Que el pueblo se lo demande

diciembre 1, 2020

Pasan los meses de gestión del nuevo Ingreso Mínimo Vital (IMV) y hay en torno a un millón de solicitudes), aunque se han resuelto poco más de 300.000, de las cuales se han rechazado cerca del 60 por ciento. El ministro de la Seguridad Social un día dice que la mitad de los solicitantes van a ser rechazados y otro día cuenta que entre un 20 y un 30% no van a cobrar porque no reúnen los requisitos. Algo no marcha desde el principio, alguien no se ha creído este proyecto y el propio gobierno lo sabe.

Se empeñaron en crear una nueva prestación económica para personas sin ingresos cuando ya existían programas de rentas mínimas en todas las comunidades autónomas. Se empeñaron en inventar la pólvora sin tomar en cuenta que no tenían capacidad, aún más en tiempos de pandemia, para hacer frente al alto número de solicitudes que podía producirse.

Para completar el desatino, en esas ansias que los gobernantes suelen demostrar a la hora de controlar los posibles fraudes de los más pobres (que nunca se corresponde con la misma diligencia con respecto a los más ricos), el gobierno se dedicó a poner condiciones extenuantes en la normativa de creación del Ingreso Mínimo Vital (IMV) para controlar el acceso.

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L´esquerra al vent

noviembre 12, 2017

Hace unos días unos amigos de La Izquierda me invitaron a participar en un acto en el Ateneo de Madrid. Presentaban un Manifiesto en el que realizaban un llamamiento a la unidad de la izquierda, para recuperar el protagonismo de las fuerzas progresistas en la superación de una situación política y económica que trae al país por la calle de la amargura.

Saben mis amigos que no milito en ningún proyecto político en estos momentos. Por eso me piden que mi intervención se dedique a explicar cómo veo hoy la izquierda y las posibilidades de unidad de la misma. No parece tarea fácil, cuando la izquierda se manifiesta incapaz de conjurar la maldición del sectarismo y la división.

Uno es de izquierdas por nacimiento, por convicción, o por las dos cosas al mismo tiempo. Mi abuelo paterno vivía en la Sierra de Guadarrama, pertenecía a la UGT y al PSOE. Ya he contado en otras ocasiones que partió voluntario a la guerra con sus 42 años a cuesta (le llamaban el abuelo) y nunca volvió. Aún no sé dónde murió. Dejó mujer y tres hijos. Luego, mi abuela, recogió a una niña huérfana del pueblo y ya eran cuatro hijos en esa familia sin padre.

En la otra rama de la familia, mis abuelos maternos dirigían las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), en su pueblo, cercano a Talavera de la Reina. El avance de las tropas sublevadas el 18 de julio del 36 les llevó a huir por los caminos para llegar a Madrid. Mi abuelo combatió, fue soterrado por una bomba y terminó pagando con la cárcel su osadía. Mi abuela también fue encarcelada, en la misma cárcel en la que se encontraban las 13 Rosas. Sus siete hijos repartidos entre familiares y hospicios.

Ese es mi ADN. Pero el destino no está escrito. Podría haber acabado siendo de derechas, conservador, o fraile. Pero también, en este caso, la vida se conjuró para que viviera en un barrio obrero. Un barrio rodeado por fábricas como Marconi, Barreiros, Standard Eléctrica y pespunteado con pequeños comercios y talleres.

La gente decente que he conocido era, casi siempre y mayoritariamente, de izquierdas. Fueron esas personas trabajadoras las que condujeron mi personal transición hacia la democracia. No sabíamos qué cosa sería aquello. La libertad, a fin de cuentas, era un  sueño siempre postergado en la pesadilla del franquismo.

Por eso, ahora, cuando veo algunas gentes poner en solfa y cuestión aquel camino, eso que llaman, despectivamente, el régimen del 78, no puedo dejar de sentir tristeza por la tremenda injusticia que se comete con cuantos combatieron el franquismo e hicieron palanca para traer la libertad.

