NAVIDADES EN LA CARCEL

diciembre 24, 2014

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Os conté, no hace mucho, que allá en Cundinamarca (Colombia), la Red de Bibliotecas Populares me había concedido un premio de poesía. Uno de esos momentos que alegran la vida. Momentos que llegan de vez en cuando, sin que los presientas tan siquiera, cuando menos los esperas. No son casuales, pero llegan.
El más reciente ha sido mucho más cercano en el espacio, pero tan lejano como aquel en la experiencia vital de donde procede. Venía a mí en forma de diploma que me acreditaba como Picapedrero, al haber resultado finalista del Certamen Picapedreros, organizado por la Revista La Oca Loca.
Estoy por dejarlo aquí y esperar a que vuestra imaginación, o vuestra curiosidad, os lleven a buscar el origen de tan inusual diplomatura. Pero como estamos en Navidades y parece poco probable que os dediquéis a tamaña investigación, prefiero contaros a mi manera la cosa en sí.
En el año 2005, un grupo de cerca de quince reclusos del Centro Penitenciario de Daroca lanzaron la idea de editar una revista que sirviera de enlace entre centros penitenciarios para entretener, divertir, aclarar dudas que pudieran tener los internos, difundir la cultura, adquirir habilidades útiles, dentro y fuera de la cárcel y servir de carta de presentación de una población penitenciaria que quiere mantener vivas sus relaciones con el mundo exterior.
Hoy esa revista recibe colaboraciones de 39 centros penitenciarios españoles y de cárceles de Bolivia, Ecuador, Argentina, o Chile. Además de artículos, poemas, cuentos, investigaciones de gentes de la cultura, la ciencia, el deporte, el cine. Ya han culminado el cuarto certamen de poesía, guiones y microrrelatos y van a por la quinta edición. Un festival de cine, un certamen de recetas de cocina… Incansables e incombustibles.
Pues bien, he resultado finalista del premio Picapedreros, me han enviado la revista digital y me han ofrecido ser articulista. He aceptado el trabajo porque no tengo otra opción. Ya dije que nada es casual y resulta que mi padre era cantero y picapedrero en su natal Sierra de Guadarrama. Siempre me admira esa habilidad de cubicar una piedra, ver dentro de ella y hacer salir, uno de esos pináculos con forma de bola, o una losa de tumba, tan frecuentes en el monasterio de El Escorial, o en el Valle de los Caídos.
Me incitaba mi padre, harto de pasar frío y tratar sus agrietadas manos, primero como cantero, luego como albañil, a estudiar, para tener un trabajo a cubierto de la intemperie. Le hubiera bastado con que fuera botones de un banco, pero terminé siendo maestro. Como todos saben, magisterio era la carrera que estudiaban los listos de los pobres y los tontos de los ricos, que no daban de sí como para estudiar una carrera larga. Para los pobres , por contra, era una carrera corta, que permitía ganarse la vida pronto y dejar de ser una carga para la familia. Luego, si valías, podías seguir estudiando una carrera por las noches.
Eso hice y no me arrepiento. Por eso para mí no hay opción. Es obligado, además de un orgullo, aceptar el encargo de los compañeros de La Oca Loca. De hecho les he remitido un primer poema navideño, dedicado a esas gentes que viven en centros penitenciarios, en no pocos casos merced a una justicia que los propios juristas reconocen diseñada para «robagallinas», cuando no para sindicalistas que ejercen la libertad sindical.
Ahí están los 8 compañeros de Airbús sobre los que pesa una petición de 66 años de cárcel, o la compañera Katiana Vicens, injustamente condenada, por ejercer el derecho de huelga. Ahí están los compañeros de Coca-Cola, condenados al paro, pese a la sentencia que condena a la empresa a readmitirlos. No veremos con estos ojitos a esos siniestros empresarios encarcelados.
Mientras tanto los delincuentes de guante blanco campan a sus anchas, por más que se pretenda vendernos la ejemplaridad de encarcelamientos como los de la Pantoja, o el hecho de ver sentada en el banquillo a una Infanta de España. No dejan de ser la excepción que confirma la regla y la disculpa propiciatoria para intentar colar la especie falsa de que la justicia es igual para todos.
Nada de lo dicho disculpa el delito. Mucho menos cuando va acompañado de violencia. Pero cuanto queda dicho debe servir para recordar el papel rehabilitador que debe tener la cárcel y la responsabilidad de toda la sociedad de apoyar a quienes estando dentro, luchan cada día para tener una nueva oportunidad. Algo que he he escuchado incontables veces de la que fuera Jueza de Vigilancia Penitenciaria, Manuela Carmena.
Estamos en Navidad y es bueno recordarlo, si no queremos que por la vía de los hechos, a base de leyes de Seguridad, terminemos permitiendo que las calles se conviertan en una inmensa cárcel.
Os dejo el poema por el que los picapedreros me diplomaron como uno de los suyos y me concedieron un diploma «por abrir un agujero de libertad y esperanza en los muros de nuestros Centros Penitenciarios».

