APRENDICES Y FORMACION DUAL EN EUROPA Y EN ESPAÑA

marzo 29, 2016

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Cuando hablamos de la Formación, en un contexto de paro elevado y crisis económica, tendemos a creer que esa formación va a solucionar el problema por si misma. Los propios responsables políticos alimentan esta gran mentira al afirmar, cada vez que inauguran un nuevo programa de Formación, que va a mejorar mucho la empleabilidad de quienes participen en el mismo.

Y no es que sea mentira que la empleabilidad aumenta cuando se está más formado, pero si no hay puestos de trabajo, no hay empleo que valga. Y si el empleo que te ofrecen es un empleo basura, pues lo único que tendrás es precariedad, por muy cualificado que estés.

Lo cierto es que, si la economía genera empleo, es más probable que lo ocupen las personas más cualificadas, pero también es cierto que la cualificación, por si misma, no crea empleo, al menos de forma inmediata.

Otra cosa es que un buen nivel de cualificación de las personas atrae inversiones que necesitan de esa cualificación y que no van allí donde el nivel formativo es bajo. Pero estos son movimientos en el medio y largo plazo y no coyunturales y rápidos.

Cuando hablamos de la formación dual, que combina formación teórica y práctica en las empresas, podemos correr ese mismo riesgo de entonar un mantra repetitivo y pensar en una solución idílica de los problemas de empleo, para terminar descubriendo que esa formación dual no es más que la antesala de la precariedad laboral para toda la vida. Una formación que, en el caso español, condena no pocas veces a ser aprendices de por vida, a base de contratos de formación, becas, prácticas y demás eufemismos que tan solo ocultan alta temporalidad y mucha, mucha, explotación laboral y precariedad.

Vivimos un momento político muy interesante, que debería permitirnos afrontar los problemas y abordar soluciones reales. De hecho, aún antes de formarse gobierno, ya existen algunas iniciativas parlamentarias (me acaba de llegar a las manos la del Grupo Parlamentario de Podemos-En Comú-En Marea) que abordan el problema concreto de las prácticas no laborales en las empresas, que realizan estudiantes universitarios y de formación profesional (FP).

Creo que son los primeros pasos que van en la buena dirección y tan sólo espero que el nuevo gobierno, que deseo no tarde demasiado en constituirse, ponga en marcha medidas para aprovechar un escenario europeo favorable a vincular formación con prácticas, pero evitando la explotación laboral y la precariedad en dichas prácticas. Porque es verdad que la formación dual, cuando se aplica en condiciones decentes, contribuye a que el paro no sea tan elevado entre las personas jóvenes.

Así ocurre en Alemania, en Holanda o en Austria, por poner algunos ejemplos. Además, en estos países, la transición entre la formación y el empleo se ve facilitada. Eso sí, siempre que la formación se realice en el marco de centros educativos (FP, universidad), siempre que las prácticas se realicen en empresas que acrediten la calidad y obteniendo una titulación oficial de la cualificación adquirida. Siempre, por último, que se garantice a la persona que se forma realizando prácticas en las empresas, la condición de empleado, con un salario digno y con derechos laborales regulados con carácter general y en la negociación colectiva.

Se quejan los empresarios de que, pese al aumento de los niveles de cualificación formales (en 2025 tan sólo el 14 % de los trabajadores y trabajadoras europeos tendrán un bajo nivel de cualificación), las personas que contratan, no tienen la preparación que requiere el puesto de trabajo que van a ocupar. Pues bien, la formación dual, o formación con prácticas, es un buen instrumento para solucionar el problema. Y la Formación Profesional una herramienta muy útil para facilitar la inserción laboral.