Para entender aquel momento y las decisiones que tomaron hay que recordar lo que decía Largo Caballero, en Berlín, tras ser liberado en 1945, por el Ejército Rojo, del campo de concentración nazi de Sachsenhausen: Hace algunos años, en un mitin celebrado en el cine Pardiñas de Madrid hablamos Besteiro, Saborit y yo. En mi peroración dije, Si me preguntan qué es lo que quiero, contestaré República, República, República. Hoy si me hicieran la misma pregunta respondería: Libertad, Libertad, Libertad. Pero libertad efectiva; después ponga usted al régimen el nombre que quiera.

No había dejado de ser, el Lenin español, socialista y republicano. No se había hecho monárquico, ni mucho menos fascista. Había entendido la necesidad de priorizar la libertad, tras el horror sembrado por el terror nazi. Esas son las banderas que la izquierda no puede dejarse arrebatar. Las banderas de la libertad, la igualdad y la solidaridad.

Para ello la izquierda necesita unidad, que no uniformidad. El mérito no consiste en unir a los que piensan igual, sino en mantener unido lo diverso y plural. Aceptar el debate a tumba abierta, respetar las decisiones mayoritarias, integrar a quienes quedaron en minoría. Abandonar la enfermedad infantil del egoísmo sectario que nos hace creer que nuestras pasiones coinciden con el interés general.

Esa es hoy la responsabilidad de la izquierda española. Construir la unidad para que el momento histórico que afrontamos se resuelva a favor de quienes más necesitan sentirse libres e iguales.

Hubo un día en el que tiramos la estaca. Hoy la responsabilidad exige ponerse en marcha, recorrer nuestro propio camino, Nosaltres al vent, la cara al vent, el cor al vent, les mans al vent, els ulls al vent, al vent del mon.


