No quiero acabar el año sin recordar a Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, que ha cumplido 190 años, sin haber perdido un ápice de actualidad. Me parece mentira que aquel diácono anglicano, cuyo verdadero nombre era Charles Lutwidge Dodgson, de espíritu abierto, más allá de sus cantos a una nueva racionalidad y su desprecio por cuanto de sensiblero y romántico se manifiesta en los seguidores de Byron, Shelley, o Wordsworth.
En aras de esa nueva forma de ver el mundo, desde la coherencia y el realismo, Lewis se adentra en un empeño de desentrañar el mundo desde la lógica y la matemática, pero sin dejar de cultivar artes como la fotografía, o la literatura y utilizando el nonsense, con la misma fiereza con la que Valle-Inclán enarbolaba el esperpento.
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