A PROPOSITO DE CAMUS

noviembre 25, 2013

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Al poco tiempo de publicar el artículo sobre Camus que inauguró este blog, recibí un comentario de Antonio Rato, que decía:

“Tu artículo sobre Camus me ha hecho recordar la soledad en el Orán de La peste. Y la sensación de soledad de gran parte de la literatura francesa de aquella época –¿recuerdas la nausée o aquello de l’enfer c’est les autres?. Y me ha inspirado las líneas que te acompaño. Creo que las asambleas de la Puerta del Sol son un síntoma de la misma soledad del ciudadano actual. En esta hora  en que se trata de romper la soledad de los políticos es necesario recordar la fuerza aglutinante de las ideologías. Saludos”

Leí muy por encima aquellas notas, siempre es un premio para quien escribe un artículo, que quien lo lee sienta la inspiración para escribir unas cuantas reflexiones personales. Así que me apresuré a contestar a Antonio:

“Muchas gracias, Antonio, leeré atentamente tus reflexiones y, si me lo autorizas, las publico en el blog, porque quiero que sea un blog abierto a reflexiones varias de amigos y compañeros.

Un fuerte abrazo,”

La respuesta no se hizo esperar:

“Creo que la lucha ideológica contra el pensamiento único puritano-capitalista-mediático es hoy aún más necesaria que bajo el franquismo. Entonces existía el contubernio judaico masónico anarco separatista y ahora solo se oye a los futboleros-conformistas. ¿Cómo no te voy a autorizar a que siembres mi granito de mostaza? Un fuerte abrazo”

El artículo de Antonio creo que es polémico, más al principio que al final, con esa idea de que la CIA tuvo algo que ver con Mayo del 68 en París. Pero, a la vista de las revelaciones de Snowden, nada parece imposible para esa “inteligencia” que tantos errores termina cometiendo.

Además, Antonio se ha ganado, a fuerza de ser de aquella raza de laboralistas que tanto contribuyó a traer la democracia, a base de PCE y de actuar como acusación particular en juicios como el de los Abogados de Atocha. A base de defender gentes ante los Tribunales franquistas de Orden Público (TOP) y de toda una vida dedicada a los derechos laborales y sociales. Antonio Rato, digo, se ha ganado la libertad de decir y opinar lo que le de la gana.

Ahí va, por tanto. Sostiene Antonio Rato:

La ausencia de ideología en la lucha política actual

El rechazo de la ideología era endémico en los jóvenes franceses que salían de la adolescencia en la década de los cincuenta, (los llamados J3 por las siglas de su cartilla de racionamiento)). La obsesión fundamental de estos jóvenes era la de no ser engañados (ne pas être dupe). Habían nacido en los horrores de la guerra mundial y se educaban entre las mentiras sangrientas de Guy Mollet y el prefecto Papon (posteriormente condenado como criminal nazi) en los estertores del colonialismo francés. La dialéctica de las ideas comenzaba entonces su decadencia para llegar a convertirse en el opio de los intelectuales (Raymond Aron). En España, Fernández de La Mora cosechó un éxito inmenso con su Crepúsculo de las Ideologías, y en el mundo anglosajón la revolución de los managers reemplazaba a los políticos por tecnócratas.

El mayo francés, propiciado por la CIA como represalia por los desdenes  de De Gaulle a la OTAN y el dólar, supuso en Francia el triunfo definitivo del individualismo sobre la ideología de clase. El ciudadano se refugia en la soledad de sus problemas como individuo aislado. No milita en los partidos ni se afilia a los sindicatos. Se limita, tapándose las narices, a votar cuando no tiene nada mejor que hacer.

De la misma forma que sería injusto calificar la ideología de la ilustración (Montesquieu, Rousseau, etc) por el Terror en que desembocó la revolución, sacando como el Syllabus, la consecuencia de que el liberalismo es pecado, no menos injusto es sostener que la Revolución Octubre y sus consecuencias históricas impiden la rehabilitación de la ideología de izquierdas.

