El colapso ha venido y nadie sabe cómo ha sido

No habíamos superado la crisis económica de 2008 cuando nos metíamos de lleno en la pandemia de 2020. Si la primera nos trajo precariedad en los empleos e inseguridad en nuestras vidas, la segunda justificó el adocenamiento, el control absoluto de las ciudadanías, la persecución de las disidencias.

Desde entonces nuestras vidas han cambiado y nuestras sociedades se han acostumbrado a que los problemas de cualquier tipo no tienen solución. Aceptamos como normal que el mundo haya dejado de funcionar, o al menos haya dejado de funcionar para grandes capas de la sociedad.

Cada mañana los trenes de cercanías sufren averías, retrasos, prolongados, constantes, inexorables, mientras el ministro de transportes se entretiene jugando con sus redes sociales, ejerciendo de parapeto y propagandista de su presidente del gobierno.

Cada mañana un anciano mide sus fuerzas y no le sale la cuenta a la hora de interactuar con su banca digital, la única que tiene, la única que va a atenderle. Cada día un ciudadano se las ve y se las desea para que alguien coja un teléfono, mientras se pelea con una voz metálica, a la que llaman asistente virtual y que siempre conduce al mismo lugar del no sé, no contesto, llámeme usted mañana, o llámeme más tarde y ya veremos,

-Todas nuestras líneas están ocupadas, lláme usted más tarde.

Cada día alguien recibe una cita médica para dentro de varios meses, o pide una cita para conseguir una ayuda social y es citado para dentro de varios meses, o se enfrenta a la suspensión de un servicio esencial porque es incapaz de conseguir por medios telemáticos un absurdo documento que obra en poder de la administración y que no debería serle exigido.

Entre inteligencia artificial y protección de datos las empresas privadas y los servicios públicos han iniciado un camino irreversible que conduce al colapso. Muchos intentan vendernos que es la modernidad, que el futuro será mucho mejor, pero lo cierto y verdadero es que millones de personas se sienten desatendidas, desasistidas, abandonadas, como si no importasen nada,

Habrá quien se queje del ascenso de las opciones antisistema, de la ultraderecha, pero nadie pone los medios para conseguir avances hacia sociedades bien integradas, justas, sanas, con medios y recursos suficientes para atender todas las necesidades básicas.

Creemos que el imperio romano cayó de un día para otro, que las grandes civilizaciones cayeron en un corto periodo de tiempo, que las extinciones fueron efecto de un meteoro que acabó con la vida de golpe. Nada más falso, la mayoría de las veces.

Los colapsos, las extinciones, se producen poco a poco, en años, decenas y centenares de años, a veces en cientos de miles de años. Tras la crisis del 2008 y la pandemia de 2020, nuestras sociedades dan muestras de agotamiento, como si fueran incapaces de integrar los profundos cambios que se están produciendo y como si muchos pequeños microinfartos estuvieran conduciendo a un colapso más general.

Ya podemos ponernos las pilas, porque o hacemos algo y nos aprestamos a responder a los nuevos problemas desde algo más que el egoísmo y el sálvese quien pueda al que nos estamos acostumbrando, o todos, no sólo unos pocos, las vamos a pasar canutas ante un colapso que será inevitable.

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