De hecho, los jóvenes europeos aprecian cada vez más este tipo de formación. Más de la mitad de los jóvenes europeos que cursan el segundo ciclo de enseñanza secundaria, lo hacen en FP. Aunque las diferencias son muy notables entre países. Desde el 70% en Austria, al 13% en Chipre. Y junto a Austria, se encuentran Bélgica, Eslovaquia, República Checa, Alemania, Dinamarca, o Francia. Sin embargo el desarrollo de la formación dual, con prácticas en las empresas, es mucho menor y sólo el 27% de la personas en FP participan en este tipo de programas.

Aquí son países como Alemania y Dinamarca los que lideran la implantación de la formación dual, seguidos de Austria, Eslovaquia, Suecia. Francia se encuentra cerca de esa media del 27% y hay países como Bélgica que, pese a tener una alta tasa de estudiantes de FP, de ellos, menos del 5% participan en programas que combinen el centro educativo y el empleo.

El mito de una FP asociada a una formación de segunda categoría, en comparación con la Universidad, se puede diluir a medida que nuevas profesiones, como las Técnicas de Información y Comunicación (TIC), informática, energías renovables, sanidad, etc…) vayan incorporando estas cualificaciones y en la medida en que establezcamos pasarelas de homologación, equivalencia, tránsito, hacia la educación universitaria y desde la formación universitaria hacia la FP.

En España tenemos un problema añadido. El tejido empresarial cuenta con mucha pequeña empresa y microempresa y pocas grandes empresas, lo cual dificulta el desarrollo de la formación dual, con prácticas de aprendizaje, si tenemos en cuenta que las grandes empresas, son las que mejor aprovechan y utilizan esta modalidad de formación.

Queda, así pues, todo un trabajo de información, formación y desarrollo de la Formación Profesional con prácticas en las empresas, que anime y organice esa participación de pequeñas y medianas empresas en este tipo de programas.

Formar aprendices es mejorar la innovación y la capacidad futura de la empresa para asegurar su desarrollo. Significa también poner en contacto a trabajadores y trabajadoras mayores, con mucha experiencia, con jóvenes que aspiran a trabajar. Supone una cultura empresarial que huye del pelotazo y el beneficio rápido y fácil, para buscar cualificación, calidad y futuro. No es algo muy propio de la cultura empresarial española y así nos va. Pero también hay otro tipo de culturas empresariales y las culturas viciadas hay que erradicarlas promoviendo modelos más sanos y sostenibles de crecimiento.

Los empresarios que quieran afrontar este reto, van a contar con el apoyo cooperación de unos sindicatos que históricamente hemos apostado por Formación de Aprendices, y que ya desde nuestros orígenes, cuando los gobiernos no ofrecían estas posibilidades, crearon Escuelas de Aprendices en los más diferentes artes y oficios.

Lo mismo que pueden esperar unos gobiernos, central, autonómicos, o municipales, que quieran regular y promover la formación dual, la formación con prácticas, la formación de aprendices, para dotarla de garantías, calidad y derechos para quienes participen en la misma.

Es una propuesta que realizamos por enésima vez y que ha sido imposible con un Gobierno de crisis y recortes de derechos, pero que debe abordarse en el futuro inmediato, si no queremos perder el tren de la cualificación y el empleo.

Abordar una formación dual, que se asiente en bases distintas a las del actual contrato de formación y aprendizaje, para evitar el fraude generalizado y la explotación abusiva de nuestros jóvenes. Dotar de calidad a los períodos de prácticas, negociando un Estatuto de la Persona en Prácticas. Hay que revisar las malas prácticas y el mal uso de las bonificaciones empresariales y subvenciones que incorporan prácticas. Reforzar el diálogo social de los gobiernos, empresarios, representantes de las trabajadoras y trabajadores, sobre las condiciones de la Formación Dual.

Son cosas sencillas. Son propuestas razonables, de puro sentido común, que aprovechan la experiencia europea. Propuestas que cualquier gobierno debería acometer cuanto antes. Empecemos a demostrar a nuestra ciudadanía y a Europa que España no es tan diferente. Que no hay un pícaro, cuando no un corrupto, o un salteador de caminos, tras cada esquina. Que África no empieza en los Pirineos.