El aislamiento de los ciudadanos para solucionar individualmente sus problemas es la consecuencia directa de la negación de las ideologías. Aunque no es del todo cierto que las ideologías hayan desaparecido de la política de forma absoluta. Hemos pasado de la lucha ideológica entre las distintas clases y capas sociales a la ideología única de la clase dominante. Decía Stuart Mill que si todo fuese azul no podríamos saber qué es el color azul. Cuando todo es liberalismo económico ocurre lo mismo: los palos que recibimos del legislador se nos justifican por la derecha como algo inevitable; hay como un fatum que rige nuestro destino. Incluso los partidos políticos de izquierda reniegan de los planteamientos ideológicos sin caer en la cuenta de que sus programas los escriben sobe las plantillas de la ideología liberal. Porque la democracia (gobierno del pueblo) se identifica con el liberalismo (gobierno de los poderosos). La política en la democracia liberal no es ya tarea colectiva del pueblo sino un apaño tecnocrático para preservar los privilegios de las oligarquías dominantes.

El problema de la izquierda no es de personas ni de programas, sino la carencia de una ideología diferente de la de la derecha. Sus señas de identidad se limitan a un plus de compasión hacia los más oprimidos. Pero siempre sin exagerar, porque hasta la bajada de impuestos forma ya parte de los programas de izquierdas.

Todo programa político necesita de una ideología subyacente que lo dote de congruencia en la lucha contra las oligarquías, de una meta final que permita establecer el rumbo legislativo. Solo así podrá determinarse la estrategia de la lucha política, tanto en el ámbito español como en el europeo. Y esa ideología tendrá que recuperar muchas de las ideas marxistas que siguen siendo válidas e insustituibles, incluso hoy cuando la clase explotada aparece dividida en una pluralidad de capas medias con intereses y culturas a menudo enfrentados. Sin ideología no hay verdadera política. Y, además, con la lucha ideológica se puede conocer que es lo que subyace tras la opacidad de enunciados programáticos que pretenden ser apolíticos.

Quienes se llevan las manos a la cabeza cuando oyen hablar de ladictadura del proletariado ni siquiera sospechan que, en la actualidad y en nuestra democracia, vivimos bajo la dictadura de las oligarquías nacionales y extranjeras. Lo que no significa que esta dictadura se ejerza de la misma forma policiaca y brutal que bajo la dictadura tiránica del funesto Caudillo. La dictadura de los trabajadores, en el sentido amplio y actual que engloba el término trabajador, significa solamente que la inmensa mayoría del pueblo ostenta el derecho a mayor participación efectiva en el poder político que las cien mil familias que monopolizan, bajo el actual sistema bipartidista, todos los resortes del ejercicio de la soberanía por los tres poderes del Estado. Pero esta transmisión de poderes puede y debe realizarse manteniendo el régimen de partidos y las demás conquistas de la revolución burguesa. Con un régimen electoral y de partidos más democrático, una educación real e igual para todos, prohibiendo el monopolio de los medios de información, y con una banca pública que otorgue el crédito atendiendo a las necesidades del Estado, las cosas pueden cambiar y el pueblo recuperar la soberanía.

Los partidos turnantes tienen buen cuidado en legislar con lo que denominan sentido de Estado, aunque que, en realidad para ellos la significación de este sintagma es sentido de lo que no lesiona los intereses oligárquicos. Y ridiculizan los programas que carecen de tan peculiar sentido de estado. Porque, remedando a Luis XIV, la oligarquía mantiene que  L’etat c’est moi, verdadero resumen de la ideología dominante que acepta fuera de toda discusión una amplia mayoría parlamentaria.

En estos momentos se necesita una ideología de izquierdas que devuelva la confianza en que la toma  pacífica del poder político es posible y que, por tanto, el poder oligárquico desaparecerá algún díacomo la rueca y el hacha de bronce.

Antonio Rato


CONSTRUYENDO EL SINDICALISMO DEL FUTURO

noviembre 20, 2013

formacion europa

Los días 20, 21 y 22 de noviembre, Madrid albergará la Conferencia anual del Departamento de Educación del Instituto Sindical Europeo (ETUI), el organismo que desarrolla las políticas de formación de sindicalistas de la Confederación Europea de Sindicatos (CES).

