Cuentan que vivimos en el Antropoceno, este periodo geológico que parece que nos ha tocado en suerte, marcado por el brutal impacto de la actividad humana, depredadora, extractiva, industrializadora, carbonizante, capaz de abocar a la extinción de nuestra especie sobre el planeta.
De eso se trata en estos momentos. No tanto de la protección y preservación del planeta, sino de la supervivencia del ser humano en el mismo. El planeta no necesita ser salvado porque sobrevivirá a nuestra especie. Otras especies colonizarán los valles, las colinas y los mares. Seremos nosotros los que desapareceremos, si no hacemos algo y pronto, para evitarlo.
Como bien nos recuerda Leopoldo Abadía,
-No paramos de preguntarnos qué mundo dejaremos a nuestros hijos, cuando la cuestión es qué hijos dejaremos al mundo.
Serán ellos los que tengan que aprender que no nos encontramos en una encrucijada de muchos caminos, porque en realidad no hay más que dos caminos posibles, el de la construcción de un mundo libre, justo, democrático y sostenible, o la continuidad de nuestro suicida empeño de agotar los recursos, agravar las desigualdades, imponer globalmente las nuevas dictaduras del capitalismo de vigilancia, profetizado por Shoshana Zuboff, el desprecio de los derechos humanos, la destrucción de nuestra vida como especie.
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