Me gustan las procesiones

abril 9, 2018

Hoy parece contradictorio ser de izquierdas y que te gusten los toros. No siempre fue así. Vengo de una familia de izquierdas en la que han gustado los toros y se han seguido, según los gustos, las trayectorias taurinas de toreros como Santiago Martín El Viti, sin olvidar a un Antoñete, un Dominguín, Paco Camino, o hasta el Cordobés.

No menos incoherente debería ser declararte aficionado y seguidor de éste o aquel club de futbol, sabiendo el tremendo negocio en el que se ha convertido este deporte y, sin embargo, no son pocos los amigos, amigas y familiares que se declaran seguidores del Atletico de Madrid, el Real Madrid, el Bilbao, o el Barsa (al que también se puede transcribir como Barça). Algunos, incluso, se declaran acérrimos del Getafe, o del Rayo Vallecano

Debo confesar que no me atrae el futbol, ni los toros. No lo considero una virtud, sino un accidente vital. Por alguna circunstancia, ninguna de estas dos cosas me ha interesado demasiado. Creo que eso me ha permitido dedicar tiempo a otros asuntos, a los que tampoco considero mejores ni peores.

En todo caso, no manejar bien estos temas, me ha impedido iniciar esas conversaciones de acercamiento inicial a algunos especímenes del género masculino, con un intercambio de afirmaciones sobre el último partido de la Liga, la Champions, o la Copa.

Nunca me ha parecido un grave problema, aunque alguna fama de rarito me haya granjeado. Lo que ya no sé si tiene perdón es que, aprovechando este momento, confiese que me gustan las procesiones de Semana Santa. Muy especialmente las procesiones de la Semana Santa andaluza.

Ya ves, no me apasionan los toros. No movería un dedo por ver una corrida desde la mismísima barrera. No me interesan los estadios, ni las retransmisiones de futbol. Bueno, tal vez con la excepción de los Mundiales. Pero claro, esto puede ser considerado por muchos como algo tan extravagante como afirmar que no soportas la música, salvo Eurovisión.

Sin embargo, esta fascinación por las procesiones, creo que no es incompatible con que yo sea un tipo de izquierdas. No sé bien si será ese baile con el que se van aproximando los tronos. Tal vez la talla hiperrealista de las imágenes. El esfuerzo de esos costaleros que cargan las pesadas tallas, tras largos ensayos en sus cofradías. O esas bandas de música que acompañan cada imagen, el redoblar de los tambores, el ímpetu con el que atacan determinadas partes de la partitura.

Podría intentar justificarme diciendo que me interesa, sobre todo, el aspecto sociológico de las procesiones, pero no merecéis estos subterfugios. Podría apropiarme, para abordar el tema, de la canción de Serrat, Me gusta todo de ti, pero tú no. Y,  sin embargo, tengo que reconocer que me emociono hasta la fácil lágrima, cuando la banda acomete la Saeta del mismo Joan Manuel y entonces tarareo la letra de Antonio Machado.

Intuyo algo de premonición del apoyo mutuo de los primeros internacionalistas en los orígenes de las cofradías. Presiento que, tras lo aparatoso de las peinetas, los capirotes y los penitentes, hay un trasunto de dolores y alegrías compartidos. Me huelo que toda la tristeza acumulada, las irreparables pérdidas que nos sitúan ante lo efímero de la existencia, se decantan en los pasos procesionales, como cuarenta días cuaresmales antes encontraron su cauce en las charangas, comparsas, chirigota y murgas carnavalescas.

Esos sindicatos religiosos que reivindican, a finales de la Edad Media, un Jesús más humano y menos divino. No un Dios, sino un hombre  que nace, vive, ama, sufre y muere ejecutado. Alguien con el que podemos identificarnos y fundirnos. Hermandades y cofradías que anticipan el giro desde el teocentrismo medieval al antropocentrismo renacentista. Atentos, conscientes, del dolor, la pasión y la muerte que se repiten irreparablemente en cada uno de nosotros y nosotras.

De nuevo, Machado, volviendo a la Semana Santa andaluza, Castilla miserable, ayer dominadora/ envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora. Algo hay de rechazo y de combate, en esas marchas procesionales, contra el orgullo fanático del cientifismo que, bajo la máscara de lo exclusivamente racional, conduce al fundamentalismo pragmatista y nos condena a la miseria y a devastaciones irreparables.