2015, NO SE ME OCURRE OTRA MANERA

enero 3, 2015

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Y ha llegado 2015, como el niño deseado por todos. El año en el que comenzará la recuperación económica y podremos permitirnos algunas limosnas de ingeniería social, recuperando un buen puñado de votos perdidos, piensan unos. El año en el que consolidaremos un nuevo líder y romperemos la mala racha que nos dejaron los inexistentes brotes verdes, piensan otros. El año en el que se hará realidad el fenómeno mediático, se prometen felices unos terceros, aunque para ello haya que retranquear las protuberancias programáticas y limar las aristas que asustan al público en general. El año en el que lo que era pequeño, será grande y, en muchos casos, llave inevitable para la gobernabilidad de Ayuntamientos, Comunidades y el mismísimo Estado que, por más estigmatizado que se encuentre, no deja de ser menos deseado y deseable.
Son los sueños de los políticos. Porque 2015 es un sueño que se libra en la cama de la política. Estamos ante un año electoral y todo sueño que se precie aspira al poder que emana de las urnas. Tiene su lógica. Es el momento de la política. Tal vez por eso muchos de cuantos han emergido, a lo largo estos años, desde las filas de una sociedad hastiada de los recortes, aplicados como indiscriminada receta para superar la crisis, recomponiendo los beneficios y procurando un nuevo reparto de la riqueza en favor de los más ricos, se preparan para intervenir en política. Tal vez porque son muchos y muchas, los que no quieren que la desigualdad y la libertad sean las víctimas propiciatorias de todo este montaje al que llaman crisis.
Muchos líderes surgidos de los movimientos sociales, algunos de ellos nacidos del descontento, la indignación y el hartazgo de una política endogámica, cargada de vicios y acostumbrada a un devenir que poco o nada tiene que ver con el del común de los mortales, se presentarán al concurso político, junto a otros que esperaban su momento, recluidos en universidades, o en tareas profesionales. Se han sentido llamados a participar en la regeneración de una forma de entender la política que muestra signos evidentes de agotamiento, tras 35 años de trayectoria democrática y que acusa los golpes de una crisis económica, social y política con pocos precedentes.
No es malo que la política renueve sus caras, e incorpore gentes venidas de otros espacios. Muy al contrario, parece saludable la permeabilidad entre la cosa política y la marea de una sociedad en constante transformación. No es un mero asunto de renovación generacional, porque muchos de los nuevos actores políticos llevan toda su vida, más corta o más larga, interviniendo como actores sociales. Eran jóvenes concejales, asesores políticos, dirigentes de organizaciones sociales, líderes estudiantiles, profesionales con larga trayectoria, profesores de universidad, dirigentes sindicales.
Tampoco me parece que se trate, tan sólo, de poner en marcha una nueva política, aunque sí de aplicar nuevas formas de hacer política. Los nuevos órganos de dirección que surgen de los procesos de renovación en las fuerzas políticas tradicionales, o en los nuevos fenómenos políticos, no parecen especialmente preocupados por integrar la diversidad y la pluralidad de la sociedad que les nutre. Las direcciones que se configuran suelen ser monolíticas y abundan los llamamientos a los perdedores, para que se aparten a un lado, cuando no a que se vayan, en el caso de no compartir el proyecto ganador.
Hasta las primarias dejan muy poco margen a otra renovación que no sea la de las caras que figurarán en la cartelería electoral. No es poco, pero tampoco mucho, cuando comprobamos que parecen ser los aparatos internos, de uno u otro signo, más viejos o más nuevos, los que terminan imponiéndose a la hora de elegir no sólo al líder, al cabeza de turco en el caso de una derrota en las urnas, sino en la decisión sobre el resto de la lista electoral. Haz tu la ley y déjame los reglamentos, cuentan que decía Romanones.
Bien, en todo caso, por la renovación de personas, bien por la incorporación de jóvenes, bien por el ensayo de nuevas formas de hacer política que permitan más transparencia y participación. Sobre todo si consiguen establecer los controles y cortafuegos necesarios para acabar con la corrupción instalada en el centro de las instituciones.
Pero ni todo lo pasado fue malo, ni todos los políticos fueron corruptos, ni todo lo nuevo será bueno y mejor. Pensar lo contrario supondría que diéramos por bueno a Lampedusa y su famoso eslogan «revolucionario», Que todo cambie para que todo siga igual. Y no parece que sea eso lo que necesitamos como país y como sociedad.
Por eso creo que, aunque vivamos tiempos de política electoral, conviene fijar la atención en algunas de las raíces del problema que tenemos. La crisis española tiene componentes propios y hunde sus raíces en vicios que tienen que ver con un modelo de crecimiento poco sano, por no decir enfermizo. La alianza entre sectores inmobiliarios, financieros y políticos ha creado y mantenido, durante décadas, un espejismo de crecimiento con escasa base productiva y poco interés por la innovación, la investigación, la industria, la calidad de nuestros productos y servicios.
