Madrid ya no es lo que era

Tal vez deberíamos admitirlo. Me refiero a esos que hemos sido, creemos que somos y pensamos que seremos de izquierdas. Deberíamos admitir que puede que los madrileños declaren que no son de derechas ni de izquierdas, pero terminan votando mayoritariamente derecha. Y lo peor no es eso, sino que muchos de ellos votan ultraderecha.

El mapa político de Madrid se ha teñido de azul. Casi el 41 por ciento de los votos ha ido al PP y casi otro 16 por ciento se ha decantado por dos grupos ultraderechistas. Uno de esos grupos, recién nacido, ha sido creado digitalmente por un viejo seguidor de UPYD, luego joven jefe de gabinete de Tony Cantó, en su etapa valenciana y ahora famoso por sus insultos y por la propagación de noticias falsas en las redes sociales.

-Andalucía, crisol de España, mi hermosa tierra tan olvidada,

decía el famoso popurrí de la comparsa carnavalesca y gaditana Nuestra Andalucía, allá por 1977, antes aún de que tuviéramos una Constitución del 78 que llevarnos a la boca. Pero si Andalucía tiene la forma de crisol en el que se funde España, Madrid es hoy, en el centro peninsular castellano y mesetario, el agujero negro que se traga a España, concentra su masa, impide que ni una sola partícula escape del núcleo capitalino.

Madrid es capaz de curvar el espacio-tiempo, deformarlo en los espejos cóncavos y convexos del callejón del Gato, teorizado no por Einstein, ni por Stephen Hawking, sino por Ramón María del Valle-Inclán y descrito como teorema del Esperpento, en una de sus famosas noches de bohemia.

Madrid, centro de la galaxia que compone España, con su peculiar horizonte de sucesos que, como eficaz frontera, nos separa del resto de España. Madrid es una España reconcentrada. La España profunda no está a cientos de kilómetros de este agujero mesetario, que ya nos mostró Antonio Machado,

Castilla miserable, ayer dominadora,

envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.

¿Espera, duerme, o sueña?

Hay pueblos en este Madrid donde la concentración de la masa de  votos de la derecha y la ultraderecha llega al 70 por ciento. Pueblos en los que tan sólo el voto de ultraderecha alcanza a uno de cada cuatro votantes. No soy politólogo, ni sociólogo, ni demógrafo, ni tan siquiera periodista, ni ninguna de esas profesiones de moda de las que se nutren las tertulias televisivas y radiofónicas.

No hay que ser un experto de afilada lengua y atinado pensamiento, para intuir que mucho debe haber cambiado Madrid para que el voto haya involucionado tanto, hasta el punto de que el Partido Socialista haya conservado una mayoría relativa tan sólo en algunos pueblos del cinturón rojo, mientras que el resto de fuerzas de izquierda se ha desplomando a pulso, por méritos propios.

Es cierto que la riqueza de Madrid ha aumentado considerablemente en las últimas décadas y que la renta media de la Región es la más alta de España.  Y también es verdad que la tasa de paro es una de las más bajas de España, muy lejos de Andalucía, Extremadura, Baleares, o Castilla La Mancha. En Madrid se encuentran las sedes centrales de la mayoría de las grandes empresas y más de la mitad de las inversiones extranjeras pasan por Madrid. Es lo que tiene ser la capital.

Pero también ese efecto se traduce en que ese desarrollo no es homogéneo y las desigualdades aumentan. Entre los territorios que componen España, en Madrid los ricos son más ricos y la brecha que mantienen con respecto a los más pobres es la más alta de España.

Los precios de nuestras viviendas son los segundos más caros de España y los segundos también en crecimiento interanual. Estos precios hacen que, aunque los salarios de nuestros jóvenes sean relativamente mayores que los de otros jóvenes españoles, las dificultades para emanciparse sean similares a la media española. Es decir, por encima de los 30 años.

La ultraderecha está sabiendo jugar sucio, utilizar esas contradicciones y contarnos que todos los males vienen de asuntos como la inmigración. Es cierto que en el año 2000 los extranjeros empadronados en la Comunidad de Madrid no llegaban a 300.000, mientras que veinte años después se han multiplicado por tres y superan 1.000.000 de personas.

El efecto sobre las ciudades y los pueblos de Madrid no puede ser obviado y la ultraderecha sabe utilizar la mentira para culpar al extranjero, al otro, al distinto, de todos los males. Desde la falta de empleo, a las ocupaciones de viviendas, desde los bajos salarios hasta la falta de vivienda, desde el desbordamiento de la sanidad pública, hasta el aumento del fracaso escolar y el acaparamiento de subvenciones y ayudas de todo tipo.

Por su parte la izquierda, entregada a los problemas identitarios de todo tipo, número y elección, los nacionalistas de cualquier clase y condición, eso que los estadounidenses denominaron woke, ha perdido  la iniciativa, la capacidad de leer e interpertar el mundo para poder explicarlo, sumar fuerzas y transformarlo. La izquierda parece sólo reaccionar a la defensiva, para evitar que llegue la ultraderecha, mientras debate si lo que viene a galope tendido son galgos o podencos.

Me temo que veremos en el inmediato, grandes debates sobre la unidad de la izquierda y si es mejor llamarse Frente Popular, o Frente Amplio. Y si debe encabezar las listas tal o cual figura relevante y si tal o cual partido consigue o no un puesto asegurado de salida.

Me gustaría, por el contrario que la izquierda de los enredos endogámicos dejara paso a otra izquierda pegada a los problemas de la gente. Con soluciones y propuestas fiscales, educativas, sanitarias, de empleo, de vivienda, de defensa de las pensiones.

Una izquierda más ocupada en transformar el mundo, en dar una oportunidad de igualdad, libertad y apoyo mutuo en cada pueblo, en cada barrio, en cada vida, que en resistir numantinamente los embates de una ultraderecha envalentonada.

No hay aparentemente un horizonte electoral inmediato, pero el tiempo siempre es escaso y juega a la contra para abordar en Madrid este debate y construir una izquierda que genere la energía suficiente para escapar del agujero negro en el que estamos metidos.

Estamos a tiempo.

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