Mucho bono eléctrico, poca chicha social

abril 2, 2018

Hace justo tres meses publiqué un artículo que se llamaba Un bono social que no funciona. Hablaba del bono social que aplica el canal de Isabel II y que resulta infrautilizado por quienes deberían poder beneficiarse del mismo.

Ahora me encuentro con que, sin duda alguna, preocupados por el problema de la pobreza energética, nuestros gobernantes han decidido hacer algo al respecto y rebajar el coste del consumo eléctrico para personas mayores y con bajos ingresos.

Mi madre es una de esas personas que percibe una escueta y mínima pensión de viudedad y se beneficia de un descuento por bono social que calculo equivale a un 20 por ciento del total de la factura. Un descuento que, en el caso de mi madre, viene a suponer unos 3´5 euros.

Acaba de recibir, la buena mujer, una carta, junto a la factura de electricidad, en la que la empresa “comercializadora de referencia”, le comunica que han entrado en vigor las nuevas condiciones de aplicación al bono social que supone un descuento en la factura sobre el precio voluntario para el pequeño consumidor (PVPC).

Ya tiene delito este eufemismo de “Precio Voluntario”, como si ese “Pequeño Consumidor” tuviera algo que decir respecto al precio de la electricidad, o sobre su factura. Lo que ya es de juzgado de guardia, o al menos asunto de Derechos Humanos, o Defensor del Pueblo, es lo que viene a continuación.

A sus 94 años, mi madre (imagino que como las madres de cada uno de ustedes) ha recibido, en la carta, una batería de direcciones de correos electrónicos, páginas web, teléfonos, correos postales y “puntos de Atención” (estos ya sin dirección concreta a la que dirigirse), para solicitar la aplicación del bono social en su factura.

También deja bien claro, la carta, que esta solicitud deberá ser cursada antes del 10 de abril de 2018. Al parecer, le mandarán el formulario a casa y deberá entregarlo, una vez relleno, a través de los medios indicados anteriormente y acompañado de la acreditación de su condición de pensionista, fotocopia del DNI, última factura, Certificado de Empadronamiento, Libro de Familia. Creo que es todo.

Y yo me pregunto. Si mi madre tenía descuento por bono social eléctrico y demostró reunir las condiciones. Si se trata, de verdad, de mejorar su situación. Si la compañía eléctrica ya tiene su factura. Si una administración no tiene que pedir nunca al administrado aquello que ya obra en su poder. Si una compañía eléctrica no tiene por qué tener y procesar datos personales que no son de su incumbencia. Entonces ¿por qué mi madre, perceptora de una pensión muy por debajo del umbral de la pobreza, tiene, una vez más, que demostrar la evidencia?.

Mi madre, la tuya, está claro, no lo hará. Tendremos que demostrar nosotros que tu madre, mi madre, son pobres. O, a lo mejor, perdemos más tiempo y dinero, en resolver tanto papeleo y requerimiento. De nuevo, un caso práctico, de cómo una necesidad genera una política que se anuncia a bombo y platillo, para que luego todo quede en nada, o en menos que nada, en virtud de los reglamentos de aplicación, los requisitos extemporáneos, las cautelas desmedidas, la inoperancia programada. Me cabe una pregunta. ¿Es cosa del Gobierno? ¿Es cosa de las eléctricas? ¿Actúan a pachas? Mi madre dice que nos engañan, todos nos engañan, siempre nos engañan.


Reglamento de lecturas infantiles

abril 2, 2018

Acudes a una Biblioteca Pública (para el caso es igual que la titularidad de la misma corresponda a una Comunidad Autónoma, o a un Ayuntamiento). En la familia tenéis un carnet de adulto y otro carnet infantil para tu hija, que cuenta con el preceptivo permiso paterno para ser emitido. Incluso te han pedido que autorices los criterios y límites con los que la menor de edad puede acceder a los servicios internet en la biblioteca. Hasta aquí todo perfecto.

Si tu hija quiere leer a Federico García Lorca y visita, sola, o contigo, la Sala Infantil, encontrará a varios Federicos “para Niños” y algún ejemplar de otros libros del autor que hay que leer en las escuelas, o institutos. El Romancero Gitano, por ejemplo. Suelen ser los bibliotecarios y bibliotecarias, los que indagan con diligencia y por iniciativa propia, estos extremos sobre las lecturas obligadas, en los centros educativos de su entorno.