La Conferencia es el ámbito anual de encuentro en el que el equipo del Departamento de Educación de ETUI, con el apoyo de su red de Euroformadores, presenta las nuevas orientaciones en materia de formación sindical a los responsables políticos de cada organización sindical invitada, así como a los formadores sindicales nacionales.

Como arranque de la Conferencia anual, ETUI dedica un día a la reflexión “De la Austeridad y la democracia: la necesidad de un contrato social para Europa”. Esta jornada pretende promover la educación y la formación de los sindicalistas europeos, dotándoles de herramientas para la lucha contra las medidas neoliberales de austeridad, impuestas por la Troika y los gobiernos conservadores, que están poniendo en la estacada el modelo social europeo. Un día para reivindicar el papel de las organizaciones sindicales nacionales como interlocutores sociales.

El sindicalismo es consustancial con la democracia. De hecho, ha sido reconocido como un derecho universal en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en diversos tratados internacionales y en las Constituciones de los Estados Democráticos. En democracia los sindicatos se convierten en un referente para la defensa de los trabajadores frente a los intereses de los empresarios y, en su caso, de la Administración.

En una situación de crisis económica como la actual,  en la que no sólo se cuestionan derechos laborales, sino sociales y democráticos, los sindicatos también profundizan en la defensa de los principios de libertad, justicia social y democracia participativa.  Esta es la principal causa por la que los sindicatos se convierten en un objetivo a batir por parte de quienes pretenden debilitar derechos aprovechando la disculpa de la crisis.

El departamento de Educación de ETUI propone recursos, experiencias y proyectos innovadores relacionados con estas nuevas prioridades y necesidades de la realidad sindical. La formación de los cuadros y representantes sindicales debe ser el instrumento que les capacite para defender los intereses de los trabajadores y, por ende, de los ciudadanos, en una situación de crisis social y política sin precedentes, haciendo uso de todos los instrumentos que la democracia pone a su disposición, especialmente de cara a las próximas elecciones al Parlamento Europeo.

Bajo el lema Train, Act for the Future (Formación, Acción para el Futuro) la ETUI lanzará su programa anual de formación, poniendo a disposición de sus organizaciones afiliadas una gran variedad de acciones formativas. A su vez se presentarán los sistemas nacionales de educación y formación para jóvenes líderes sindicales, así como el programa para dicho colectivo que el Instituto lleva implementando desde hace ya algunos años a nivel europeo. Con ello se subraya la relevancia y la necesidad que está adquiriendo en Europa el tema de la renovación sindical, que requiere de una preparación adecuada y adaptada al siglo XXI de la próxima generación de dirigentes sindicales, para que asuman el futuro del movimiento sindical europeo.

Sin duda la formación sindical es una herramienta fundamental para modelar los futuros responsables sindicales, que han de desarrollar sus funciones de representación, organización, negociación y defensa de los trabajadores en condiciones de independencia de los poderes públicos, y en un escrupuloso respeto a la ética sindical, basada en el interés colectivo de los trabajadores como clase social, y no en intereses individuales.

En definitiva,  el sindicalismo del siglo XXI afronta un compromiso de renovación, aprobando respuestas y propuestas ante nuevas realidades sociales, laborales y económicas, y desarrollando nuevas formas de organización y acción sindical. En esta renovación jugará un papel determinante la  próxima generación de dirigentes sindicales europeos, a cuya formación dedica esta Conferencia el Instituto Sindical Europeo.

El hecho de que el ETUI haya decidido celebrar su Conferencia en Madrid pone de relieve la preocupación y el compromiso del sindicalismo europeo organizado en la Confederación Europea de Sindicatos, con la situación que atraviesan los trabajadores del Sur de Europa, que se ven golpeados por recortes laborales y sociales que ponen en riesgo el propio derecho a la libertad sindical, ignorando que el futuro de cada país depende del futuro de su clase trabajadora.

