Un albatros llamado Baudelaire cumple 200 años

julio 10, 2021

A menudo, para divertirse, suelen los marineros

dar caza a los albatros, vastos pájaros de los mares,,

que siguen, indolentes compañeros de viaje,

al barco que se desliza sobre los amargos abismos.

Así es la vida, una visión fugaz que perdura en el tiempo. Alguien la plasma en el papel, siguiendo ese raro vicio de escribir la vida sobre el que nos habla Manuel Rico en su último libro y que termina marcando a toda una generación. Algo así ha pasado con El Albatros de Charles de Baudelaire, ese imponente poeta que acaba de cumplir 200 años sin haber perdido un ápice de fuerza en sus ideas y de belleza en sus poemas.

Baudelaire navegaba, con apenas 20 años, hacia los los Mares del Sur en una larga expedición de comerciantes, militares, hombres de negocios, dispuestos a construir sus vidas en la lejana Calcuta, un largo viaje de año y medio impuesto por su padrastro, un alto militar represor de levantamientos populares, para reconducir la vida bohemia y libertina del joven estudiante parisino. Es en ese trayecto cuando la visión del albatros sobre la cubierta del barco se convierte en poema.

Apenas los arrojan sobre las tablas de la cubierta,

esos reyes del azul, torpes y avergonzados,

dejan que sus grandes alas blancas se arrastren

penosamente al igual que remos a su lado.

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EL DOS DE MAYO

mayo 2, 2014

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Llegamos así al 1º de Mayo de 1808, día en el que el desfile de Murat y sus tropas francesas es acogido por la bronca y los silbidos del pueblo de Madrid. El 2 de Mayo, los franceses intentan sacar de Palacio al menor de los hijos de Carlos IV. Un grupo de madrileños intenta impedirlo, hasta que un batallón de la guardia dispara la artillería contra ellos. Esta refriega enciende toda la ciudad.

La población intenta bloquear los accesos a Madrid por la calle de Alcalá, hasta que son empujados por la caballería hacia la Puerta del Sol. Mal armados, los madrileños responden, con todo lo que tienen a mano, a las embestidas de las tropas de mamelucos egipcios, en una refriega que quedaría inmortalizada por Goya en la Carga de los Mamelucos.

Al final, los cañones impusieron su ley y, a los muertos de la revuelta popular, se suman de inmediato los ejecutados en el claustro de la iglesia del Buen Suceso. La venganza continúa durante la noche por toda la ciudad. Es también Goya, quien mejor ha retratado aquellos fusilamientos del 3 de Mayo.

El pintor, hasta ese momento, había realizado cartones para tapices, con escenas festivas y luminosas, en las que no deja de reflejar la realidad social, como en el Albañil Herido. También eran reconocidos sus retratos, en los que refleja cruelmente las bajezas y defectos de buena parte de la familia real -en los que solo se salvan los niños-, o de personajes ilustrados afines a sus ideas, como Jovellanos, escritores como Moratín, actrices como la Tirana, toreos como Pedro Romero o las majas.

A partir del 2 de Mayo, Goya quedará marcado por la crueldad de la represión y los Desastres de la Guerra, las Pinturas Negras, los Caprichos y Disparates, que podemos admirar en el Prado reflejarán la amargura que se apodera de su carácter, acentuada por la tristeza y la desesperanza ante el régimen absolutista impuesto por Fernando VII. Huyendo de esa España, más negra que nunca, se refugia en Burdeos, donde antes de morir recupera la paz perdida y, a sus 80 años, se inicia en la técnica litográfica, recogiendo de nuevo escenas populares y festivas, como la serie de Toros de Burdeos, y nos lega una pequeña obra maestra como la Lechera de Burdeos, precursora del impresionismo.

Pocos pintores entendieron como él, plasmaron las alegrías y sufrieron con tal intensidad, con tanta compasión, el dolor del pueblo madrileño.

Volvamos al 3 de Mayo. La campana del Buen Suceso tocó interminablemente a muerto. Los cadáveres fueron enterrados en los propios fosos de la iglesia, que fueron cegados. Paños negros cubrieron el lugar.

Bien se puede decir de Madrid, al igual que en la canción dedicada a Asturias, que ha tenido dos ocasiones de jugarse la vida en una partida y las dos se la jugó. El 2 de Mayo y el No Pasarán son mucho más que símbolos madrileños y forman parte de la cultura humana de la lucha por la libertad.

Francisco Javier López Martín