Sobre la mesa de exposiciones de la Sala encontrarás una selección de posibles lecturas infantiles, entre las que encontrarás títulos como El bosque de los enamorados, Intenta enamorarte, El amor según Venus, El piano embrujado, El bosque de tus ojos, Enamorada de un friki (cito títulos inventados sobre variaciones de otros reales, no menos atractivos, desde el punto de vista de su interés pedagógico, educativo, psicológico, o sociológico).

Ahora bien, el problema surge si quieres que tu hija lea ese mismo Romancero Gitano, pongamos por caso, en esa hermosa y reciente edición de 2017 a cargo de Mil Coeditores y Blur Ediciones, en la que  ilustradores, fotógrafos, diseñadores, artistas, han puesto su granito de arena para ilustrar poemas cargados de vida y alegría, al tiempo que de atormentado amor y dramatismo. Esa edición que se encuentra, por un aquel, en la Sala de Adultos, pero no en la Infantil, o Juvenil.

Si quieres que tu hija lo lea, el bibliotecario o bibliotecaria de turno, que cuenta, por cierto con una excelente preparación y una vocación incuestionables, te entenderá perfectamente, pero se verá obligado a aplicaros el reglamento de las bibliotecas públicas que explicita, claramente, que los carnets infantiles o juveniles, sólo pueden acceder, sobre todo a efectos de préstamo, a libros ubicados en la sala correspondiente a dicha categoría. No es una ley, ni un decreto, ni una ordenanza. Es un reglamento. Y, como bien dijo Romanones, haz tú la ley y déjame a mí el reglamento.

Puedes desgañitarte explicando que eres la madre (o el padre) de la niña y razonando que la Declaración Universal de los Derechos Humanos deja bien claro que los padres tienen derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos, o que la Declaración de los Derechos del Niño insiste en que la responsabilidad de la Educación incumbe, en primer término, a los padres. Y hasta que nuestra Constitución viene a remachar en el mismo clavo, insistiendo en que los poderes públicos tienen que garantizar este derecho. Frente a un reglamento, no hay derecho que valga.

Al final el bibliotecario o bibliotecaria, entenderá perfectamente que tienes razón y si te pones muy pesada (o pesado), hasta te ofrecerá alguna solución a su alcance, tal como que te lleves en préstamo ese Romancero Gitano “de diseño”, con tu carnet de adulto. O bien, hará una excepción y os prestará el  libro con el carnet infantil, tras tomar nota del DNI de la madre como autorizante de la vulneración formal del reglamento.

Amablemente te informarán del lugar donde puedes consultar el reglamento y hasta de los responsables a los que te puedes dirigir para trasladar tus sugerencias y quejas. La respuesta habitual será que te entienden, te agradecen tu interés, pero no es responsabilidad suya. Tal vez te sugieran dirigirte a otros servicios, o responsables de servicio.

Una situación como la descrita no tiene que ver con la voluntad del bibliotecario, o bibliotecaria, ni con la tuya propia y se produce cada día, gobierne quien gobierne en la Comunidad Autónoma y en el Ayuntamiento, al margen del color de los partidos de gobierno y oposición, e independientemente de las leyes que regulan la actividad biblioteconómica y hasta los derechos de las madres y padres sobre la educación de sus hijas e hijos.

Al final, en las bibliotecas (como ocurre en tantos derechos sociales), lo que tú piensas, o lo que piensa la bibliotecaria, importa poco. Termina siendo un reglamento, elaborado, copiado, fusilado, transcrito, o plagiado de otros reglamentos, en algún oscuro despacho, el que decide cosas como lo que leerá y qué no podrá leer, tu hija (o tu hijo) en una biblioteca.


La parcialidad del machismo y los derechos recortados

abril 2, 2018

Leí una noticia de la BBC, acompañada de un vídeo, convertido en viral durante estos días de Huelga Feminista, en los que la igualdad se ha situado en el centro del debate público y político en nuestro país.  El artículo hablaba de un acertijo cuyo contenido aproximado es el siguiente:

Un padre y un hijo van en su coche y sufren un accidente. A consecuencia del mismo, el padre muere y el hijo es trasladado urgentemente a un centro hospitalario, en estado muy grave. Necesita una operación muy complicada y llaman a una eminencia médica, que acepta desplazarse cuanto antes al hospital. Pero, cuando entra en el quirófano, dice: No puedo operarlo, es mi hijo. ¿Cuál es la explicación de esta situación?