Francisco Javier López Martín


HÁBLALES DE NUESTRA GENTE

marzo 16, 2016

pedro patiño

Vivimos un tiempo intenso y apasionante. Semanas en las que hemos podido ver los efectos inesperados e imprevisibles de una votación de investidura fallida, en el Congreso de los Diputados, en la que un candidato de la izquierda ha sido apoyado por una fuerza política de la derecha, mientras que ha obtenido el voto en contra de otras fuerzas políticas de la derecha nacional, de la derecha nacionalista y del resto de la izquierda.

Visto desde otro país, la situación bien pudiera parecer incomprensible y entre los habitantes de la «contorna», los que vivimos en este lugar llamado España, tampoco se termina de entender bien qué está pasando, para que no haya manera de montar el puzzle del voto de la ciudadanía española, para conseguir la constitución de un gobierno.

Hemos conmemorado, un año más el 8 de marzo, comprobando de nuevo, de forma machacona y contundente, que la desigualdad, la discriminación, la violencia, siguen instaladas en nuestra sociedad, como en un empeño suicida de demostrar que España continúa siendo diferente y perfectamente capaz de seguir aburriendo a la Historia.

Venimos de una semana en la que hemos conmemorado el 12 aniversario de los atentados del 11-M, el más terrible golpe vivido por Europa, con 193 personas muertas y más de 1000 heridas.  Durante años, esos brutales atentados han sido utilizados por la pertinaz derecha cavernaria para dividir España y a las víctimas del terror. Es muy buena noticia que todas las víctimas y las instituciones hayan decidido acudir unidos al recuerdo, al homenaje y a la voluntad de fortalecer la libertad, la democracia y el combate contra el horror. Y, sin haber acabado el domingo, una nueva noticia, de un atentado con coche bomba en el centro de Ankara, con al menos 34 muertes y cientos de personas heridas.

Las imágenes de miles de personas, esperando ser acogidas como refugiadas en Europa, mientras duermen en barrizales y mueren en las aguas del Mediterráneo, no dejan de aparecer en las pantallas, seguidas de otras en las que los mandatarios europeos buscan no importa qué tipo de soluciones, con tal de evitar el estricto cumplimiento de la Declaración de Derechos Humanos, aún a costa de pagos y concesiones a terceros países para que hagan el «trabajo sucio». Tampoco importa el cómo.

En días como éstos, que se repiten semana tras semana, siento la tentación de justificar a aquellos que quieren a sus hijos e hijas lejos de tanta brutalidad y miseria humana. Aquellos que intentan rodearlos de un ambiente de seguridad, lo más lejos posible del contacto con ésta realidad, que ni nosotros mismos somos capaces de entender.

Es sólo una tentación pasajera, porque muy pronto me doy cuenta de que esa opción no existe y, aún cuando fuera viable por un tiempo, sus consecuencias pueden ser aún  peores que aceptar una realidad, por dura que esta sea. Se puede intentar jugar con un niño al trágico juego de La vida es bella, pero es difícil pensar en una versión, tan siquiera de dimensión europea, de la famosa película.

Además, la infancia es pasajera y elegir el momento en el que corremos la cortina, la edad en la que perdemos la inocencia, no sería tarea fácil. Puede que sea incluso empeño imposible. Puede que sea una imposibilidad buscada y premeditada. La infancia de por vida. Toda una vida en la infancia. Morir en el País de Nunca Jamás. Aceptar el mundo como nos lo anuncian, consumir el mundo como nos lo venden. Renunciar a ir creciendo, a adquirir paulatinamente el principio de la realidad. Ser siempre un niño pendiente de sus chuches. El consumidor ideal y perfecto.