Pero además, la sociedad ha perdido protagonismo, interlocución, influencia en la política. Basta comprobar cómo dos huelgas generales y manifestaciones masivas contra las reformas y recortes laborales han sido ninguneadas sistemáticamente. Basta comprobar cómo protestas ciudadanas contra las políticas de recortes aplicadas en la educación, la sanidad, los servicios sociales, no surten efecto político alguno, salvo que se acerque un periodo electoral.
No se trata sólo de que las manifestaciones sean masivas, sino que no obtienen lectura alguna por parte de una política entregada a la autocomplacencia del gobierno de turno. Al principio parece que no pasa nada por proceder de esta manera, pero, mas temprano que tarde, comienzan a aparecer la incertidumbre, el desapego, la indignación y el rechazo, ante una política y unos políticos que no han entendido que son elegidos como representantes, que no como dictadores cuatrienales y que tienen la obligación de gobernar desde el diálogo permanente con la sociedad.
No es un problema constitucional, porque es nuestra Constitución la que asigna a los partidos políticos un papel vertebrador de la voluntad política y a los empresarios y sindicatos, a las organizaciones sociales, el de representar los intereses que les son propios. Es nuestra Constitución la que establece la obligatoriedad de los poderes públicos de asegurar la participación social en la política.
Solemos pensar que elegimos a alguien para gobernar y si lo hace mal lo cambiamos. Parece una fórmula sencilla y hasta útil, pero no lo es y además es nefasta. La política, como cualquier tarea humana que afecta a nuestras vidas, es tan importante para las personas, que no puede dejarse en manos exclusivas de los políticos.
Estamos ya en 2015. Se avecinan importantes citas políticas. Hay quienes anuncian grandes cambios de todo tipo. Esperemos que esos cambios no consistan en consolidar las injusticias perpetradas durante y en nombre del combate contra la crisis. Esperemos que los derechos usurpados sean restituidos y no pasen a formar parte del inventario de los beneficios de los ganadores de la crisis. Esperemos que tanto cambio no se ventile con un nuevo pacto entre la política y la economía, tras el que pervivan los problemas de fondo y todo quede reducido a un cambio de apariencias. Ya se sabe que las apariencia engañan.
Esperemos que esos cambios que se anuncian y avecinan, aseguren que el futuro de este país se asiente sobre bases económicas, educativas y sociales más sólidas y que esas bases vayan impregnadas de una cultura de la convivencia, que tenga que ver más con la honestidad y la dignidad, que con el pelotazo y el todo vale. Una cultura de la libertad, la igualdad y la solidaridad.
Y para que esto sea así no basta esperar a que las cosas ocurran. No basta elegir nuevos gobernantes. Será necesario algo más que manifestarse en las calles y protestar con ahínco renovado. Necesitamos construir una sociedad vertebrada y organizada que hable de tu a tu a la política. Que defienda sus intereses en la calle y en la propuesta creíble y realizable. Que desarrolle y consolide el Estado Social y Democrático de Derecho que establece la Constitución.
Necesitamos una sociedad que dialogue con el poder político y unos políticos que desarrollen su capacidad de mirar, escuchar y dialogar con la sociedad. El acuerdo entre los representantes de la sociedad y aquellos que son elegidos por la ciudadanía para gobernar un país, una comunidad autónoma, no debería ser algo excepcional, sino el pan nuestro de cada día.
Por eso, en estas primeras horas de 2015, no se me ocurre otra manera que ser sindicalista. No digo con ello que todos tengan que serlo, aunque no sería malo que quienes trabajan, o han trabajado, o se encuentran en el paro, se agrupasen en sindicatos para defender los valores y los derechos de todos los trabajadores y trabajadoras.
No niego que haya en la sociedad tareas tan dignas como ésta de ser sindicalista. Muy al contrario, creo que ha llegado precisamente el momento de que cada cual se enfrente al deber y la responsabilidad, puesto que la libertad es el ejercicio de una responsabilidad, de hacer bien aquello para lo que se encuentre más preparado. Ya sea la ciencia, la cultura, la albañilería, el comercio, la producción industrial, la enseñanza, la sanidad, o cualquier otra tarea humana.
Hablo, por lo tanto, en primera persona y a título personal. No se me ocurre otra manera que defender a los compañeros y compañeras de @cocacolaenlucha. A cuantos son perseguidos por ejercer su derecho a la huelga y la manifestación. A esas mujeres que combaten sin descanso por la dignidad de su trabajo, en las grandes superficies y cadenas comerciales, en la ayuda a domicilio, en la limpieza de edificios y locales, en los comedores escolares y de empresa. A cuantos ven amenazado su empleo, a quienes lo han perdido, a quienes nunca lo han tenido. A esas personas golpeadas por la crisis a las que se les niega el futuro.
En 2015, en esta España cargada de demonios, No se me ocurre otra manera que seguir en pie de guerra, en la lucha sindical. En mi caso, en las CCOO. Por lo demás, Feliz Año, a todas y todos.
Francisco Javier López Martín