Las respuestas al acertijo son de lo más ocurrentes. Da igual que vengan de trabajadores manuales, estudiantes universitarios, mujeres, hombres, jóvenes, o personas de edad, machistas, feministas, inmigrantes, o no, de derechas, o de izquierdas. Pocas personas terminan acertando que la tal “eminencia médica” sea la madre del joven y, la mayoría, opta por explicaciones rocambolescas mucho menos lógicas y plausibles.

Al parecer, esta incapacidad, bastante extendida, para resolver el acertijo, se encuentra en algo que los científicos llaman “parcialidad implícita”, o inconsciente. Es decir, desde la más tierna infancia, se establecen conexiones entre nuestra neuronas que se automatizan y son, luego, difíciles de cambiar.

Esa automatización hace que no tengamos que andar pensando cada operación cotidiana que realizamos en nuestra vida. Pero también ocurre que otros aprendizajes sean también automatizados. Lo que percibimos, sentimos, vemos en la tele, escuchamos, o experimentamos desde muy pequeñas y pequeños, es muy difícil de replantear de forma distinta a como lo aprendimos.

Las tareas importantes de liderazgo, las ocupaciones más reconocidas socialmente, son asumidas por hombres. Los cometidos de cuidado, atención a la familia, servicios sociales, educación, sanidad, son adjudicadas a las  mujeres. Pero incluso en una profesión tan feminizada como la sanidad y pese a formularse la adivinanza en femenino, la “eminencia médica” es automáticamente asociada con un hombre.

La huelga feminista, en sus cuatro modalidades (laboral, de cuidados, estudiantil y de consumo) ha resultado un éxito español que ha adquirido dimensiones planetarias y ha llenado las calles con impresionantes manifestaciones, pese a sus dificultades iniciales, lo novedoso e inexplorado de la convocatoria, la multiplicidad de los convocantes y hasta los mensajes dispersos sobre las características de la movilización (de mujeres, de mujeres y hombres, de dos horas por turno, de 24 horas).

Pero a los pocos días, precisamente cuando hay que prestar especial atención a que las reivindicaciones sean escuchadas y atendidas, cuando habría que iniciar la negociación de las soluciones, la Huelga Feminista  ha sido sustituida en los noticiarios, en las tertulias, en los programas de debate, o entretenimiento, por noticias inesperadas y sobrecogedoras, como el drama terrible de Gabriel, el Pescaíto, aprovechado además por la derecha para desviar la atención hacia un terreno mediáticamente favorable a la “prisión permanente revisable” (esto de revisable ha pasado, incluso a segundo plano), o por las justas y masivas movilizaciones de las personas mayores en defensa de las pensiones.

La insoportable levedad de lo cotidiano, por importante que sea, el carácter líquido de nuestras sociedades, no pueden ser automatizados, ni aceptados sin más. Aceptar la futilidad de cuanto ocurre, vivirlo intensamente mientras dura, para sustituirlo inmediatamente por una nueva noticia, una nueva preocupación, un renovado quehacer.

Las encuestas mensuales del CIS nos van dando cuenta de estas fluctuaciones en las preocupaciones de los españoles. Y, sin embargo, más allá de las modas, las tendencias y los cambios de momentos, no nos permiten afirmar que los problemas se vayan solucionando. Más bien podríamos decir que, tras vivirlos con vehemencia y apasionamiento, los abandonamos en un cajón de sastre (también un poco desastre), donde permanecen ocultos, o desde donde pueden volver a saltar a la palestra, deformados y amplificados.

La crisis nos ha dejado un buen puñado de estos problemas. La política de recortes y contrarreformas de todo tipo, hace que, ahora que el propio Presidente del Gobierno señala la senda de la recuperación, quien más y quien menos nos sentimos llamados a participar en la tierra de leche y miel que se nos anuncia cada día.

Mujeres, jóvenes, mayores, personas desempleadas, no nos resignamos a la parcialidad inconsciente, ni a la insoportable levedad que quieren que nos habite. Queremos libertad, derechos, un empleo digno, una vida decente. No pedimos mucho. Pero no estamos dispuestos a nada menos que eso. Prepárense que allá vamos.