No creo que sea un trauma, sino todo lo contrario, que nuestros hijos e hijas oigan a sus padres hablar libremente de su vida y de su historia. Creo que es bueno dejarles participar y opinar sobre aquellas cosas que nos preocupan, que son importantes para nosotros y por las que creemos que merece la pena interesarse, que deben ser defendidas, por las que hay que luchar y comprometerse.

Fui a los toros, en el pueblo, con mis padres. Mi padre me subía al entarimado donde se situaba la banda de música, en una plaza formada por carros. También asistí a algún partido de futbol con mis tíos, muy del Atleti ellos. No he desarrollado, con el paso de los años, una gran afición por los toros, ni por el futbol. Me he hartado de jugar a indios y vaqueros, siguiendo las abundantes películas del oeste y tampoco hoy comparto ideas que supongan la desaparición de las poblaciones indígenas.

Veo a muchos de nuestros hijos e hijas conectados por internet con otros niños y niñas que se hartan de matar zombis, o participar en batallas tremendamente cruentas. También construyen y diseñan complejos poblados, muchas veces con fines y objetivos defensivos, o de conquista de territorios. No creo que en el futuro sean necesariamente arquitectos, asesinos a sueldo, o mercenarios. Al menos si son capaces de leer, interpretar, construir la realidad.

En todo caso, me parece mucho más peligroso que les dejemos, sin control alguno, tomar contacto con esa realidad virtual desvirtualizada, sin hablarles de cosas como que, hace casi 80 años, en aquel invierno de 1939, la región francesa de los Pirineos Orientales, con una población de unos 230.000 habitantes, acogió a más de 350.000 españoles, soldados, ancianos, mujeres, niños, que huían de una cruenta guerra civil, que se había prolongado durante casi tres insufribles años.

Muchos de aquellos refugiados acabaron en campos de concentración, como el de Argelès-sur-Mer. No me parece peligroso contarle a mis hijas, a mi hijo, que uno de aquellos refugiados era, probablemente, su bisabuelo, que partió con 42 años a defender la República de los ataques golpistas del fascismo y que nunca volvió. Su pista se perdió, precisamente, en alguno de aquellos campos, o en la misma frontera cerrada durante mucho tiempo a cal y canto.

Tal vez muriera en los primeros bombardeos de la Guerra Mundial, o deportado en algún campo de concentración nazi, vendido por el gobierno de Vichy, o como consecuencia de las heridas sufridas. Tal vez puedan entender mejor lo que está ocurriendo hoy en las fronteras de Europa.

No me parece especialmente traumático hablarles de los hombres y mujeres, de aquellos trabajadores y trabajadoras que intentaban vivir en libertad y con derechos sociales y laborales, en la negra dictadura que asoló España durante cuarenta años. Se organizaban como buenamente podían en las CCOO y caían una y otra vez en manos de la policía. Los juzgaban en tribunales especiales llamados de Orden Público, los condenaban a décadas de prisión, a cadenas perpetuas, a penas de muerte.

Hablarles de algunos de ellos, como aquellos 10 de Carabanchel, la cúpula de las ilegales CCOO, que fueron detenidos el 24 de junio de 1972, mientras estaban reunidos en un convento y que fueron juzgados en el denominado Proceso 1001. Tuvieron la mala suerte de que el juicio comenzó el 20 de diciembre de 1973, precisamente el día en el que los terroristas de ETA habían decidido asesinar al Presidente del Gobierno de la dictadura franquista, el Almirante Carrero Blanco. Por eso, el mayor de ellos, llamado Marcelino y sus otros nueve compañeros, fueron condenados a largas penas de prisión. Algunos de ellos viven aún y pueden contar su historia.

Y hablarles de cómo, cuando ya el dictador había muerto y la dictadura estaba a punto de seguirle a la tumba. En ese momento difícil, en el que todavía no había nacido la democracia, un grupo de terroristas franquistas dieron muerte a unos jóvenes abogados, que trabajaban cada día en la defensa de la clase trabajadora y las asociaciones vecinales de Madrid. Aún muchos y muchas de esa raza de abogados siguen defendiendo a la gente. Una de esas abogadas, llamada Manuela, ha llegado a ser elegida alcaldesa de Madrid.

