El porcentaje de titulados superiores españoles es mucho mayor que en Europa. Sus problemas para encontrar empleo son mucho mayores que en la mayoría de los países de la Unión. Hay quienes achacan el problema a esa ineficaz e ineficiente, a veces inexistente, relación entre las empresas y los centros educativos de Formación Profesional (FP) y de la universidad.
Algo de eso hay cuando nuestras empresas son incapaces de beneficiarse de las capacidades y cualificaciones de nuestros universitarios y nuestros titulados en FP para mejorar sus servicios, sus productos, su capacidad de innovación. Sería un esfuerzo que sindicatos, empresarios y gobiernos deberían acometer sin tardanza y cuanto antes. Un reto que debería abordarse apartándolo de las tensiones políticas, económicas, o sociales, de cada momento.
Los organismos europeos nos llaman constantemente la atención para que mejoremos nuestra formación, para facilitar la formación permanente a lo largo de toda la vida y para facilitar los cambios, las transformaciones, la movilidad de las personas que trabajan.
Sin embargo, nuestros niveles de personas adultas participando en procesos de Formación Permanente se sitúan en el 11% y siguen por debajo de la media europea y muy lejos del objetivo del 25% en los próximos dos años, objetivo al que apuntan tanto desde el Parlamento Europeo, como el propio Consejo de Europa.
Comienza a haber algo deshonesto, impúdico y un pelín obsceno en la política española. Basta comprobar cómo el candidato a la investidura se convierte en líder de la oposición para evitar que el actual Presidente en funciones consiga ser candidato cuando él termine por fracasar en su disparatado intento.
Ocurren estas cosas cuando alguien se empeña en alcanzar el poder cuando no ha sido merecedor de él. El candidato se encuentra difuminado porque, más allá del ruido que pueda, quiera, o intente hacer, con el apoyo de los cubículos de algunos expresidentes arbitrarios y volubles.
Ruido en los salones de desayunos que despiertan a la clase ociosa madrileña en hoteles de renombre, cada mañana. Ruido, como en los viejos tiempos, en los cuartos de banderas de los adinerados. Ya lo decía Oscar Wilde.
-Todo en el mundo es sobre sexo, excepto el sexo. El sexo es poder.
Este intento permanente para que la verdad sea el resultado de una tergiversación constante de los datos disponibles, de los aireados, de la ocultación de los no deseados, comienza a crear una cultura de la mentira, que amenaza con extenderse entre el conjunto de una población que se va acostumbrando a poner oídos tan sólo a lo que quiere oír.
Nadie en su sano juicio debería creer que el Partido Socialista se vaya a prestar a destruir España, con tal de que su actual Secretario General se mantenga en el poder. Creo que cualquier “cesión” que pudiera producirse a Cataluña, se vería inmediatamente correspondida con similares tratamientos para el resto de Comunidades Autónomas.
