El nuevo gobierno y la cuestión social

Más de 40 años de convivencia, de vivencia, o de supervivencia democrática en España y aún cuesta aceptar que una coalición de la izquierda llegue al gobierno del país. Hay quienes nos han recordado que en un año que tenía los mismos días que éste y en el que cada número del mes coincidía en el mismo día de la semana, un Frente Popular de izquierdas ganó las elecciones y gobernó durante unos meses hasta que un golpe de Estado militar dio inicio a una sangrienta guerra civil.

Esa Guerra Civil se prolongó durante cuatro décadas en una dictadura que gobernó nuestra tierra y, sin embargo, no existe un estado de emergencia nacional ante el hecho de que un buen puñado de ayuntamientos y no pocas comunidades autónomas tengan gobernantes de derechas que cuentan con el apoyo de la ultraderecha neofranquista, o franquista a secas.

Esto no demuestra que cuarenta años de democracia hayan servido de poco, ni tampoco que eso que los españoles de derechas e izquierdas pergeñaron en el 78 no haya servido para nada, sólo sirve para recordarnos que los pueblos que no afrontan y solucionan sus problemas ancestrales están condenados a repetirlos. La demostración de que la democracia, pese a haber contado con uno de los recorridos más largo de nuestra historia, no siempre puede superar los males atrapados en la Historia. Nuestra Historia.

Uno de esos males, siempre a flor de piel, uno de aquellos que no se curan con el simple paso del tiempo, dejando correr los años, escondido en el montón de carpetas de asuntos que se solucionan con el tiempo, sobre la mesa de cualquier gobernante de turno. La cuestión social.

La omnipresente cuestión social que actúa transversalmente recorriendo cada política pública. La que ya se encontraba en el origen de cada revuelta medieval para incendiar unas veces el palacio señorial, otras una judería, sin que faltara alguna que otra iglesia. Aún lo recuerda, esto de la quema de iglesias, cada vez que puede, la Presidenta de la Comunidad de Madrid que siempre parece hablar de oídas.

Todos sabemos a posteriori cuál fue la chispa que desencadenó cada uno de estos sucesos y la siempre implacable respuesta del poder de turno, sable en mano a lomos de un caballo, o a base de cañonazos contra las improvisadas barricadas callejeras.

Pero muy pocos son capaces de escarbar en busca de las raíces sobre las que se elevaron los malestares combustibles que prendieron con sólo presentir la presencia de la chispa del chisquero, mechero, chispero, o pedernal. Da igual el instrumento con tal de que la lumbre prenda. Importa poco también quien hace saltar la primera chispa.

La cuestión social sigue hoy tan viva como lo ha estado siempre. En momentos de bonanza, puede parecer que las migajas que caen de la mesa bien surtida, son más que suficientes para satisfacer a quienes aguardan a que los comensales principales se encuentren saciados, para engullir los restos abundantes casi intactos.

Llegan las crisis y las migajas dejan de caer de la mesa, las sobras disminuyen y hasta las fauces de los cubos de basura pasan hambre. Entonces la indignación crece, pero no estalla porque el miedo a perder lo poco que se tiene lo inunda todo. El sálvese quien pueda y su correlato de insolidaridad toman posiciones y paralizan cualquier intento de organizar la resistencia.

Es el tiempo del paro, recortes, ajustes, debilitamiento de los sistemas de protección social, la sanidad, la educación, los servicios sociales, las políticas de vivienda, las pensiones, la atención a la dependencia.  Todas esas cosas que hacen más fácil la vida de las personas y las familias.

Entonces llega la recuperación y pudiera parecer que la senda de la reactivación de la economía traerá también vías paralelas de creación de empleo y recuperación de derechos perdidos. De hecho el número de millonarios se ha multiplicado durante la crisis.

Pero no. La recesión se columpia en nuestro patio. Unas veces va y otras viene. La crisis ha dejado su huella indeleble en un empleo temporal y precario, unos salarios devaluados, unas condiciones de trabajo degradadas. No va a ser fácil desde este nuevo gobierno dar la vuelta a esa tortilla, pero es lo que toca.

Es el momento de rectificar, abolir, derogar, la reforma laboral apostando por la estabilidad en el empleo, el restablecimiento de la relación de causalidad que permita que un puesto de trabajo fijo deje de ser ocupado con contratos temporales que se encadenan, o van rotando. Dando de nuevo valor al convenio colectivo.

El riesgo de las sociedades líquidas en las que navegamos en frágiles barquitos de papel, es que pueden no garantizar la más elemental cohesión.  Es tiempo de fortalecer la única patria que existe, la de los derechos sociales a los que hemos hecho referencia, los que los hacen libres e iguales. Derecho a la educación, la sanidad, los servicios sociales, las pensiones, la dependencia, la vivienda, los transportes públicos.

Hay retos económicos, productivos, territoriales, ecológicos, pero la cuestión social sigue siendo la pieza central, la dovela mágica, la clave de la bóveda que nos protege del sol, del frío, del miedo a la oscuridad. El elemento que nos permite sentirnos parte de un mismo proyecto de país, patria, o como prefiramos llamarlo.

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