
Es extraño este mundo en el que nos ha tocado vivir. Se acabaron las vacaciones, volvemos a la rutina, a los colegios de los niños, al trabajo imprescindible y rutinario, al estudio necesario y anodino. A la charla de café, de banco en el parque, de barra de bar. Al debate político en bucle. Al supermercado atestado. Al cotilleo tertuliano de los muertos y los vivos.
Cada cual desgrana sus preocupaciones, exhibe su plumaje, oculta sus miserias. En una de esas, un compañero de trabajo nos cuenta lo preocupante que es que millones de árboles estén ardiendo en Brasil. Comparte con nosotros la conciencia (tal vez aprendida en la televisión) de que ese pulmón planetario que es la Selva Amazónica no debe desaparecer, al menos si queremos que la vida en el planeta tenga una oportunidad.
A continuación nos cuenta sus vacaciones de nueve días, ocho noches, en un lejano país a 10.000 km de distancia. Las decenas de horas de vuelo, los exóticos paisajes, las sorprendentes comidas y los insólitos y afables habitantes que deambulan buscándose la vida por aquellos parajes.
Son charlas de café. Pero si lo piensas un poco, tan sólo ese viajero de avión, que ha recorrido algo así como 20.000 km en su ida y vuelta, ha terminado emitiendo más de 250 gramos de CO2 por cada kilómetro recorrido. La cantidad resultante, sin tomar en cuenta el resto de contaminantes emitidos por el avión, me parece desproporcionada para un solo viajero, pero esas son las cifras que publican los organismos internacionales. Lee el resto de esta entrada »