Carta abierta a Francisco, cinco años en el Vaticano

abril 2, 2018

Francisco,

Permite que te tutee, como lo haría con aquel que un día te llamó para seguir su camino. Como me ocurre ya con demasiada frecuencia, no había pensado hacerte destinatario de esta carta. De nuevo, algo se cruzó en el camino, e hizo que cambiara los planes iniciales.

Estos días, las noticias daban cuenta de que hace cinco años fuiste elegido Papa. De forma casual, me encuentro un escrito que dirigiste a un grupo de sindicalistas reunidos en el Vaticano. Soy de los que aprendió de tu compatriota, Indio Juan, que no hay nada casual. Me parecieron signos de los tiempos que justificaban escribir esta carta. Además, la Semana Santa es momento propicio para reflexionar, sacar conclusiones y  enmendar errores.

Estos cinco años han sido muy duros para la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta. Soy sindicalista y me he sentido interpelado por algunas de las peticiones, tal vez debería decir súplicas, que planteas en tu escrito.

Dices que los sindicalistas tenemos que ser expertos en solidaridad, que esa es nuestra vocación, para pedirnos, a continuación, que nos cuidemos de tres tentaciones. La primera, la del individualismo colectivista, es decir, de proteger sólo los intereses de sus representados, ignorando al resto de los pobres, marginados y excluidos del sistema.

Completamente de acuerdo, Francisco, un sindicato no es otra cosa que la clase trabajadora, cuando se organiza. Pero defender a los trabajadores, pegados al terreno, no puede terminar convirtiéndonos en los gestores del “cómo va lo mío”, olvidando a los pobres, marginados, excluidos. Permitiendo que haya quienes se nos quedan al borde del camino, cada vez más lejos.

Aquellos a los que el uruguayo Galeano llamaba los Nadies; a los que aquel francés de la Martinica, Frantz Fanon, denominó los condenados de la tierra y para los que Pablo Freire construyó su pedagogía de los oprimidos. Los pobres de obispos como Casaldáliga, o Hélder Cámara.

Lorenzo Milani, al que rendiste homenaje y oración ante su tumba en la aldeita de montaña llamada Barbiana, donde construyó su escuela parroquial para aquellos campesinos pobres y al que despejas el camino hacia la beatificación, los llamaba los últimos. Siguiendo las ideas de aquel Lorenzo, fui maestro, sin titulación alguna, para las chavalas y los chavales de mi barrio, expertos en fracaso educativo y abandono escolar.

El dictador Francisco Franco aún vivía y aquello que hacíamos parecía una tarea subversiva. La Carta a una Maestra, escrita colectivamente por Lorenzo Milani con sus alumnos de Barbiana y su Carta a los jueces (cuando le procesaron por defender a los objetores de conciencia), creo que han terminado insuflando en mí la idea de escribir cartas como ésta, siempre respetuosas en el fondo, irreverentes a veces en las formas

De él aprendí que cuando una persona elige el magisterio, el sacerdocio, el sindicalismo, la política, cuidar la salud de la gente, está eligiendo algunas de las profesiones más digas. Que el corporativismo es enemigo de cada una de estas profesiones. Que defender, educar, representar, curar, cuidar las almas, no consiste en instalarse como clase dirigente y nuevamente privilegiada. Me parece magnífica y oportuna tu reflexión. Sindicato viene del griego diken (hacer justicia) y syn (juntos). Sindicalismo es justicia y solidaridad.

Tu segundo mensaje es no menos sugerente. Mi segundo pedido es que se cuiden del cáncer social de la corrupción. Haces referencia a esos sindicalistas que entran en connivencia con los empresarios y los políticos, abandonando a su suerte a las personas, sus empleos y sus condiciones de trabajo.

Un comportamiento no muy distinto de aquel que Naguib Mahfuz nos describe en su Epopeya de los Miserables, cuando habla de los líderes de sus barrios populares, siempre tentados y a menudo seducidos por el dinero y el poder. Tú lo habrás visto en algunos príncipes de tu iglesia, yo también en algunos príncipes de la clase obrera. Por eso me parece tan importante ese grito que terminas lanzando, El mundo y la creación entera aguardan con esperanza a ser liberados de la corrupción. Sean factores de solidaridad y esperanza para todos. ¡No se dejen corromper!