ESCRIBIR

Escribir, escribir,
escribir y escribir.
Renunciar a la vida,
la escritura o la vida.
La presencia del tiempo,
la palabra perversa,
la huida a ninguna parte,
y el sueño distante
de apretados dientes.

Escribir. No pensar
en otras misiones
que afilar el trazo
de cada palabra
sobre la cuartilla.

Deshacerse en humo,
olvidar la masa.
Esquivar la garra
que arranca la carne,
la zarpa certera.

Huir a la nada,
cubrirse con mantos
de sombra y ceniza,
rescoldos de hoguera.

Subir a la cumbre
del monte más alto.
Esperar la lluvia
del canto vencido
que ahuyente la fiebre.

Recitar los versos
del niño de arena.
Olvidar el roto
paisaje cercado
por discursos plásticos.

Escuchar el ritmo
del tambor sagrado
que viene de dentro,
del loco inhumano
que habita la cueva,
honda y olvidada,
de nuestro cerebro.

Agarrarse al cabo
trenzado con letras.
Destrozarlo todo
y volverlo a armar.
Levantar un muro,
tirar de piqueta,
demolerlo a golpes
hasta que no quede
piedra sobre piedra.

Escribir y olvidar,
volver al comienzo.
Cargar con los años.
Los propios y ajenos.
El tiempo del otro,
de fuera y de dentro.

Escribir y amarte,
con ardua pereza.


UNIVERSIDAD PUBLICA Y FORMACION PARA EL EMPLEO

diciembre 16, 2014

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Recientemente he tenido la oportunidad de compartir una jornada de trabajo con responsables de diferentes universidades públicas, promovido por la Universidad Complutense de Madrid, para valorar el papel de la universidad en la Formación Continua.   Tengo que reconocer que acudía a este encuentro con no pocas expectativas.

El título del encuentro hacía referencia a la evaluación y seguimiento de los Títulos Propios y la Formación Continua impartida por la Universidad. De entrada, considero que es una buena fórmula para afrontar la necesidad de que nuestras universidades jueguen un papel más activo no sólo en la impartición de Máster, sino en la formación profesional, ya la denominemos formación continua, formación para el empleo, o formación postgrado. Porque mal haríamos en perdernos en un debate sobre galgos o podencos, mientras los mercaderes asaltan el bastión de la formación profesional para el empleo, en un descarado intento de apropiarse indebidamente de los recursos procedentes de la cuota de Formación, que superan anualmente los 1850 millones de euros.

Para empezar, hay que dejar constancia de una realidad incomprensible. Sólo el 1 por ciento de los centros registrados en el Servicio Estatal Público de Empleo, son centros públicos. Algo que no se entiende si tomamos en cuenta que tan sólo la red de centros públicos de Formación Profesional supera los 2600 centros en España. Un dato que pone de relieve que las Administraciones de Educación y Empleo llevan viviendo de espaldas desde hace décadas.

Podemos coincidir en que la Formación para el Empleo tiene necesidades específicas de flexibilidad, aprendizaje práctico y a menudo en corto tiempo, con el objetivo delograr la cualificación necesaria para afrontar nuevos retos productivos, o profesionales en las empresas. Podemos coincidir en que el sistema educativo no asegura siempre esa flexibilidad y agilidad que demanda el tejido productivo. Pero dar por sentado que hay que afrontar la formación profesional para el empleo, casi única y forzosamente, desde centros nacidos al calor de ese ámbito que se ha dado en denominar subsistema de formación para el empleo, conduce a alejarse de la solución real de los problemas. Supone olvidar que la formación continua es un derecho de la persona y no sólo una necesidad de las empresas.