Tal vez puedan entender, a lo peor no hoy mismo, pero cualquier otro día de su futuro, que la democracia y la libertad no son un regalo, que hay que defenderlas cada día. Que no se pueden permitir retrocesos en los derechos de los más débiles, mientras los poderosos aumentan su riqueza y las desigualdades crecen de forma imparable.

Tal vez entiendan que no basta indignarse. Que hay que estudiar, formarse, tener una profesión en la que sean buenos, organizarse y trabajar cada día. Que el trabajo bien hecho es un valor que no abunda en España, pero que es muy necesario. Que hay que ejercer el derecho a protestar, a manifestarse, a hacer huelga. Que en la vida hay conflictos y que hay que resolverlos con movilización democrática y negociación.

Creo que hay que hablarles y permitirles que conozcan a los 8 de Airbus, un puñado de los muchos trabajadores y trabajadoras que aún esperan una sentencia en España por haber participado en una huelga. Y a los dirigentes sindicales de Coca-Cola, que sufren el poder absoluto de una multinacional acostumbrada a doblegar gobiernos y tribunales. Una todopoderosa corporación que en España despide trabajadores. En la India roba las aguas escasas. En América Latina es una fuerza de terror organizado contra indígenas y sindicalistas que van cayendo asesinados.

Y que hay mineros como los de Aguablanca, en las fronteras de Badajoz, Huelva y Sevilla, que siguen luchando por su empleo y vienen a Madrid a ver a un Ministro para defenderlo, aunque les den con la puerta en las narices. Y que no todo son derrotas, si hay unidad y movilización. Que la unidad y la movilización, sobre todo la de las conciencias, son ya un gran triunfo. Y que para unir a la gente, para conseguir que se sientan parte importante y actores de su futuro, hay que hablar, negociar y volver a hablar y negociar y, cuando ya estés harto, cansado y creas que todo se derrumba… volver a hablar y sentarse a negociar.

No tengas miedo de que te acompañen a alguna concentración en defensa de los refugiados y los derechos humanos. No tengas miedo de que oigan hablar a la gente que sufre, a los parias de la tierra, a quienes se ganan duramente el salario de cada día. Que aprendan a reír con ellos y a compartir sus lágrimas. No tengas miedo, porque esas risas y esas lágrimas les harán sencillos, libres, fuertes. Dueños de su destino, capitanes de su alma.

Háblales de nuestra gente, de las personas de ayer y de hoy que trabajaron por la justicia social,  por los derechos que nos hacen libres e iguales, compasivos, solidarios. Háblales de que esas personas nos hicieron mejores, más decentes, más dignos. Que no los olviden. Que sientan orgullo de pertenecer a esa gente por la que ellos lucharon.

Son niños y niñas, pero no son tontos. Entienden estas cosas perfectamente. Tal vez mejor que nosotras y nosotros, porque no se encuentran mediatizados por tantas experiencias negativas, decepciones, mezquindades, como las que hemos tenido que padecer.

Son niños y niñas, pero es su derecho ir adquiriendo el principio de realidad. Su realidad no será la nuestra. Ellos formarán su propio criterio. Huirán de la Historia Oficial escrita por los cronistas oficiales y construirán su propia historia hecha de muchas pequeñas historias. Nuestra voz será una más entre otras muchas voces. Llegará un momento en que nos critiquen, porque no somos perfectos. Luego, más tarde, intentarán entendernos. Serán ellos, no serán una copia 3D de nosotros mismos. Pero en ellos podremos reconocernos y, cuando ya no estemos, ellos podrán reconocernos en nuestra gente. Háblales de nuestra gente. Háblales de nuestra gente.

Francisco Javier López Martín