La tercera petición a los sindicalistas es que no se olviden de su papel de educar conciencias en la solidaridad, el respeto y el cuidado. La crisis del trabajo, la crisis del medio ambiente necesitan políticas públicas e instituciones que cultiven virtudes sociales como la solidaridad global, que se me hace otra manera de describir el internacionalismo proletario, la solidaridad internacional.

Esa solidaridad global que debe permitirnos escapar del individualismo feroz, del consumismo insaciable, de los mitos del progreso material indefinido y de la realidad de un mercado sin reglas justas. Por eso terminas realizando un llamamiento  a poner en marcha acciones concretas, con mirada de trabajadores, que abran los caminos que conduzcan a un desarrollo humano integral, sostenible y solidario.

Suscribo punto por punto cada una de tus peticiones. Tal vez, me da por pensar, la causa de esta coincidencia se encuentra en que, salvadas las distancias geográficas y temporales, tú y yo hemos compartido momentos de dictaduras, transiciones, ilusiones, esperanzas, decepciones, desesperación, amargura, derrotas y unos pocos triunfos que, tan acostumbrados como estábamos a perder, se nos hacían increíbles y hasta desconcertantes. Algún día, en privado, espero poder decirte literalmente cómo lo expresa por aquí, nuestra gente.

Tus palabras a los sindicalistas me hacen concebir alguna esperanza de que aún es posible construir una Confederación de las Almas (o de las islas y los valles), parecida a la que el Doctor Cardoso planteaba a Pereira, en el hermoso libro de Antonio Tabucchi. Algo que mi hijo preferiría formular al estilo Star Wars, Soy uno con la fuerza, la fuerza está conmigo.

La esperanza de que las gentes sencillas seamos capaces de imponernos a la barbarie, la violencia y la opresión; vencer el individualismo, el egoísmo exacerbado, al fundamentalismo como ideario vital y la corrupción como sistema. Abrir las amplias alamedas a la solidaridad global, al respeto a las personas, a la dignidad de cada vida en el planeta.

Nadie está libre de caer en las tentaciones sobre las que alertas a los sindicalistas. Esas tentaciones son, con frecuencia, norma de comportamiento y ley de vida para muchos detentadores del poder y del dinero y forman parte de la cultura que intentan imponer en el mundo. Pero es cierto que, desde un compromiso religioso, o sindical, caer en esas tentaciones supone renunciar a cuanto ha dado sentido a nuestras vidas y ha dado valor a nuestros sacrificios.

Francisco, nacido porteño con el nombre de Jorge Mario Bergoglio, he conocido a muchos compatriotas tuyos. Buena gente que vivía su exilio junto a mí. Grandes profesionales, cada uno en lo suyo. La guitarra, o el periodismo; la fotografía, o la escena; la fisioterapia, o la edición. Muchos se quedaron, otros volvieron cuando la dictadura terminó y las circunstancias lo permitieron. Pasados los años, aunque ya no nos veamos, esas mujeres y esos hombres, forman parte de mí, de mi forma de ser y de entenderme. Todas y todos tenían un encanto especial. Esa magia que también tú tienes y que debe ayudarnos a ser, a comprender, a entendernos.

Con afecto,

Francisco Javier López Martín


El Minotauro en su Laberinto

abril 1, 2018

Agotado como estaba por los interminables casos de corrupción protagonizados por sus hombres de confianza, que no cesaban de verse arrastrados ante los tribunales. Señalado por la ciudadanía como el  responsable de las desmedidas calamidades, incluida la revuelta en los Condados Mediterráneos y de las hambrunas en la imperial piel de toro. Acompañado por una generalizada fama de inoperante, apático, e indolente. Encerrado en aquel remedo de laberinto cretense, al que llamaban la Moncloa. No se dio cuenta, nuestro Minotauro, de la que se le venía encima.

Confiando en su porte señorial y distinguido. Satisfecho y seguro con la buena forma que demostraban sus andares deportivos de buena mañana, el Señor del Laberinto se dedicó a cantar que los días del hambre habían pasado y que los vientos marinos comenzaban a traer aires de primavera.

Los cretenses mesetarios, los pueblos del mar y los de allende los mares, parece que iban comprendiendo que eso de meter la mano en el tesoro público era una costumbre ancestral de estas tierras, que nunca ha impedido que el oro vuelva a llegar desde los Nuevos Mundos, o que, tras las pertinaces sequías, nos invadan periodos de bonanza. Tan abundante, la bonanza, que suele terminar convertida en exceso de lluvia, diluvio, inundación.