Teresa Muñoz Muñoz
Secretaria Confederal de Formación UGT
Francisco Javier López Martín
Secretario Confederal de Formación CCOO


CAMUS, UN EXTRANJERO

noviembre 7, 2013

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El 7 de Noviembre de 1913 nacía en la Argelia francesa Albert Camus. 44 años después, en 1957, el año de mi nacimiento, el año aleatorio del nacimiento de las CCOO, Albert Camus recibía el Premio Nobel de Literatura, por “el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy”. Su discurso, en el momento de recibir el premio, es toda una declaración de vida y de intenciones que no me resisto a reproducir al final de este artículo.

Un discurso en el que reconoce el fracaso de su generación en dar cumplimiento al reto que cualquier generación se plantea: rehacer el mundo. La misión de su generación, nos cuenta Camus, es, tal vez, aún más grande y consiste en impedir que el mundo se deshaga.

Una generación, resalta en su discurso, que carga con una pesada herencia de corrupción, revoluciones frustradas, técnicas enloquecidas, dioses muertos e ideologías extenuadas. En un momento histórico en el que los poderes más mediocres pueden destruirlo todo y vencer sin convencer. En el que los intelectuales se han rebajado hasta convertirse en criada del odio y la opresión. Una generación que ha tenido que restaurar, por sí misma, en torno a sí misma, desde sus propias negaciones, un poco de cuanto constituye la dignidad de vivir y de morir.

Cómo no sentirse, en estos días que corren en España, en Europa, en el planeta todo, concernido, llamado, convocado, por estas reflexiones de un hombre que, en el momento de recibir el Premio Nobel, en el momento de su muerte, dos años más tarde, era más joven de lo que yo lo soy ahora.

No llegué a Camus con facilidad. No llegué sólo por la lectura y el conocimiento. Mis primeras aproximaciones a Camus vinieron de la mano del idioma francés que se enseñaba en el bachillerato. La lectura de L´Étranger fue mi primer acercamiento a Camus. Tal vez era demasiado joven, o dominaba superficialmente el idioma, para entender el pozo profundo de un alma, tan sólo segura de su vida y de su muerte.

Mi segundo encuentro, leyendo La Peste, me resultó mucho más satisfactorio. Ese aire inmundo de un Orán asolado por la peste, asediado, ocupado por la muerte y el dolor, la enfermedad, fue desvelando sentimientos, sensaciones, miedos que anidaban en mí, como imagino que en la gran mayoría de los habitantes de aquel Orán suburbial y sitiado, de los últimos años del franquismo.

Imagino que esos libros provenían de aquella librería Espinela, en cuya trastienda se acumulaban algunos ejemplares venidos de Francia, o de editoriales latinoamericanas que suministraban libros que nunca traían impreso el nihil obstat.

Mi tercer encuentro, llegó de la mano de un grupo de drogodependientes, empeñados en representar la obra Calígula. Eran ya los años duros de la droga que asediaba, como la peste, los barrios obreros del sur de Madrid. No eran grandes actores, pero la obra funcionaba y conmovía, porque aquellos jóvenes, con sus sábanas a modo de togas romanas, eran los extranjeros de una tierra desolada.

El Hombre Rebelde llegó más tarde para cerrar el círculo de mi comprensión de un hombre que, en su corta vida, truncada en un accidente de coche en 1960, tuvo tiempo para asumir el orgullo de una madre analfabeta de la que aprendió el español y el catalán. De un padre trabajador en los campos de Argelia, muerto en la I Guerra mundial y del cual casi sólo tenía el recuerdo de su rechazo ante la horrible ejecución de una pena de muerte. Tuvo tiempo para alzarse del suelo, sobre la dura miseria de su infancia, aprender de excelentes profesores a los que recordaría toda la vida, hasta llegar a convertirse en un hombre entre los hombres, pensando entre los hombres, viviendo entre los hombres, sin dejar de ser un extranjero.

Un hombre capaz de defender la justicia y la igualdad, sin dejar de construir su propia libertad, porque «si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo». Capaz de debatir y rebatir con los surrealistas, con quienes fueron sus camaradas en el Partido Comunista. Con los pieds-noirs, los colonos originarios de Francia en Argelia y con los guerrilleros del Frente de Liberación Nacional de Argelia.