Es más, creo que una parte de los problemas detectados en el actual sistema de formación profesional para el empleo, como el exceso de oferta de cursos con contenidos genéricos y trasversales, podría encontrar solución en la existencia de una oferta especializada procedente de los centros de formación profesional, centros de educación de personas adultas y universidades.

Algunas universidades han comenzado a dar pasos para ampliar las fronteras del posgrado, del máster, del título propio, para acometer la impartición de certificados de profesionalidad, o cursos más cortos de formación continua, o de formación para el empleo.

Sin embargo, debido en buena parte a que las políticas educativas se desarrollan de espaldas a las políticas de empleo y que el Ministerio de Empleo vive de espaldas al de Educación y viceversa, estos intentos de los centros educativos públicos para abrirse un espacio en la formación profesional para el empleo, se convierten en una carrera de obstáculos, cuando no en una misión imposible.

La Universidad de Barcelona ha creado una Agencia de Posgrado. La Universidad Politécnica de Madrid ha creado un Servicio de Formación Continua. Son algunas de las experiencias presentadas durante el encuentro promovido por la Universidad Complutense.

Cuando se habla de una reforma del subsistema de formación para el empleo, no son pocos los que parecen empeñados en aprovechar el río revuelto para producir un cambio en el reparto de los fondos que trabajadores y empresas aportan a la Seguridad Social en forma de cuota de formación.

Las campañas desencadenadas en medios de comunicación, intentan desacreditar el papel de empresarios y sindicatos, de la propia Fundación Tripartita, en la gestión de los recursos de la cuota de formación, con una clara intención de que esos recursos sean manejados directamente por el Estado y distribuidos a Comunidades Autónomas, grandes empresas y empresas de formación afines a los intereses del Gobierno, sin contar con las organizaciones empresariales y sindicales, que representan legítimamente los intereses de quienes ponen el dinero de la formación en manos del Estado: las empresas y los trabajadores.

Ya se intuyen quienes se perfilan como beneficiarios en las distintas modalidades de formación de oferta, formación de desempleados, o formación bonificada en las empresas. Algunas empresas de formación para el empleo, consolidadas al calor de las subvenciones de formación y asiduas de todos los pasillos del poder, acompañados de fundaciones de grandes empresas, centros privados de formación profesional, o grupos de formación creados por poderosos medios de comunicación.

Por supuesto que, en este escenario de intereses creados, son pocos los que piensan en aprovechar el impresionante caudal de conocimientos y buenas prácticas de los centros públicos, ya sean Centros de Personas Adultas, Formación Profesional, o universidades. Una vez más, vamos camino de abandonar el sendero que nos permita utilizar con eficacia y eficiencia los recursos disponibles, para configurar un nuevo espacio en el que los intereses privados se apropien de recursos públicos, convirtiendo la formación de los trabajadores y trabajadoras en una nueva oportunidad de negocio. Una vez más nos enfrentamos al dilema de adoptar el modelo anglosajón en el que las grandes empresas y el libre mercado lo gobiernan todo, en connivencia con poderes públicos a su servicio. O seguir la senda de los países nórdicos y centroeuropeos, asentados en el diálogo, la negociación y la gestión pública y transparente de los recursos.

Una vez más nos enfrentamos a la posibilidad de construir instrumentos para asegurar el derecho de cada persona a la formación, compatibilizado con la atención a las necesidades sectoriales y empresariales de nuestro tejido productivo y de servicios, o concebir la formación como un espacio de negocio privado, que sirve a los intereses de las grandes empresas y corporaciones, olvidando que somos un país con altas tasas de paro, bajos niveles de cualificación y con un tejido empresarial de micropymes y pequeñas y medianas empresas.

Si fuéramos sensatos volcaríamos más esfuerzo en fomentar la adaptación de nuestros centros públicos de formación profesional y nuestras universidades a la formación para el empleo, que en convertir el derecho a la formación de las personas y la necesidad de formación de las empresas en víctimas de la voracidad insaciable de los mercaderes.

Francisco Javier López Martín

Secretario de Formación de CCOO