Es evidente que muchos de nuestros gobernantes han encontrado en la política una forma de vida y han convertido su permanencia en el cargo en un objetivo irrenunciable, anhelado, al que dedican todo su esfuerzo diario y ya sabemos que cuando vuelcas todo tu esfuerzo en conseguir algo y al cualquier precio, es muy difícil que no lo consigas. Saben estos nuestros gobernantes madrileños que uno de los métodos más eficaces es no dejar nunca desatendidos a los poderosos. Ahí tenemos la foto de Almeida con Florentino, cediendo a precio aparcamientos por los cuales el Real Madrid obtendrá cuantiosos beneficios, superiores a los 560 millones de euros. Sin embargo el Ayuntamiento y la Comunidad saben que el maltrato a los ciudadanos no tiene costes electorales. Se veía venir hace años, la pandemia lo impuso y tras la pandemia se convirtió en costumbre. Los madrileños parecen haber aceptado con resignación que, gobierne quien gobierne, cometerá tropelías por las que no perderá ni un solo voto. Por eso Almeida, junto a Ayuso se aprestan a talar árboles a diestro y siniestro. Total en los últimos años Madrid ha perdido 78.000 árboles convirtiendo a la capital en una de las peores islas de calor de Europa. El 20 por ciento de los árboles de Madrid, en perfecto estado, han sido talados para encementar y hormigonar calles y plazas. Algunas vecinas y vecinos protestan por las talas indiscriminadas en los distritos de Retiro, Arganzuela, Madrid Río, o Parque de Comillas, y se manifiestan cada vez más masivamente contra los efectos indeseables de la ampliación de la línea 11 de Metro, pero Almeida les contesta con su habitual chulería con los súbditos, que se vayan a protestar a la ministra de Transportes que también va a talar árboles en Atocha. Es cierto que la ministra en cuestión está gafada en las actuaciones derivadas de su cargo, levantando inútiles vallas que no evitan los ruidos en Atocha, dejando las cercanías a su libre albedrío, o talando 300 árboles en operaciones en las estaciones de Atocha y Aluche. Pero ha sido Almeida el que ha autorizado esas operaciones de tala de árboles. Los consejeros del gobierno de Ayuso, tapan las vergüenzas de Almeida y el susodicho cubre las espaldas de la Presidenta. Los primeros justifican las talas del Ayuntamiento de Madrid y concejales de urbanismo como Borja Carabante defienden que las manifestaciones vecinales son puro “postureo político” de la izquierda. Tan sólo se cortan un poco cuando topan con organismo internacionales como la UNESCO que les afea la intención de construir un macro-parking de 800 plazas bajo el hospital del Niño Jesús, justo frente al Retiro, en pleno Paisaje de la Luz, recientemente declarado Patrimonio de la Humanidad. Tras la queja de la UNESCO, Almeida da un tímido paso atrás y se muestra dispuesto a moderar los destrozos de su sierra mecánica y los consejeros de
Nos dicen que el mundo en general y el mundo del trabajo en particular, se han convertido en algo flexible. El mundo capitalista, el único existente, la sociedad de consumo, son tan flexibles que nos dejan ser libres siempre que podamos comprar a tumba abierta, lo que queramos, la marca que más nos apetezca, eso sí, pasando al final por caja.
Los avances sociales, los derechos adquiridos, son claramente prescindibles para estos profetas del fin del trabajo, para esos agoreros de la cultura del ocio. Los avances en materia de crecimiento económico, de crecimiento del número de puestos de trabajo y descenso del paro, son compatibles con el deterioro de la calidad del empleo, su inseguridad, su temporalidad, al tiempo que los derechos disminuyen y son cuestionados, a base de bajos salarios y largas e irregulares jornadas laborales.
Eso fue para nosotros Allende y su gente, nuestra Sierra Maestra convertida en inmensa urna electoral. Hay que recordar que éramos muy jóvenes, extremadamente jóvenes. Y que vivíamos en una dictadura mortecina, que olía a decadencia, a difunto, a mal sueño, pero una dictadura que conservaba toda su capacidad de seguir matando hasta el final y hasta más allá de la muerte, la suya de dictador, las que aún nos arrebataría en lugares como Atocha.
Habíamos visto hasta aquellos días cómo el imperialismo soviético acababa con experiencias democratizadoras como la que intentaron los checos de Alexander Dubcek, con su socialismo de rostro humano, como una docena de años antes había aplastado los mismos intentos en Budapest.