En esto andaba, cuando fueron las mujeres de la sometida Atenas (diferentes en todo a las mujeres cretenses) y se lanzaron a las calles, exigiendo dejar de formar parte, junto a los jóvenes, de ese tributo anual que, por costumbre instaurada por el triunfante Minos, se depositaba a las puertas del Laberinto, para goce, disfrute y manutención del monstruo, mitad hombre, mitad toro.

En estas estaba el buen Minotauro, cuando también las abuelas y los abuelos se lanzaron por las calles exigiendo el cese de todo tipo de ofrendas de sangre humana. Eran ellos los que cubrían las bajas ocasionadas por los sacrificios, atendían a las familias, protegían a los menores y malvivían hasta el momento en que, cercados por la muerte, incapaces de soportar el abandono y la desidia de sus opulentos gobernantes, se arrojaban al mar desde el más alto de los acantilados.

Sabían, los verdaderos dueños del Laberinto (que no eran, por supuesto, ni el rey Minos, ni su esposa Pasífae, la que engendró al Minotauro tras su escarceo con el Toro de Creta), que el tiempo se acababa y preparaban en secreto el relevo del Minotauro, por un personaje de arcilla, de apariencia más amable, juvenil y humana, al que habían conseguido insuflar vida.

Sólo faltaba que el descontento cundiera entre otros sectores de la ciudadanía. Más valía, incluso, que enviaran a los voceros a anunciar de dónde vendría el asalto final al Laberinto. Que los foros, las ágoras, los mercados, comenzaran a hablar de estas cuestiones. Era importante determinar por dónde debería comenzar la conquista del Laberinto. No para evitarlo, sino para pilotarlo, como barco en la tempestad y conseguir que todo cambie, para que todo siga igual.

No ha de venir el ataque del lado de la costa. Los farallones se alzan imponentes frente al mar y cierran el paso a los que vienen de fuera, surcando el Mediterráneo en precarias chalupas, buscando pan, o huyendo de las frecuentes guerras que asolan lejanas tierras.

Tampoco parece concebible, que quienes malviven en los extrarradios del puerto de Heraklion, esperando que algún comerciante contrate sus prescindibles servicios, estén en condiciones de otra cosa que intentar sobrevivir a las sequías, las inundaciones, a la falta de trabajo y al omnipresente miedo, alimentado constantemente por los heraldos plenipotenciarios del Palacio, a que el Minotauro desborde los muros del Laberinto y siembre el terror en cada calle y casa a casa.

Bien pensado, tal vez podrían alentar una reedición de aquellas lejanas revueltas protagonizadas por los jóvenes en las calles de Cnosos, la capital, cuando cansados de mendigar un empleo, una ayuda, un puesto entre quienes eran considerados ciudadanos, hartos de tener que partir de su tierra en busca de la Atlántida, se arremolinaron en el ágora y permanecieron allí acampados, hasta que los rigores del verano hicieron aconsejable que se retiraran a lugares más frescos.

Si ahora volvieran a las andadas, tal vez los días del Minotauro estarían contados. Por eso, los dueños del Laberinto estudian concienzudamente los enigmas de las esfinges, las profecías de las sibilas, las adivinaciones contenidas en los misteriosos oráculos, porque hay que anticiparse a las convulsiones que se avecinan.

Si saben encarrilar y conducir las revueltas en ciernes podrán construir un hermoso relato, con tintes épicos, según el cual un príncipe heredero, venido del Condado Mediterráneo, con la ayuda impagable de la mismísima hermana del Minotauro, traspasa las puertas del Laberinto, vence al monstruo y abre el camino de una nueva Transición que habrá de durar, cuando menos, un par de generaciones.

Como acabaremos descubriendo pasados los siglos, el Príncipe de Lampedusa, escritor de epopeyas, pondrá en boca de su héroe, el también Príncipe de Salina (aquel en cuyo escudo de armas lucía un Gatopardo), aquella lapidaria frase, Mientras hay muerte, hay esperanza.


