La pobreza es una condición de la que todos renegamos, que nadie queremos, que sólo aceptamos en otros, que nunca se corrige. Y no es que nos falten buenas constituciones, leyes que luchan contra la pobreza, instituciones, organismos, servicios públicos y un interminable número de organizaciones de carácter social que trabajan con los pobres para sacarlos del atolladero.
Y, sin embargo, los pobres siguen existiendo, de forma que podemos legítimamente dudar de la eficacia y de la eficiencia de nuestro entramado social para acabar con la desigualdad y la pobreza. Las leyes son universales, iguales para todos, pero muchos son los pobres y muy poderosos y pocos los ricos que deberían comprometerse en cumplir y hacer cumplir las leyes.
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