Aquellos soviéticos no eran los únicos, ni los más abundantes, por cierto, en lo que a represión se refiere. Conocíamos la larga, e interminable, lista de países latinoamerícanos, desde Chile a Nicaragua, desde Argentina a El Salvador, pasando por Paraguay, Perú, Bolivia, Brasil, Guatemala, Uruguay, Ecuador, Colombia, Venezuela, Honduras y otros tantos países, hasta las caribeñas República Dominicana, o Cuba, en manos de dictadores militares promovidos y apoyados por los Estados Unidos. Lee el resto de esta entrada »
Todo el mundo se afana por encontrar el camino que conduce al futuro. Un futuro incierto, inestable, amenazador, pero futuro al fin. En todos los rincones del mundo, pensamos que el atractivo turístico es la clave que nos permitirá poner en marcha el motor que nos ha de llevar a un futuro de empleo, desarrollo económico y bienestar de las personas y sus familias. En España el turismo va camino de generar más de un 12 por ciento del PIB nacional, superando los 160.000 millones de euros de actividad y creando cerca de 3 millones de empleos. La llegada del COVID supuso un duro golpe para el sector, pero la salida de la pandemia ha producido una acelerada recuperación que ha aportado el 61 por ciento del conjunto del crecimiento económico español en el último año. La historia del turismo es larga en nuestro país. Fuimos desde siempre un país exótico y atractivo para escritores, pintores y músicos de toda Europa. Una historia que se acelera desde que el franquismo optó por enviar españoles fuera de la patria para traer dinero fresco, divisas, moneda extranjera que equilibrase nuestra deficitaria balanza de pagos. Una operación política y económica del desarrollismo que se vio acompañada de la conversión de nuestras playas en balnearios baratos para extranjeros, especialmente para los alemanes, nórdicos, e ingleses, que no pueden contar en sus países con el sol, el agua caliente y la diversión garantizada que aquí podemos ofrecerles. El turismo de masas y a menudo de borrachera, los abrevaderos multitudinarios, las construcciones a pie de playa, se convirtieron en el otro poderoso motor de nuestro crecimiento económico. De allí salieron los dineros para pagar un desarrollo económico desequilibrado y descompensado, a falta de un desarrollo de los derechos civiles. Más tarde los nativos de interior también quisimos tener casita en la playa. Era aquello todo un símbolo, una demostración palpable, de la buena salud financiera de cada familia. Desde entonces y salvo momentos excepcionales como la pandemia, el negocio turístico no ha hecho sino crecer. Si en 1960 nos visitaban algo más de 6 millones de turistas extranjeros, en el 1970 se habían multiplicado por 4 y en 1990 eran ya más de 50 millones y casi 75 millones en el 2000. Justo antes de la pandemia ya nos visitaban más de 83 millones de visitantes al año. Cifras a las que volvemos a acercamos paulatinamente en los dos últimos años. Tal vez debimos tomar nota de las consecuencias que tendría un crecimiento tan brutal del turismo. Tal vez deberíamos haber tomado en cuenta los riesgos que comportaba poner todos los huevos en la misma cesta, la de la especulación y la borrachera del dinero circulando por las autovías costeras. Hemos superado crisis como la provocada por el sistema financiero en 2008. Hemos salido de la crisis que trajo la pandemia y nos empeñamos en volver a repetir la fiesta y el desparramo, como si el cambio climático no existiera y
como si fuera normal el hecho de que la mitad de la humanidad (más de 4000 millones de personas) tome un avión cada año. Acabo de escuchar en la radio que los científicos de la NASA nos advierten de que nuestro país superará pronto el record de los 50 grados centígrados. La explicación es que los gases de efecto invernadero provocan este calentamiento y, puesto que seguimos emitiendo gases a la atmósfera, no hay razón para pensar que las temperaturas no van a seguir subiendo. La consecuencia será que las olas de calor serán más frecuentes, lo cual no impedirá que las nevadas puedan ser a la vez más intensas, al tiempo que las playas se nos irán quedando sin arena y las urbanizaciones cercanas a la costa sufrirán frecuentes inundaciones. De nada parecen servir las cada día más frecuentes movilizaciones de una ciudadanía que ve venir el desastre, que ve sus barrios y sus pueblos convertidos en lugares inhabitables, a golpe de gentrificación, gentificación y turistificación. Conceptos que podríamos resumir en mantener y empecinarse en un modelo incompatible con el desarrollo humano, insostenible, depredador y que conduce al colapso previo a la extinción. Lo del nuevo modelo productivo, nos queda muy lejos por el momento, pero nadie quiere verlo, porque los humanos no vemos lo que tenemos ante nuestros ojos, sino lo que queremos ver No querremos verlo, pero es lo que hay. Vivimos en el filo de una navaja como si nada.