La igualdad no admite demoras

abril 1, 2018

Han pasado tan sólo unos días desde la celebración de la Huelga Feminista del 8 de Marzo y ya todos los partidos se apuntan los resultados de la misma. Y es que la movilización ha sido un éxito incuestionable, por más que haya quien durante el día de la huelga, fuera diciendo que había tenido un escaso seguimiento laboral, tal vez en un intento de exprimir, hasta el límite, el argumentario antihuelga que el PP lanzó desde su Oficina de Información.

El argumentario no tiene desperdicio. De entrada, acusa a las organizaciones convocante de apostar por el enfrentamiento de mujeres y hombres. De promover una huelga insolidaria, irresponsable y elitista, que pretende, nada menos, que romper nuestro modelo de sociedad occidental.

Y todo ello, para terminar reconociendo los altos niveles de paro de las mujeres, su infrarrepresentación en cargos de dirección, sus dificultades para promocionar en sus trabajos, la brecha salarial con respecto a los hombres, la brecha en las pensiones de miseria que perciben mayoritariamente y la lacra permanente de la violencia de género.

Un argumentario frente a la Huelga Feminista que ha conducido a declaraciones y posicionamientos que rozan el absurdo. La Ministra Tejerina, con su “huelga a la japonesa”, que no existe ni en Japón. Apoyada de inmediato por la presidenta madrileña, Cristina Cifuentes, que también se inspiró en el Imperio del Sol Naciente, aunque luego negara haber dicho lo que había dicho. Un Presidente que no quería meterse en eso de la “brecha salarial”, pero luego desautorizó las influencias niponas en su partido.

En éstas andábamos cuando llegó la ministra responsable de los asuntos de igualdad, Dolors Montserrat, que sabe mucho de nacionalismo catalán, pero que considera que esto del feminismo es una etiqueta que se ponen algunas mujeres y a ella no le gustan las etiquetas. Para colmo, apareció Maroto, uno de los Vices del PP, poniendo de vuelta y media la “manifestación de Podemos”. Cuando vio la que se venía encima, cambió radicalmente, hasta admitir respetar la posición que cada ciudadano pueda tener.

El partido de Rivera se dio cuenta también, o fue alertado, de que iba por mal camino, cuando Inés Arrimadas denunciaba maniobras ideológicas anticapitalistas en el feminismo, al tiempo que la responsable parlamentaria de Igualdad de Ciudadanos identificaba a las feministas convocantes  de la movilización con el comunismo, al grito de “Yo soy feminista, pero no comunista”.

A la vista de lo que se avecinaba, el jefe Albert decidió hacer un quiebro y reclamar un “movimiento transversal feminista” para intentar mitigar el golpe, lo cual no impidió que se llevasen algún que otro rapapolvo, al paso de su cortejo, durante la manifestación madrileña.

No era ésta una huelga al uso. Era huelga de no consumir, de no atender los cuidados familiares, de no estudiar y de no trabajar. Las organizaciones convocantes, sociales y sindicales, eran conscientes de que no era fácil, con un tejido empresarial mayoritariamente compuesto por microempresas y pequeñas empresas y con el grado de precariedad laboral y temporalidad agudizado durante los años de la crisis, alcanzar un alto nivel de paro laboral.

El éxito de la huelga se ventilaba en los centros de trabajo, en los centros de estudio, pero también en el despliegue masivo por las calles y las plazas, en las impresionantes manifestaciones que recorrieron las ciudades españolas y en el alto nivel de debate y conciencia social que se ha desplegado, en torno al problema de la igualdad.

Por eso, ahora, cuando ni los que se opusieron a la Huelga Feminista son capaces de negar el éxito de la misma y, aún menos, las causas que han llevado a millones de mujeres y hombres a participar en las miles de movilizaciones convocadas el 8 de Marzo, es el momento de que nadie se entregue  a la tarea de echar arena sobre el problema.

Si el problema existe y la sociedad ha demostrado que es consciente del mismo y que exige soluciones y cambios reales, lo que toca es presentar soluciones políticas que incidan en lo laboral y en todos los aspectos que forman parte de nuestra convivencia social. Habrá que hablar de contrataciones, de educación, servicios públicos, servicios sociales, dependencia, pensiones, violencia de género y muchas cosas más.

Por favor, no nos distraigan con viejos trucos, ni con novedosas argucias, demoras, desidias. Si la igualdad es el problema no resuelto, vamos a negociar ya cómo la alcanzamos.