República de trabajadores, así la definía la Constitución de 1931. En concreto decía: España es una República de trabajadores de toda clase, que se organizan en régimen de Libertad y de Justicia. No está mal para definir la más formidable experiencia de modernización y europeización que había de vivir España en todo el siglo XX.
Mala suerte que aquella experiencia topara con la animadversión de quienes desde sus posiciones de privilegio social, eclesial, cortesano, económico y militar decidieron torpedear cualquier intento de dar solución a los seculares problemas de España.
Problemas como el dominio y posesión de la tierra, problemas de imposición de las ideas tradicionalistas del catolicismo más rancio, problemas de desigualdades sociales, de pobreza y miseria en las ciudades y en el campo. Los problemas nunca bien resueltos de los antiguos fueros y los modernos nacionalismos, o aquellos otros derivados del intervencionismo golpista de un ejército enfangado en guerras carlistas, o aventuras imperiales en declive.
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