Hay que irse acostumbrando. Cada vez con más frecuencia sufriremos olas de calor y episodios de lluvias, nevadas intempestivas, Filomenas. Lo quieran o no los negacionistas al uso, sea culpa completamente de la acción humana, o sea causado por la propia naturaleza, el hecho es que el cambio climático es ya incuestionable. Siempre hay quien se gana la vida apostando si son galgos o podencos aquellos que vienen con intención de devorarnos. Tampoco faltan quienes aprovechan cada desastre en acción para desencadenar las críticas contra sus adversarios como si de enemigos irredentos se tratara. Es lo que parece haber ocurrido con el alcalde Almeida, lanzando sus dardos contra la AEMET, la Agencia de Meteorología, como si aquellos que intentan desentrañar los misterios de una DANA, cualquier DANA, siempre cambiante, caprichosa y pendenciera, fueran los culpables de la suspensión del partido de su equipo de futbol. Y todo porque la susodicha AEMET es un organismo del Estado. Se ve en esto el distorsionado sentido de Estado de algunos políticos, que terminan confundiendo Estado con Administración del Estado y los organismos estatales con el Consejo de Ministros del gobierno de turno. Debería saber Almeida que el Presidente de AEMET es elegido por el gobierno, pero que el actual Presidente, Miguel Angel López, fue designado por un Consejo de Ministros del PP y previamente había sido Director General de Función Pública de la Comunidad de Madrid. Con anterioridad había prestado servicios en numerosos organismos del Estadol a lo largo der su larga carrera administrativa como funcionario del Cuerpo Superior de la Administración Civil del Estado, lo cual no le ha impedido desempeñar numerosos cargos en la Administración territorial y en la militar. No han sido los trabajadores de AEMET los que se han equivocado. Es que la Naturaleza no es “afinable” hasta el grado deseable por el Alcalde y una alerta roja termina descargando las cantidades de lluvia previstas, desencadenando los vientos anunciados, o destruyendo bienes materiales y vidas humanas irrecuperables, aunque no siempre en el punto del GPS que le viene bien a cada cual. Bastante más lista que el regidor madrileño, la Presidenta Ayuso se ha apresurado a agradecer a la AEMET los servicios prestados y pedir inmediatamente después al gobierno de Sánchez la declaración de zona catastrófica esgrimiendo las 17.000 llamadas, los cerca de 1800 incidentes registrados y las cerca de 1200 intervenciones que, tan sólo los bomberos, han tenido que realizar. Más le valdría al alcalde de Madrid y a otras autoridades, como la propia ministra de Transportes, la del colapso ferroviario, que hubieran tomado buena nota de Filomena y adoptado las medidas necesarias para que dos años y medio después los ferrocarriles, las carreteras, los túneles, las calles, no
Decía Ramón Gómez de la Serna, nuestro incansable inventor de las famosas gregerías,
-Una piedra arrojada en la Puerta del Sol mueve ondas concéntricas en toda la laguna de España. Una evidencia y una profecía que casi siempre se cumple. Unas veces para bien y la mayoría de las veces para mal. Madrid se ha convertido, con demasiada frecuencia, en un mal ejemplo para el resto de territorios. Los errores cometidos en Madrid quieren ser imitados en todo el país. Si una gobernante irresponsable como Ayuso, siguiendo las enseñanzas de su listísima pero sectarísima madrina de todas las ranas, decide bajar impuestos a toda costa, el resto de España, sea cual sea su signo político, sigue su camino y cada gobernante cantonal se dedica a anunciar bajadas de impuestos, aunque como consecuencia de ello, haya que desmontar todos los sistemas públicos de protección. Es un vicio histórico que viene de lejos. En el Madrid capitalino y desindustrilizado, en pleno siglo XIX, la Regente María Cristina instaba a los empresarios, -Puesto que Madrid no tiene industria, hagamos industria del suelo. Parece frase ocurrente, pero aquello de hacer negocio a base de traficar con suelo fue el pistoletazo de salida para todos los pelotazos inmobiliarios cometidos desde entonces en todos los rincones del país. Pudo haberlo dicho de otra manera, -Para