frecuencia de los problemas de Cataluña. ¿Qué problemas de Cataluña? En Cataluña no hay ningún problema. El único problema que pudiera haber planteado en Cataluña está planteado por nosotros, pero el problema que está planteado por nosotros no es un problema de Cataluña, es un problema universal. (…)

La Liga Regionalista ha pretendido y en parte ha logrado, dar a entender a toda España que en Cataluña no hay otro problema que el suyo; el regionalista. Esta es una falsedad; en Cataluña no existe otro problema que el que existe en todos los pueblos libres del mundo, en toda Europa, un problema de descentralización administrativa que todos los hombres liberales del mundo aceptamos, pero un problema de autonomía que esté lindante con la independencia no existe en Cataluña, porque los trabajadores de allí no queremos, no sentimos ese problema, no solucionamos nuestro problema bajo esas condiciones.

Claro que el Noi del Sucre no deposita toda la responsabilidad en los regionalistas de la burguesía catalana que, tan pronto quieren más autonomía, como reclaman la independencia, con la misma facilidad que apoyan a los gobiernos centrales, o piden la intervención militar para sofocar los problemas laborales o sociales, cuando éstos se desbordan.

Seguí habla también, en el Ateneo, de la ineptitud y la miopía mental  de los políticos de España, que han dado una cierta importancia a un problema que realmente era nada más que una lucubración mental, una aspiración política de algo inconfesable de los líderes de la Liga.

No tiene miedo a la independencia, porque el problema es otro y porque si mañana hay independencia, el problema seguirá siendo el mismo y su tarea no habrá variado un ápice. En una Cataluña independiente el sindicato tendría que formar y organizar a los trabajadores y trabajadoras para dirigir su propio destino.

Sé que han cambiado los tiempos y que la historia no se repite mecánicamente, pero yo suscribiría, punto por punto, estas palabras de Salvador Seguí en el Ateneo de Madrid, en octubre de 1919. Las firmó con su compromiso y las pagó con su vida, unos años más tarde, justo cuando los nacionales y los nacionalistas se pusieron de acuerdo en sofocar y llevarse por delante a quienes pensaban como el Noi del Sucre.