Con Jean-Paul Sartre y con los existencialistas, entre los que también estuvo encuadrado. Con los propios anarquistas, con los que también colaboró, pero que tampoco escapan al doctrinarismo y la ortodoxia, pese a que no son pocos los que consideran que Camus formuló el pensamiento anarquista del siglo XX.

Presente en todas las causas justas, nunca renunció a su libertad. El precio que pagó fue alto. El Premio Nobel no consiguió romper el ostracismo personal, que no literario, al que le habían condenado los círculos intelectuales encabezados por Sartre. Un extranjero siempre consciente de que «el éxito es fácil de obtener. Lo difícil es merecerlo».

Un hombre libre, de esos que siempre son necesarios en cada generación. De esos que tienen plena vigencia y actualidad en nuestros tiempos Un hombre capaz de decir No, aun siendo consciente de que «las tiranías de hoy se han perfeccionado: Ya no se admiten el silencio ni la neutralidad. Hay que pronunciarse, estar a favor o en contra. Pues bien, en ese caso, yo estoy en contra».

Un hombre capaz de habitar entre nosotros, preguntándose las mismas cosas y respondiéndolas con libertad, aun pagando el precio de ser siempre un extranjero.

Francisco Javier López Martín

DISCURSO PRONUNCIADO POR ALBERT CAMUS EN LA CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO NOBEL

Al recibir la distinción con que vuestra libre academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda cuanto que mido hasta qué punto esa recompensa excede mis méritos personales.

Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre casi joven todavía rico sólo de dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de ánimo podría recibir ese honor al tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natral conoce incesantes desdichas?

Sinceramente he sentido esa inquietud y ese malestar. Para recobrar mi inquietud y este malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme a tono con un destino harto generoso. Y como me era imposible igualarme a él con el sólo apoyo de mis méritos, no ha llegado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitidme que, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, os diga, con la sencillez que me sea posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario, es porque no me separa de nadie y que me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues al artista a no aislarse; muchas veces he elegido su destino más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia sino confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo a los demás; equidistantes entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar, y sin han de tomar un partido en este mundo, este sólo puede ser el de una sociedad en la que según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo, el papel del escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición, no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren. Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si lo consintiera. Pero el silencio de un prisionero desconocido, basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de recogerlo y reemplazarlo para hacerlo valer mediante todos los recursos del arte.

Ninguno de nosotros es lo bastante grande para semejante vocación. Pero en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre de poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificara a condición de que acepte, en la medida de lo posible, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad y el servicio de la libertad. Y pues su vocación es agrupar el mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira y a la servidumbre que, donde reinan, hacen proliferar las soledades. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.

Durante más de veinte años de una historia demencial, perdido sin recurso, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, esencialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres -nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años a tiempo de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, y que para poder completar su educación se vieron enfrentados luego a la guerra de España, la segunda guerra mundial, el universo de los campos de concentración, la Europa de la tortura y las prisiones -se ven obligados a orientar sus hijos y sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear. Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta que llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación, han reivindicado el derecho y el deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad. Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrías hacerlo, pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden destruirlo todo, no saben convencer; en que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de sus amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de la servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza. No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado al momento, sabe morir sin odio por ella.

Es esta generación la que debe ser saludada y alentada donde quiera que se halla y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra segura aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y la belleza; consagrado, en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de esos, podrá esperar que el presente soluciones ya hechas y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse predicador de virtud? En cuanto a mí, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad y esperanza de volverlos a vivir.

Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos límites, a mis deudas y también a mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabáis de hacerme. Más libre también para deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando en el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Sólo me resta daros las gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros públicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y vieja promesa de felicidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.


la tierra de los nadie 72 «es triste tener que….

noviembre 3, 2013

foto: Fran Lorente

Es triste tener que responderse cada día,
si tenemos los nadie derecho a la belleza,
con nuestros tristes ojos, nuestra piel agrietada
y este alijo de horrores que traba nuestros pasos
.

Francisco Javier López Martín
Del poemario “La tierra de los nadie” ganador del Angel Urrutia Iturbe VII Poesia Lehiaketaren Irabazleari, Lekumberriko Udaletxeak