qué vamos a invertir recursos cuantiosos de largo recorrido y dudoso éxito en la industria, si podemos ganar ingentes masas de dinero a base de jugar con el valor del suelo, la construcción, la promoción inmobiliaria. Así surgieron los famosos ensanches, los cambios de calificación de suelos para convertir terrenos rurales en solares urbanizables, las corrupciones en forma de maletines acarreados entre despachos privados y despachos oficiales, las posteriores compras de concesiones de colegios, residencias de mayores, hospitales y universidades. Los famosos casos Lezo, Púnica y otros tantos, inventados casi siempre en Madrid y tan magistralmente ejecutados en otros lugares como Valencia. En España vivimos hace décadas un proceso de Transición política que, sin embargo, no tuvo su equivalente económico. Las élites económicas del franquismo dieron cabida a los nuevos actores procedentes de los nuevos partidos políticos, pero el núcleo esencial y primigenio quedó intacto. Aquello debió de formar parte de lo no escrito, de lo tácito, en el famoso Pacto Constitucional, porque lo cierto es que había mucho que ganar y eran muchos los que se apuntaron a ganarlo. Desde entonces nuestra base industrial no ha crecido mucho. Nuestro sector agrario tampoco. Los efectivos destinados a la construcción tampoco. Lo que sí tenemos es un sector de servicios cada vez más grande. Servicios
Siempre que aparece un problema aparentemente irresoluble alguien evoca el mantra de la Formación como la gran solución. Todos saben que la formación es parte de la solución y del propio problema, pero invocar su nombre permite renunciar a cualquier otra intervención y depositar todas las esperanzas en una cesta que, por sí misma, no va a solucionar el problema. Es verdad que las transformaciones del mundo del trabajo hacen inevitable que las cualificaciones terminen siendo distintas. La formación deberá, por lo tanto, cambiar. Pero estos cambios no permitirán que el trabajo deje de ser un trabajo de mierda, a la manera en que el recientemente fallecido David Graeber lo formuló. Mientras tanto las instituciones educativas han relegado su papel formativo para anteponer su papel de empleabilidad. El número de empleos conseguidos por los egresados de una universidad se convierte en objetivo prioritario. La inserción laboral en un mercado cambiante y competitivo se convierte en lo más de lo más. Se crean departamentos, vicerrectorados, servicios de empleo, oficinas especializadas que enumeran los contenidos específicos y trasversales que hay que desarrollar para que los nuevos titulados encuentren muchos y abundantes empleos en un tiempo mínimo. Las nuevas formas de producción son ingobernables a nivel nacional, o regional, se producen en contextos poblacionales que forman parte de eso que se ha denominado nuevas formas de globalización. No importa lo que hoy sepas porque no servirá para mañana. Lo importante es contar con personas capaces de adaptarse rápidamente a cada cambio inesperado. La formación es un proceso continuo, una necesidad, un proyecto de vida, que incluye la formación básica, inicial y la recualificación que se mantendrá a lo largo de toda la vida. Hasta los jubilados son un campo de experimentación para esta nueva formación. Las personas mayores deben ser digitalizadas aceleradamente y adquirir nuevas competencias al servicio de la mercantilización de la vida. El problema es que eso que llamamos nueva globalización se ha asentado en los bajos costes de los transportes y las comunicaciones internacionales. Las industrias y la distribución se deslocalizaron con bajos costes. Pero ese proceso se ha agotado, es irrepetible, no volverá. Las cadenas globales que buscaban romper los procesos productivos para disminuir los costes laborales ya no siempre son rentables, mientras los responsables de estas decisiones se muestran incapaces de prevenir los desastres que se anuncian en el horizonte, como no vieron venir el golpe de la crisis financiera de 2008. Las Naciones Unidas han enunciado los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en el marco de la Agenda 2030. Entre esos Objetivos no podía faltar el de una